A fin de no darle cabida a posibles opciones que me convencieran de declinar, opté por ir siguiéndolos a la distancia, con el clásico sigilo que me caracterizó desde el inicio de esta aventura. Les había perdido la pista durante el intervalo que hicieron para rehidratarse y colectar suministros, por lo que se me pasó percatarme de que Petra le había pedido que llevara su mochila. Él se la había colgado en el hombro libre, hasta entonces. Había aceptado ser su bestia de carga sin rechistar, con la obediencia digna de una que ha sido adiestrada.
Ese tipo de atenciones aún no las había tenido conmigo, quizá por retraimiento, por temor a la opinión pública, o por cualquier otra suerte de motivo que ya no iba a considerar válido ni por un segundo cuando lo hiciera enfrentarse a la última mascarada. ¿En dónde radicaba la diferencia para conmigo?
Según yo, a estas alturas ya debería haber marcado una distinción entre el resto de las compañeras y yo, una que fuera ostensible incluso para la mayor incauta, que funcionara como una especie de letrero en el que leyera que estaba «apartado», por decirlo de algún modo. Que disgusto saber que, por lo visto a Petra y a mí nos había colocado en el mismo nivel de la pirámide. Sin embargo, no estaba dispuesta a compartir la cúspide.
Lo que experimenté cuando entraron a la habitación de ella no se compararía a ningún coraje de antaño. Casi me quebré las muelas al estrellarlas como parte del rechinido que acompasó mi caminar firme y consistente. Aferrarme a la ira y transformarla en mi incentivo estaba dando resultados, unos que me aterraban con creces, y que me hacían sentir que el curso de un poder inusitado se desprendía del fondo de mis entrañas.
Había llegado al límite en el que discerní que era menester colocar sobre la mesa algunas inquietudes que, de no ser resueltas, se convertirían en esa gota de agua que terminaría perforando incluso a la piedra. Tenía que enfrentarlo, hacerle saber que no toleraría que se burlara de mí, si es que planeábamos comenzar con el pie derecho. Bastante había tenido con el lastre que dejaron aquellas relaciones fallidas como para encima de todo convertirme en la imbécil que debía mendigar para que le otorgaran su sitio en el podio.
Pasaron los minutos con ansiosa y extenuante calma. A pesar del cansancio latente, la sed de conocimiento me sostenía, me brindaba algo de entereza.
Los celos acumulándose se volvieron abrasivos. Me condujeron a evocar una secuencia que desembocaba en un engaño de índole perversa y en la inminente pérdida de la dignidad que tanto me había costado componer. ¿Por qué tenía que irse con ella?
Mis esfuerzos se vieron recompensados cuando, en medio de la bruma que me ocasionó ceguera momentánea, Levi apareció delante de mí, sin inmutarse de mi presencia. No desplegaba un atisbo de preocupación ni actuaba con cuidado, temeroso de que alguien tergiversara los hechos que terminarían por llegar a mis oídos. O dicho de otro modo: no se le había pasado por la cabeza la opción de contármelo si quiera. No. De nuevo se haría el desentendido, demeritando la gravedad de lo que sucedía.
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A FOUR LETTER NAME© [VOL. 2]
Hayran KurguAbarca del capítulo 51 en adelante, hasta que la historia termine.