Nuevas promesas

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—¿No va a decir nada? ¿No va a admitir que le ha gustado? ¿O acaso no ha tenido suficiente y quiere que lo vuelva a hacer?— La joven muchacha rio sin gracia. 

Dante la observó sin inmutarse. Le había arrancado los pantalones, se los había tirado lejos de la habitación y lo había tocado sin consentimiento. 

Nunca se había sentido tan sucio y tuvo ganas de ahogarla con sus propias manos—. Al menos sí hay alguien que lo ha disfrutado. Su pequeño amigo se ha alegrado de mi buen trabajo— comentó de lo más sonriente—. No entiendo el motivo de su ceño fruncido-volvió a sonreír. Se recostó encima de su cuerpo y acercó la boca a sus labios. Dante como pudo la esquivó, impotente y con la furia apoderándose de su sentido común—.

—Todos dicen que no habláis desde la muerte de vuestra familia. Desde mi punto de vista, y por favor, no os enfadéis, creo que es una excusa para saliros con la vuestra— lo miró directamente a los ojos. Se recostó sobre él apoyando su cabeza en su pecho. Él observó una oscura mancha en su iris colorido por un azul casi cristalino, transparente—. Que sí, ha sido la peor experiencia que le puede ocurrir a cualquier persona, ¿pero quién no ha tenido que ser testigo de una tragedia, de algo que simplemente no se puede nombrar en alto solo por el hecho de querer dejarlo pasar?—. Comenzó a trazar círculos imaginarios en su torso, enredando el dedo índice en el vello rizado de su pecho—. Todos, querido Dante. Mas vos os habéis hecho la víctima, haciendo sentir pena a todos cuantos saben de vuestra historia. Vuestra fama crece y con ella el negocio. ¿Muy rentable últimamente, no es así? Por eso os he dejado con vida. Por eso os he sedado. Quiero que os quedéis aquí conmigo, sin nadie a vuestro al rededor para dificultar mi objetivo- se irguió y se acomodó mejor entre sus caderas desnudas. Con una sonrisa socarrona mordió la base de su cuello recorriendo con su lengua la mandíbula cuadrada—. Quiero asignaros a alguien.

Él la observó, ella lo analizó. Tras unos segundos de profundo silencio, terminó por incorporarse. Dante respiró aliviado.

—Queráis o no, cumpliréis con mis órdenes. Por el contrario, recibiréis una lenta y desagradable tortura— dio una palmada en el aire emocionada y se alejó de él para dirigirse a la puerta principal—. Vuelvo en seguida, he de buscar más hierbas de esas que os dejan así de sumiso. En cuanto vuelva os diré a quién tenéis que silenciar. No os vayáis—. Volvió a reír. Antes de traspasar el umbral se detuvo y giró la cabeza para observarlo una vez más—. Quién me iba a decir que tendría en mi poder a semejante asesino, "El sicario del silencio".

Bajó las escaleras riendo de forma escandalosa.

Tenía que escapar sí o sí. Era su única oportunidad.

Barrió con su mirada todo cuanto le rodeaba, vislumbrando con dificultad estanterías repletas de libros viejos y abandonados por cualquier tipo de interés humano. Las dos únicas ventanas que se hallaban en aquel lugar estaban selladas por largos trozos de madera mal cortada, proporcionándole una luz artificial proveniente de las velas carcomidas por la cera fría. 

Con el cuello dolorido volvió a posar la cabeza tras un largo suspiro de impotencia. No podía escapar. Estaba atrapado de la forma más ruin. Si pudiera al menos defenderse...

Pensó en Cynthia Ledger Flame. ¿Dónde estaría ahora? ¿La tendría en un cuarto contiguo igual de acorralada? ¿Habría logrado escapar? Si fuese así...¿estaría buscándolo tras pedir ayuda, o simplemente al pisar su castillo todo cuanto habían compartido durante las últimas horas se habría esfumado de sus pensamientos? Cerró los ojos con fuerza. ¿Qué más daba ahora? No iba a salvarlo, pues lo que más quería acababa por cumplírsele. Escapar de él era de seguro su principal deseo, y al final, pensó él, acabó haciéndose realidad, de la forma menos grata.

Un Amor Entre El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora