Capítulo 55| Mi número de la suerte

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[FRAGMENTO DEL DIARIO DE KIOMY, EN ALGÚN MOMENTO DURANTE LAS VACACIONES]

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[FRAGMENTO DEL DIARIO DE KIOMY, EN ALGÚN MOMENTO DURANTE LAS VACACIONES]

Sean Dawson: Seis años. Primer grado de Primaria. Aquel que me inició en el infame mundo del "amor".

Me dio mi primer beso luego de haber perdido una ridícula apuesta. En serio, no sé qué me hizo creer que sería más veloz que él y que podría atravesar el entero del patio en menor tiempo. Quisiera volver a experimentar ese nivel de confianza en mí misma, y resulta divertido que precisamente Sean haya sido el responsable de su extinción. Confieso que no lo disfruté, pero tampoco me desagradó. A partir de entonces, me quedé con la espinita de saber qué se sentiría besar a un niño que realmente me gustara. Tampoco negaré que me parecía lindo, hasta cierto grado, con esa mirada de ojos vivaces que revelaban su adelantado conocimiento acerca de temas que no le competían, su sonrisa coqueta y eso dientes que le habían reemplazado por caerse de bruces en un partido de fútbol.

Durante los siguientes cursos no dejó de atosigarme para que me convirtiera en su novia, lo cual es extraño, tomando en cuenta que éramos unos críos. Mi papá decía que ese tipo de personas suelen desarrollarse en ambientes en los que sus progenitores han experimentado graves problemas de pareja, entre los que se incluyen celos y traiciones. Los hombres que tienen la costumbre de flirtear pueden sentirse bastante seguros de sí mismos, y por qué no, heredar dicha característica a su descendencia al proyectarse en ellos. Ni se imaginan el daño que le ocasionan a la sociedad dicha actitud que se va multiplicando con cada engendro que ve la luz del mundo.

A mí nunca me agradó su altivez. Se creía la última gota de agua en el desierto, merecedor de grandes cosas; un narcisista que no tenía reparos en abandonar a las personas cuando ya no le servían. Tal vez en aquel entonces yo era muy joven para definir lo que esperaba de una relación, pero su comportamiento contribuyó a que me afianzara a uno de las características que no iba a tolerar.

Sean se convirtió en una pesadilla recurrente en la vida real, el detonante de mi baja autoestima y falta de confianza. Se la pasaba recordándome lo poco agraciada que era, y tenía por costumbre recalcar que nadie nunca se fijaría en mí. Él fue el perpetrador del ridículo apodo con que la mayoría empezó a llamarme cuando se puso en evidencia que padecía una deficiencia en la vista. Porque nada mejor que el escarnio público para sobrellevar un defecto cuyo control se escapaba de mis manos. A causa de él, comprendí que la crueldad humana no tiene límites, también los niños pueden ser unos desgraciados. Por primera vez, me sentí profundamente decepcionada. Y es que en casa todo era distinto. Mis padres jamás peleaban y, si acaso lo hicieron, no consigo recordarlo. Nadie me había advertido que allá afuera era menester luchar constantemente para sobrevivir. Tuve que descubrirlo por mi cuenta, a un precio elevado.

Sus palabras tuvieron un profundo impacto en mí, las repetí en mi mente hasta que el casete se averió y terminó fundiéndose en mi cerebro. Justo ahora que estoy escribiendo, siento un hueco en el pecho, y una lágrima silenciosa ha caído sobre el papel, ocasionando que se corra la tinta, pero no pienso a arrancar la hoja. Esto va para largo. Ya es hora de liberarme de aquellos recuerdos que me siguen atormentando, aunque pensé que ya me había deshecho de ellos.

A FOUR LETTER NAME© [VOL. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora