Capturada

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Abrió los ojos y lo volvió a ver. Su sonrisa la estremeció como la primera vez.

Aquella intensa mirada que diagnosticaba un futuro peligroso la recorrió sin prisa por cada centímetro de su cuerpo, aún acobijado entre las sábanas de su cama.

Quería huir, desaparecer ante aquel escrutinio que la ponía tan nerviosa.
Apenas habían acontecido unas horas desde su primer encuentro y cuando comenzaba al fin a conciliar un sueño no deseado, había sentido el retirar de sus sábanas lentamente.

Como pudo consiguió subírselas hasta su cuello desnudo. Se lamentó el no haberse cambiado de habitación, el no haber avisado a nadie, queriéndolo posponer para el día siguiente, tan cerca pero al mismo tiempo tan alejado de entre las montañas más pequeñas.

Creía que no volvería más, al menos no durante un tiempo. Pero ahí estaba otra vez. Observándola con una sonrisa siniestra, casi escalofriante. Su respiración no paraba de delatarla. Estaba nerviosa y al mismo tiempo sentía una extraña sensación en el cuerpo. La observaba como si fuera una piedra preciosa jamás descubierta, la observaba como si fuera un ser único al que tenía que admirar, aunque su vida dependiera de ello.

Comenzaba a incomodarla. Quería saber qué es lo que quería de ella, por qué estaba allí, quién lo había encomendado y cómo se llamaba. Ansiaba oír su nombre y la incógnita la estaba desquiciando.

-Me temo, señor, que ya hemos pasado por esto. Por favor, decidme de una vez por todas qué es lo queréis. ¿O acaso disfrutáis asaltando a jóvenes e indefensas reinas en sus alcobas mientras todos duermen?

Ni un mísero parpadeo. Ni una sílaba brotar de sus labios carnosos. Se atrevería a pensar que solo se trataba de alguna pesada broma, y que alguien osado le había propuesto a este hombre asustarla por un par de rukias*, para escarmentarla como recién coronada reina. Pero no parecía que le estuvieran gastando una broma en absoluto-. Si no decís nada gritaré a pleno pulmón. Las cerraduras de mi puerta ya han sido desbloqueadas, por lo tanto, mis guardias podrán atraparos y juzgaros como se merece: un vándalo sinvergüenza que se cree que puede entrar en la alcoba de la reina cuando a este le de la gana. Podríais ser desterrado para siempre de Angos u obligado a limpiar las calles. ¿Qué preferís, maleducado misterioso?

Lo observó desafiante, segura de que con sus palabras saldría a defenderse. Abrió la boca, apunto de hacer funcionar su lengua y hablar al fin, pero sin dejar de mirarla, simplemente volvió a cerrarla formando una dulce y letal sonrisa-. ¡Ah, estoy harta!
Saltó de entre las suaves sábanas de seda directa a su cuello, armada con el pequeño cuchillo que utilizaba para abrir sus cartas.
Sorprendido la esquivó como pudo. El filo del arma desfiló por su mejilla produciéndole un corte superficial.

Con rapidez logró arrebatarle el cuchillo y tirarlo lo más lejos que pudo.
La sujetó por las muñecas y volvió a tumbarla con dureza sobre las almohadas de doradas telas.

La inmovilizó una vez más con el peso firme de su cuerpo mientras colocaba ambas rodillas a cada lado de sus caderas.
Su pecho subía y bajaba de forma descontrolada. Observó la fina línea de sangre que comenzaba a surcarle la mejilla, su mandíbula apretada y sus ojos enfurecidos.

Nunca podría acostumbrarse a aquella sensación. Lo miró con los ojos desorbitados, esperando con resignación su muerte inminente.

La rigidez de sus muslos junto con la densidad de su musculatura hundían la superficie de la cama, provocando que Cynthia se sintiera incluso más pequeña y atrapada.

-Mátadme. No quiero rogar más por mi vida, así que mátadme ya. No quiero seguir viviendo en esta agonía inacabable.

Cerró los ojos con fuerza, queriendo escapar entre la oscuridad de aquella ilusoria ceguera. Huir para siempre de aquel lunático, de aquel castillo y de aquella ciudad, que parecía dormida e ignorante ante el asesinato de su reina.

Un Amor Entre El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora