Marget

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Deslizó la palma de su mano sobre su muslo desnudo. Ascendió lentamente mirando sus ojos entreabiertos hasta llegar al glúteo, el cual no tardó en apretarlo con fuerza. Cynthia volvió a gemir extasiada. Con las mejillas teñidas, terminó por atacar su boca hambrienta al tiempo que se posicionaba a horcajadas sobre sus caderas.
Lo sintió rozándole el trasero mientras su boca húmeda y experta parecía iba hacerla enloquecer.

—Espera— se obligó a decir, aún entre sus besos. Apoyó su mano contra su pecho, y terminó por separarlo.— Quiero que sea en un sitio especial. En donde se supone tenemos que hacerlo.

Dante la observó con la respiración alterada. Ignorando sus palabras, se incorporó sobre la cama, sentándose con ella aún encima, y volvió a atacar sus labios hinchados.

—Había pensado en volver a... —Continuó recobrando un poco de oxígeno, pero su sugerencia fue súbitamente interrumpida, pues Dante había introducido dos de sus dedos en ella, produciéndole una cadena de gritos placenteros que tardaría en olvidar—. Dan... —se agarró fuertemente de sus hombros al tiempo que cerraba los ojos y estiraba el cuello hacia atrás.

Unos centímetros más hicieron que estallara de nuevo sobre él, liberando todas sus fuerzas y dejándose vencer por el placer.
Tras unos segundos en los que pudo recomponerse, lo miró a los ojos. Aquellas pupilas negras y dilatadas la observaban con lujuria y algo que todavía no podía descifrar. ¿Sería amor? Qué más quisiera ella.

Bajó la mirada hacia su miembro aún erecto, y con vergüenza los volvió a posar en su cara, centrándose en su nariz ancha y puntiaguda.

—¿Habías pensado en...?

—¿Qué? —Preguntó aturdida.

—¿Dónde quieres consumar nuestro eterno amor? —Le volvió a preguntar sarcástico.

Cynthia lo miró ahora con semblante serio. ¿Por qué lo había dicho de esa forma?

—La cabaña— comentó molesta.

—Muy bien —dijo simulando entusiasmo. La cogió por las caderas y la acomodó a su lado. Cynthia se quedó allí sentada observando en silencio cómo se ponía los pantalones, los zapatos y el chaleco abierto de cuero, dejando a la vista parte de su pecho y abdomen. Se giró sobre sus talones habiendo terminado, y la observó burlón.
—Le suplico a mi reina que no tarde, pues el castigo por dejarme así le será verdaderamente costoso.

Y dicho eso, le guiñó un ojo y salió como una exhalación por la puerta, cerrándola tras él con un fuerte estruendo.

Cynthia se quedó allí inmóvil. ¿Por dejarlo así? ¿así cómo? Se preguntó ella. No pudo evitar reírse sola. Llevándose las manos a la boca, como una niña tímida a la que le acaban de robar su primer beso.

Como un resorte se levantó de la cama, dispuesta a seguirlo. Sintió algo entre sus piernas y se dio cuenta que necesitaba limpiarse antes de salir de aquella habitación. Con las mejillas sonrosadas se dirigió al baño para asearse. Habiendo terminado volvió a la habitación para poder vestirse, pero el hermoso vestido blanco yacía en mil pedazos en el suelo. Sin remordimientos se acercó a su armario. Abrió las puertas inmensas y decenas de telas costosas y resplandecientes inundaron su visión.
Una sonrisa pícara moldeó su rostro. Eligió la vestimenta indicada para la ocasión.

Podía sentir la presión entre sus pantalones. En cómo los empleados del castillo lo observaban más de la cuenta al tiempo que mostraban sus respetos con una reverencia. Bajó las escaleras de piedra, dirigiéndose malhumorado hacia la entrada principal.
El sol lo cegó por un instante, y la brisa fría de aquella mañana de invierno le erizó el vello de los antebrazos. Con el ceño fruncido se acercó a uno de los caballos que descansaba junto a otros dos cerca de una gran fuente. No ignoró la presencia de Damon cerca de las caballerizas, y en cómo parecía ordenarle algo a dos guardias.
Al tiempo que se subía al caballo, estos se acercaron a él.

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⏰ Última actualización: Oct 22, 2023 ⏰

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