Recorrí por dentro, en lo que era la entrada de la terminal; no sabía qué estaba esperando, pero presentía que algo pasaría. O eran los nervios de ese momento; no lo sabía.
En eso llegó una Chevrolet Blazer, me pareció un modelo de los 90, raudamente se metió al estacionamiento y bajaron dos personas con el rostro muy alterado, como buscando a alguien. Pero ellos no sabían nuestro aspecto; eran personas que no vi en la casa de seguridad. Pasaron a mi lado y nada. En ese momento salí de la terminal, me acerqué a un taxista y le pedí que me llevara a un Wallmart. Los hermanos me siguieron de lejos. Subí al vehículo y unos metros más adelante suben los hermanos. Salimos de ahí, ya no supimos nada más del otro grupo que debía salir detrás de nosotros. En el taxi pregunté a los hermanos adónde debían llegar. «Las Vegas», contestaron, pero no tenían dinero ni sabían cómo. Sugerí comprar ropa porque necesitábamos cambiar nuestro aspecto para pasar desapercibidos.
—Yo les llevaré hasta el lugar donde tienen que llegar, así aprovecho esta única oportunidad de conocer Las Vegas.
Fue impresionante cómo después de que todo estaba en mi contra y gracias a la perseverancia, a no rendirme, tenía la posibilidad de caminar hacia adelante y conocer lugares que antes solo veía en la tele. Ahora cada película que veo y que se haya filmado por donde yo pasé puedo decir «ahí estuve yo».
Le conté al taxista lo que habíamos pasado, él dijo «compren ropa y traigan un mapa de la nación, con eso les digo por dónde es más seguro que continúen». Fuimos a buscar las ropas y nos cambiamos en el taxi. Tiramos en un contenedor de basura las prendas y zapatos usados. El taxista abrió el inmenso mapa sobre el capó de su taxi y me señaló por dónde debíamos ir para llegar a Las Vegas y cuáles eran las rutas que debíamos evitar porque solía haber retenes migratorios, específicamente la ruta 10.
Fuimos a comprar los pasajes del autobús que iba por una ruta segura. En eso dijo el taxista:
—Pero si ustedes van a comprar pasajes se pueden delatar porque no hablan inglés, yo puedo comprarles pasajes hasta Las Vegas que siga la ruta segura.
—Le gratificaré por todo —le dije; fuimos al otro lado de la ciudad en una terminal más grande, compró los boletos, le pagué 100 dólares por todo el servicio, que era tres veces más de lo que costaba, y continuamos viaje. Ya solo me quedaban 300 dólares. Los hermanos me prometieron que, al llegar a Las Vegas, sus familiares me irían a devolver lo que invertí en ellos.
En la madrugada, poco antes de amanecer, estábamos llegando a la ciudad del pecado, en el estado de Nevada. Todavía en el bus, bajamos una colina y a lo lejos se veían luces resplandecientes, señal de que estábamos arribando. Era un cuadro característico de Las Vegas, una imagen fabulosa, una hermosa postal que quedará en mi mente para siempre. Llegamos y estaba amaneciendo. Llamamos a los parientes de mis acompañantes, llegó el cuñado de los hermanos a eso de las 7 de la mañana a la terminal.
Fuimos a su casa donde nos recibieron con un súper desayuno, pedí pasar al baño para asearme y luego desayunar. Me tomé mi tiempo bajo la ducha para relajarme y agradecerle a Dios por estar vivo, por cumplir mi objetivo. Me vestí. Salí del baño y cuando fui a desayunar la hermana de mis acompañantes y su cuñado, visiblemente conmovidos y con lágrimas en los ojos, me abrazaron fuertemente; me agradecieron todo lo que hice por sus familiares. Yo me sorprendí. Mientras me estaba duchando, los hermanos les contaron todo lo que hice para que saliéramos de la casa de seguridad.
Terminamos de desayunar y le dije a los dueños de casa que iba a salir a conocer el centro de Las Vegas.
—¿Sabrás cómo regresar? —inquirió la dueña de casa.
—Sí —contesté— no se preocupe.
Entonces salí a caminar, admirado de todo lo que se alzaba a mi alrededor. Paré a comprar una tarjeta de llamadas internacionales. Busqué un teléfono público y marqué el número, como desde hacía tiempo estuve esperando. Llegó la hora de terminar con mi matrimonio; de hecho, ya estaba más que destrozado ese estado civil, pero había que darle la estocada final, por lo menos verbalmente; después vendrían los papeleos. Digité el número de Ana. Ella me contestó, muy emocionada.
—Ya estoy en Las Vegas, estoy seguro aquí. Dentro de poco voy hacia el norte donde ganaba superbién para que a mis hijos no les falte nada. Quiero decirte algo muy importante.
—Sí, te escucho.
—¿Te acordás de cuando llegué a Paraguay, vos tenías un amante y me trataste muy mal? Me echaste de mi casa, que se construyó con mi sacrificio, trabajando duro aquí en Estados Unidos—.
Ella estaba en silencio del otro lado del teléfono. Yo seguí:
—¿Te acordás de que por tu desplante caí en depresión profunda y de ahí me levanté para estar donde estoy ahora? Pues bien, ahora puedo decirte que lo nuestro se acabó, desde hoy de vos no quiero saber nada más. Hacé tu vida como quieras, yo desde hace un mes empecé a rehacer mi camino.
Ella se soltó a llorar.
—No, por favor, perdoname, por favor…
Corté la llamada. Me quedé en silencio por un instante, respiré hondo y marqué a mi papá para avisarle que ya había llegado, que estaba bien. Después de más de quince días de haber salido de Paraguay. Él se puso muy contento, hablamos un buen rato, me deseó muchos éxitos. Nos despedimos y me quedé unos segundos sosteniendo el tubo del teléfono en el aire. Cuando colgué di media vuelta y me dirigí a la terminal de autobuses para comprar un pasaje que me llevara a Nueva York. El autobús salía a las cinco de la tarde.
Regresé a la casa de los mecánicos para almorzar y dormir un poco. En la mesa el dueño de casa me preguntó:
—¿En qué trabajas allá en el norte?
—En construcción.
—Quédate aquí, te daremos alojamiento y te ayudaré a conseguir trabajo en la ciudad.
—Muchas gracias por el gesto, pero mi camino no termina aquí, debo seguir hacia el norte.
Terminé mi almuerzo y pedí permiso para recostarme un rato, me dieron la mejor cama de la casa, la más cómoda, como agradecimiento por todo lo que hice por los muchachos, y dormí. Desperté tarde a más de las 5 y perdí mi autobús, pero no dije nada, solo me despedí. Los hermanos me dieron un fuerte abrazo y me pidieron una vez más que me quedara, pero mi destino estaba más arriba del mapa.
Me devolvieron la inversión y caminé hasta la estación de autobús donde compré otro boleto, este salía a medianoche rumbo al noreste. Salí a la calle, busqué algo de comida para la cena y volví a la estación. Allí ocupé un lugar en la vereda, a esperar recostado por la pared. El resto de la noche recibí ofertas de todo tipo de drogas. Yo ya no estaba para eso, ya lo había dejado atrás. Llegó la hora de partir rumbo a Nueva York y por fin abordé el bus. Me dormí al poco tiempo; al amanecer cambié de asiento, del medio me fui al fondo, donde había una hilera de tres asientos que me permitieron estirar las piernas.
Unos minutos después, el autobús hizo una parada en una estación de servicio. ¡Vaya sorpresa!, en esa estación había un puesto de control. Eran policías federales con perros antidrogas. Los pasajeros aprovecharon para ir al baño y comprar desayuno. Hice lo mismo para alejarme de los policías. Al regresar observé el control como los demás pasajeros; el perro no encontró nada en las maletas ni en los maleteros. El oficial no subió al autobús, solo controló esa parte. Volvimos todos a ocupar nuestros lugares, yo me acomodé de nuevo hacia el fondo, y emprendimos el viaje.
Unos kilómetros más adelante vi que alguien se levantó de su asiento ubicado en medio del autobús y vino hacia mí, me dije «este va a entrar al baño», pero no. Se pegó a mi asiento, extendió la mano y de entre el respaldero y la ventanilla sacó un paquete envuelto en papel aluminio. Antes de girar hacia el frente lo guardó entre sus partes íntimas y volvió a su sitio. Yo me quedé diciéndome «¿qué carajos pasó aquí?» y caí en la cuenta de que era un distribuidor de drogas. «Es lo único que me falta por pasar», me dije a mí mismo. Solté una sonrisa y pensé: «A partir de aquí sé que voy a llegar a mi destino con bien», y disfruté el resto del viaje.
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Memorias de un migrante
AdventureReseña de "Memorias de un Migrante" por * Marco Antonio Salinas Memorias de un Migrante" es una obra que trasciende fronteras y toca el corazón de quienes han soñado con una vida mejor. Marco Antonio Salinas nos lleva de la mano por un recorrido í...