Capitulo 3

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Una vez en casa, me recibieron demasiado bien Ana y mis hijos. Estaba muy feliz por haber satisfecho ese deseo enorme de volver a ellos, pero tuve sentimientos encontrados, ya que a la vez experimentaba miedo, ansiedad, angustia, incertidumbre y, sobre todo, culpa. Mi esposa preguntó cómo fue el accidente que tuve y le conté la historia ficticia, un día trabajando en un andamio este cedió por el peso y por la mala ubicación del mismo, perdí el equilibrio y caí sobre mi pierna derecha que sufrió una fisura, según la radiografía que me practicaron en el hospital al que me trasladaron después del accidente, que al segundo día, y con el reposo de tres semanas que me recomendó el médico, caí en cuenta de que no iba a poder mantenerme allá en esas condiciones, que allá me habían colocado el yeso, pero para el vuelo debían de sacarlo de nuevo por la presión en la cabina del avión en vuelo.
Ana pareció convencerse y se preocupó por los cuidados de la pierna. La primera vez quedó bien el yeso que ella colocó, pero a la semana debía de cambiarlo porque estaba muy apretado y me afectó la circulación sanguínea, al punto de que se puso morada la pierna. Así estuve cinco días, visitando a mis parientes y amigos y contando esa historia de la razón de mi retorno una y otra vez.
Fui también a ver a mis excompañeros del canal y allí me ofrecieron volver a trabajar con ellos porque necesitaban personal con experiencia. En ese momento me di cuenta de que esa jugada me había resultado muy bien.
Me movilizaba aun con muletas y la pierna enyesada. Al cabo de un mes trabajando temporalmente de nuevo en el canal de televisión, mis colegas me preguntaban insistentemente detalles sobre cómo eran los Estados Unidos y yo les contaba siempre las maravillas que vi y viví allá, tanto así que dos de ellos me propusieron volver y, como yo no la estaba pasando bien económicamente porque tenía tres hijos pequeños, me convencieron.
Los compañeros de trabajo que querían migrar a Estados Unidos, Juan Carlos y Manuel, me ofrecieron cubrir los gastos de mi pasaje si yo me iba primero y les conseguía vivienda y empleo seguros. Era un buen negocio para todos.
De esa manera, hablé con Ana y ella sin pensar dos veces aceptó la propuesta, había que hacerlo por las deudas y las necesidades en la casa; en el canal, mientras tanto, me preguntaron si seguiría trabajando con ellos para preparar el contrato. Agradecí a mi jefe su buena voluntad, pero le dije que volvería a intentarlo en Estados Unidos.
Desde ese mismo momento me puse a averiguar cómo conseguiría dinero para el voucher y se me ocurrió hablar con Sergio, un amigo que era agente de la Senad en aquella época. En ese tiempo yo era consumidor ocasional de estupefacientes, por eso sabía dónde se vendían. Le pregunté cuánto me pagarían si les daba las coordenadas de un micro traficante de la zona. Sergio ideó un plan que consistía en hacer una compra simulada, para la cual me entregó 300.000 guaraníes. Apenas concretada esa parte, con una señal que yo le hiciera, previamente acordada, entrarían para arrestar al sujeto y también a mí, pero a mí me soltarían y me desvincularían del proceso consecuente. Me pagaría el servicio con lo que pudieran quitarle al traficante.
—Necesito 3.500.000 —confesé.
—Hay que ver si llegamos a ese monto —razonó Sergio.
No sentí confianza de su respuesta, así que le propuse indicarle la dirección del sujeto, ellos vigilarían los movimientos, porque en el caso de que no me asegurara el monto yo no me iba a arriesgar tanto. Sergio reunió a sus camaradas, subimos a una camioneta tipo comando, con vidrios polarizados. Les enseñé dónde quedaba la casa del distribuidor, y después ya no supe si se hizo el allanamiento o la intervención, lo que sí supe fue que no me pagaron ni un guaraní por la información que les propiné.
Transcurridas las semanas, tuve que buscar otro método. Recordé que había una familia coreana que siempre recibía a parientes que venían de su país para establecerse en Paraguay, entre ellos, menores de edad que estudiaban aquí desde que llegaban, pero cuyas calificaciones no les favorecían al desconocer el idioma. Una vez le vendí un título de bachiller culminado, todo visado por el Ministerio de Educación, a uno de los integrantes de esa familia, por lo que me acerqué nuevamente a ellos para ofrecer el mismo servicio. Para mi buena suerte, me hicieron un pedido cuyo costo era de 1.000 dólares.
Hicieron un depósito de 500 dólares para iniciar los trámites. Hablé con mi contacto, Deisy, que en ese tiempo era la secretaria general de un colegio para refugiados, dentro del sistema educativo del Paraguay. Le acerqué todos los documentos y ella se puso manos a la obra. En un día lo tuvo todo preparado para que yo pudiera retirar los papeles. Deisy me pidió la totalidad del costo que, en ese tiempo, rondaba los 2.000.000 de guaraníes.
—Tenés que confiar en mí, porque ellos no van a dar el dinero si no les llevo los papeles —le expliqué. Ella me entregó entonces los documentos y fui a cobrar la totalidad. Decidí no pagarle a Deisy. No es algo de lo que me enorgullezca, pero esperaba tener oportunidad más delante de devolverle el favor. Por de pronto, estaba enfocado en conseguir lo más pronto posible el voucher. Por otro lado, a veces toca hacer un poco de justicia ante tanta corrupción del sistema.
El dinero que me dieron mis compañeros de trabajo me sirvió también para comprar el pasaje. Ya tenía reunidos todos los requisitos para volver a los Estados Unidos y entrar en forma legítima, pues había salido antes de que se cumplieran los 90 días que regía el permiso para permanecer en calidad de turista.
Me despedí de mi familia, agarré mi mochila y caminé hasta la parada del colectivo. Subí a dos de ellos para llegar hasta el aeropuerto. Eran los últimos días de agosto del año 2001. Abordé el avión con la convicción de que estaba haciendo lo correcto por el bienestar de mi familia.
Una vez en el aeropuerto de Nueva York pasé el proceso de trámites en Migraciones sin ningún inconveniente. Afuera me esperaba el cuñado de mi hermano que vivía ahí hacía un buen tiempo, a quien había contactado también en el primer viaje. A los tres meses de haber vuelto a Estados Unidos, solo uno de los compañeros de trabajo, Juan Carlos, pudo migrar; a la otra persona no le otorgaron la visa.

Memorias de un migrante Donde viven las historias. Descúbrelo ahora