Ocho

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Cuando llegó Halloween, Anahí ya estaba arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte

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Cuando llegó Halloween, Anahí ya estaba arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte. El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo. Pero Anahí no iba a faltar a su palabara.

Había intentando hablar con Ginny,  pero la niña estaba extraña. Anahí y Luna habían intentado de todo pero la pelirroja seguia extraña, estaba palida y ojerosa. Ninguna tenía idea de que le pasaba.

A las siete en punto, Anahí atravesó el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigió sus pasos hacia las mazmorras,no sin antes tomar un pequeño bocadillo.

Las mazmorras también estaban iluminadas con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daba.

Fue entonces que se topo con Harry, Ron y la niña, que ahora sabía se llamaba Hermione. Los tres se dirigian también a la fiesta de Nick, así que Anahí se unió al grupo para no llegar sola.

Al tiempo que se ajustaba la túnica, Anahí oyó un sonido como si mil uñas arañasen una pizarra.

—¿A esto le llaman música? —se quejó Ron.

Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos... Les agradezco que hayan venido...

Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.
Lo que vieron les pareció increíble. La mazmorra estaba llena de cientos de
personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras
de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.

—¿Damos una vuelta? —propuso Harry.

—Cuidado no vayan a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile.

Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Anahí no se sorprendió de que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.

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