Uno

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El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente

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El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos. Los Dursley tenían dos hijos: el mayor llamado Dudley, un chico grande y rubio, y Anahí, quién era un año más chica que su hermano, de piel clara, cabello rubio y ojos tan azules como el mar.

También tenían un sobrino de la edad de su hijo mayor, que había sido dejado en su puerta tras la muerte de sus padres. Su nombre era Harry Potter, una completa molestia, al menos eso lo consideraban los padres y el hijo mayor. En cambio para la pequeña de la casa, Harry era un niño de lo más agradable, cuando aún era pequeña, la niña solía ayudar a su primo con las labores de la casa pensando que era un juego.
Para Harry, la pequeña Anahí era un ángel, la niña solía guardarle la mitad de sus raciones de comida y llevárselas, por la noche cuando ya todos dormían, hasta la pequeña alacena dónde él dormía.

El sol se elevaba en los jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo desde hacía más de diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por
su madre... También había varias fotografías de una pequeña rubia, muchas en compañía de su hermano, de su madre, o de su padre. La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño. Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí.

Anahí se despertó por unos toques en al puerta.
—¡Arriba! ¡Levántate Any! ¡Hoy es el día! — decía la voz de su hermano al otro lado de la puerta.

—¡Ya voy! — respondió perezosamente la niña — ¡Feliz cumpleaños Dud! — agregó rápidamente mientras se incorporaba en la cama.

—Gracias Any, date prisa, iremos al zoológico — mencionó Dudley aún del otro lado de la puerta. Enseguida se oyeron sus pasos bajando las escaleras.

Anahí se levantó de la cama, tomó unos vaqueros y una blusa guinda. Se colocó los tenis y cepillo un poco el cabello antes de bajar por las escaleras y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el
ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras.

DursleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora