Tres

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—Oye Harry — mencionó Anahí la noche antes de que Harry se marchara

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—Oye Harry — mencionó Anahí la noche antes de que Harry se marchara.

—¿Qué pasa? — le preguntó el niño a su prima. Ambos se encontraban en el cuarto del niño, que antes era una bodega de cosas de Dudley. La niña le había llevado como cada noche que no le daban de cenar, un paquete de galletas y un cartón de leche.

—Al lugar donde vas, ¿si te darán de comer o debo enviarte las galletas por paquetería? — preguntó ella de forma inocente, esa pregunta llevaba días acechandola.

—No creo que el servicio de paquetería funcione ahí — le dijo su primo.

—¿Y como sabré que estás bien? — le preguntó ella preocupada.

—Pues... Nos veremos en vacaciones — mencionó él. Ella ya no dijo nada a pesar de no estar conforme con esa respuesta.

A la mañana siguiente, Anahí se despertó temprano. Se levantó y se puso unos pantalones de mezclilla acampanados acompañados de una blusa lila. Luego se cepillo el cabello y se lo amarró en una coleta.

Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche, y el chico, Dudley y Anahí iban sentados en el asiento trasero.
Llegaron a King Cross a las diez y media. Su padre cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación. Anahí pensó que era una rara amabilidad, hasta que su padre se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.

—Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tú andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?

Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.

—Que tengas un buen curso —dijo su padre con una sonrisa aún más torva. Se marchó sin decir una palabra más.

Anahí se quedó un poco resagada de su familia que ya se daba la vuelta para marcharse.

—Suerte, espero encuentres tu andén — le dijo la rubia a su primo, luego sacó de su bolsa su clásico paquete de galletas y el cartón individual de leche y se los entrego — por si te da hambre en el viaje — mencionó y le dió un abrazo para luego darse la vuelta y seguir a sus padres, que iban riendo rumbo a la salida.

1 año después

Los señores Mason habían ido a la casa a cenar. Anahí llevaba puesto uno de esos vestidos rosas con olanes que la hacía sentir una muñeca de porcelana, no en el buen sentido. Dudley llevaba un traje al igual que su padre, su madre llevaba uno de sus mejores vestidos, y Harry, bueno, Harry estaba encerrado en su habitación pretendiendo no existir.

Anahí se encontraba en el sillón siendo acosada por la señora Mason que hablaba sobre lo linda y bien portada que era. La niña solo tenía ganas de pegarle en la mano a la mujer cada que está la tomaba por las mejillas.
Su padre contaba algunos de sus chistes de taladros que Anahí no entendía, cuando se oyó un estrepitoso sonido proveniente de la cocina.

Anahí y su padre entraron de sopetón en la cocina y hallaron a Harry paralizado por el susto y cubierto de la cabeza a los pies con los restos del pudín.

Al principio a Anahí le pareció que su padre aún podría disimular el desastre («nuestro sobrino, ya ven..., está muy mal..., se altera al ver a desconocidos, así que lo tenemos en el piso de arriba...»). Llevó a los impresionados Mason de nuevo al comedor, prometió a Harry que, en cuanto se fueran, lo desollaría vivo, y le puso un trapeador en las manos. Su madre sacó helado del congelador y Harry, todavía temblando, se puso a fregar la cocina.

Su padre podría haberlo solucionado de esta manera, si no hubiera sido por la lechuza. En el preciso instante en que su madre estaba ofreciendo a sus invitados unos bombones de menta, una lechuza penetró por la ventana del comedor, dejó caer una carta sobre la cabeza de la señora Mason y volvió a salir. La señora Mason gritó como una histérica y huyó de la casa exclamando algo sobre los locos. El señor Mason se quedó sólo lo suficiente para explicarles a sus padres que su mujer tenía pánico a los pájaros de cualquier tipo y tamaño, y para preguntarles si aquélla era su forma de gastar bromas.

Su primo estaba en la cocina, agarrado al trapeador para no caerse, cuando su padre avanzó hacia él con un destello demoníaco en sus ojos diminutos.

—¡Léela! —dijo hecho una furia y blandiendo la carta que había dejado la lechuza—. ¡Vamos, léela!
Harry la tomó, unos momentos después levantó la vista de la carta y tragó saliva.

—No nos habías dicho que no se te permitía hacer magia fuera del colegio —dijo su padre, con una chispa de rabia en los ojos—. Olvidaste mencionarlo... Un grave descuido, me atrevería a decir...

Se echaba por momentos encima de Harry como un gran buldog, enseñando los dientes. Anahí solo los veía con sorpresa.

—Bueno, muchacho, ¿sabes qué te digo? Te voy a encerrar... Nunca regresarás a ese colegio... Nunca... Y si utilizas la magia para escaparte, ¡te expulsarán!

Y, riéndose como un loco, lo arrastró escaleras arriba. Anahí solo miro a su primo en silencio y tomó una franela para ayudarlo a limpiar.

Su padre fue tan duro con Harry como había prometido. A la mañana siguiente, mandó poner una reja en la ventana de su dormitorio e hizo una gatera en la puerta para pasarle tres veces al día una mísera cantidad de comida. Sólo lo dejaban salir por la mañana y por la noche para ir al baño. Aparte de eso, permanecía encerrado en su habitación las veinticuatro horas del día. Anahí había intentado darle comida a escondidas, pero la puerta parmanecia vigilada siempre.

En medio de la noche, Anahí escucho sonidos provenientes del pasillo, se levantó de la cama y se asomó a la puerta, sus padres también salían de su habitación y caminaban directo a la habitación de Harry.

De pronto se oyó un potente chillido y su padre grito acelerando sus pasos:
—¡ESA MALDITA LECHUZA!

Cuando Anahí llegó a la puerta de la habitación pudo ver qué Harry estaba subiendo al alféizar y su padre se avalanzaba sobre él, agarrándolo por un tobillo.

—¡Petunia! —bramó su padre—. ¡Se escapa! ¡SE ESCAPA!

Pero los chicos que veían en el auto tiraron con más fuerza, y su padre tuvo que soltar la pierna de Harry.

Y el coche salió disparado en dirección a la luna.
—¡Hasta el próximo verano! —gritó Harry.

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