Peripecias de una doncella

63 2 0
                                    

Chyntia recubrió con el manto rojo al último de los caballeros.

La multitud excitada aplaudió dando por finalizada la ceremonia de graduación. Los veinte nuevos hombres de la Guardia de Sangre del rey se arrodillaron manifestando su respeto hacia la hija del monarca, para después y en silencio, abandonar junto al resto del público la gran sala del palacio real.

Cuatro grandes columnas de mármol blanco se erguían intimidatorias rodeando el sepulcro de la ascendencia de la familia de Cynthia.
La mujer de baja estatura, enfundada en un largo vestido rojo cual sangre coagulada, subió las escaleras aterciopeladas por una gruesa alfombra del mismo tono, hasta sentarse en uno de los majestuosos asientos de la familia real.
A su derecha, su padre, el rey Nicholas Flame, la observaba con una sonrisa de aprobación. 

Con escasa mata cabellera, Nicholas era un hombre bajito, algo regordete, que tendía a pasar las noches en vela leyendo los libros más antiguos jamás escritos. Propulsor de la paz, apenas ejercía el papel de jefe militar, siempre inmerso en su mundo literario. Le dejaba el pleno poder a su segundo hijo, Damon Flame. 

Sus ojos verdes la observaron en silencio. Cynthia le cubrió el dorso de su mano con la suya.

—Mi niña hermosa.

Ambos, padre e hija, se observaron con una luz especial.

—¿Qué os ha parecido la graduación de los Guardia de Sangre, padre?

—Algo tedioso al principio, mi dulce abejita. Pero el momento en el que apareció mi niña para hacer de esos veinte hombres alguien en lo que convertirse, todo se volvió legendario y majestuoso.

—No sabéis lo que decís, padre —comentó la mujer sonrojada.
El estruendo de una de las puertas de acero negro macizo rompió su momento paterno filial, haciendo que ambos miraran con el ceño fruncido al lugar del gran golpe—.

—¡Padre! ¿Por qué no me habéis avisado de la ceremonia de los Guardia de Sangre? Os dije que quería estar sentado en el trono junto a vos antes de que todo empezara—. Cynthia observó en silencio a su hermano pequeño, rubio y de ojos verdes, como todos en aquella familia de reyes y princesas. Con cara de niño bueno malhumorado, miraba a su padre con el ceño fruncido y los labios resecos. Vestido de ropajes caros y atestado en joyas valiosas, esperó impaciente enfrente de las escaleras—.

—Damon, hijo, pensé que al estar ocupado en toda la parafernalia de la guerra no querías que te distrajera.

—Siempre pensáis padre. Siempre pensáis.

Así como vino, el último de los Flame desapareció como la niebla cuando las temperaturas ascienden por lo alto de las montañas—.

—No le hagáis caso padre, sigue siendo un niño mimado enfurruñado por no ser el primogénito.

—Estaré muy orgulloso de ti en cuanto la corona que ahora descansa entre mi cabeza desnuda se pose en la tuya, de hermosos cabellos castaños.

—Aún tendrá que pasar mucho tiempo para que eso ocurra, padre.

Cynthia dejó que el rey de Angos le acariciara la mejilla con sus dedos escuálidos y arrugados.

—Mi dulce, dulce abejita. Los dioses son sabios y te han bendecido con su pureza y belleza. Yo de ambas carezco, aún así te he obsequiado con algo que no se les resta en importancia: la sabiduría. Sé que en cuanto seas la reina de este imperio, este viejo regordete no estará para verte crecer como tal, pero sin duda sabré que mi hermosa hija hará un gran papel como dueña de Angos y gobernarás esta ciudad mucho mejor de lo que yo pude hacer en setenta años. Ahora de mí solo quedan recuerdos punzantes del pasado y cuarenta mistres* de más. Tú, Cynthia, junto a tu hermano Damon, persistiréis en la historia manteniendo nuestro apellido en la gracia de los dioses omnipresentes. Creo justo prolongar y hacer realidad mis palabras, y por ello te nombro, aquí y ahora, como la legítima reina y gobernadora de Angos, ciudad de los corceles.

Un Amor Entre El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora