Quítese el yelmo

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—En mi más humilde opinión, espero que el ganador sea Sir Liros. ¡No me mires así! Bueno, está bien, lo digo por pura conveniencia. Me he encaprichado con Sir Mcthrune y no lo puedo evitar. Tiene algo que, no sé. Me atrae. Y sabiendo que no va a morir en combate, me emociona todavía más.

Ambas se encontraban aún bajando las escaleras de caracol de la torre. Cynthia apunto estuvo de caerse debido al largo de su blanco y ostentoso vestido de seda y encaje. Lydi y una de las empleadas la cogieron a tiempo.

—No cantes victoria. A lo mejor, el tal Sir Mcthrune acaba siendo un ogro maloliente— Cynthia rio y Lydi puso cara de asqueada. Luego rieron entretenidas—. Tienes suerte de que no se le pueda dar muerte al que salga derrotado, y lo agradezco enormemente. Odiaría tener que presenciar otro asesinato más.

Terminaron de bajar cada uno de los escalones de la torre para luego dirigirse al gran salón del castillo.

Lydi se separó de ella para colocarse en uno de los asientos reservados y Cynthia caminó, siempre protegida, hacia el trono. Damon se encontraba a su vera, enfundado en su hermosa armadura dorada y acompañado de los dos misteriosos combatientes.

—Damas y caballeros, ha llegado el momento de la verdad —Damon vociferó a los cuatro vientos. Su voz se escuchó en cada escondite del castillo, erizando la piel de los más fieles y llamando la atención de los más escépticos—. Hoy, esta noche, coronaremos a nuestro futuro rey, esposo y protector de Argos, la ciudad de los corceles.

Dos hermosos corceles, uno blanco y otro negro, se mostraban intimidantes uno en cada esquina de las gigantescas escaleras que precedían al trono. Dos hombres, aquellos que mantenían a los caballos bien situados siempre, clavaron de forma imperceptible en la fina piel de los animales unas púas que los obligaron a relinchar en respuesta. Los asistentes aplaudieron encantados.

No habían escatimado en gastos. Todo era lujo y excentricidad. Los invitados vinieron con sus mejores galas, y las joyas y complementos valían una fortuna. Cynthia sonrió a la par que se sentaba en su majestuoso trono. El collar de piedras preciosas destelló contra la luz de los grandes candelabros que colgaban indiferentes del techo.

—Bien, no pretendo demorar más la interminable espera, así que doy, con el permiso de mi preciosa hermana, la batalla final por comenzada. 

Los dos caballeros se postraron una vez más ante ella antes de bajar las escaleras y situarse en el círculo de combate improvisado que habían montado en mitad del gran salón.

Uno a la izquierda, otro a la derecha, ambos con sus armas mortíferas en alto, apenas acariciándose casi irónicamente.

—¡Jap! —Gritó al fin Cynthia.

Segundos después, solo se oían sus gritos ahogados y el choque de sus afiladas espadas.

Sir Liros fue el primero en hacer el primer movimiento. Atacó sin remordimientos a Sir Mcthrune, provocando que este tuviese que retroceder. Sir Mcthrune no se quedó atrás y contraatacó con severidad. Consiguió hacer que trastabillara con su propio pie y que perdiese el equilibro momentáneamente, ocasión que aprovechó para asestarle  a Sir Liros un duro golpe con la espada. 

Ataque, contraataque. Así había sido la primera y segunda parte del combate. Uno que no pareciera tener fin, pues el nivel que ambos caballeros reflejaban era digno de admirar.

Cynthia no cabía en sí, su corazón no paraba de saltar cada vez que uno caía al suelo o el otro le rasgaba la armadura con el filo mortal de su espada.

Al fin parecía haber un claro vencedor: Sir Liros, pues aprovechando un descuido de Sir Mcthrune, este le había conseguido quitar el escudo que lo protegía.

Un Amor Entre El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora