Empezamos con todo trabajando muchísimo esa semana. Llegó el sábado y yo estaba muy motivado, fuimos con Waleska a una discoteca hispana en los alrededores de la ciudad. Era el 11 de septiembre, se conmemoraba un aniversario más de los ataques terroristas en EE.UU., lo recuerdo muy bien porque también ese día fue el cumpleaños de la hija mayor de Waleska.
El bar estaba abarrotado, así que nos sentamos en la barra, pedimos unos tragos y nos pusimos a charlar. La notaba extraña, como si algo le estuviera angustiando. Le pregunté qué le sucedía. Al principio dijo que nada e hizo que me olvidara de esa sensación. Hablamos de todo un poco, más de mí, obviamente, porque ella como que eludía algunas preguntas que le hacía para conocerla más, hasta que hice algo que cambió su estado emocional y me gané unos puntos muy importantes con esa acción.
La barra tenía una forma de L y estaba justo a la entrada del local. Ella y yo estábamos sentados en la esquina de la barra, cuando entró una vendedora de flores y pasó a su lado. Ella suspiró y dijo «¡Me encantan las flores! Cómo quisiera unas». Dejé que pasara un buen rato, pero yo no le perdí el rastro a la vendedora de flores. Cuando vi que esta ya iba regresando hacia nosotros como para retirarse, le dije a Waleska que me esperara. Alcancé a la vendedora a mitad de camino. Por fortuna, aún tenía varios ramilletes de flores, compré uno y esperé un rato hasta que la mujer se dirigiera hacia Wally, como la empecé a llamar desde ese día, para ganar la calle.
Ella no se lo esperaba. Cuando regresé, le dije «se le acabaron las flores a la señora». Wally miró hacia la calle, hacia donde la mujer acababa de pasar, y vio que todavía llevaba varios ramos, y cuando volteó hacia mí como para decir algo, me vio sosteniendo un ramillete, su rostro mudó pero feliz. Ahí estaba yo sosteniendo sus ilusiones con un gesto de cariño. Ella sonrió y nos fundimos en un abrazo seguido de muchos besos. En ese momento empezó la fiesta para los dos.
Horas después salimos del local. Eran las tres de la madrugada. Fuimos a mi departamento, pasamos el resto de la noche juntos en mi cama, teniendo sexo como dos adolescentes. Al amanecer nos preguntamos ¿y ahora qué hacemos? Los dos ya estábamos enganchados, ella me había dicho que no estaba casada con el papá de su hijo menor, que nunca se había divorciado del padre de sus otras dos hijas porque nunca más lo vio y no veía la necesidad de dicho trámite.
Yo le conté que eso era solucionable, uno de mis objetivos desde que llegué a ese país era conquistar y casarme con una ciudadana americana para acceder a la Green Card. Obviamente, ella desconocía mi plan. Pero en ese tiempo, yo no sabía que ya no podía acceder a la residencia después de haber entrado legalmente y haber violado la ley quedándome por dos años y medio más un par de deportaciones. Le planteé que dejara al papá de su hijo si ya no era feliz con él. Esa propuesta quedó flotando en el aire.
Nos veíamos casi todos los días. Una noche le presenté a mis compas de trabajo, trajimos comida y compartimos con ellos, charlando y bebiendo unas cervecitas.
Al día siguiente, los muchachos y yo fuimos a trabajar. Empezamos nuestra primera obra como independientes, estábamos muy motivados y yo más aún, porque todo lo que tocaba se convertía en oro; es decir, que todo lo que tenía en mente se estaba volviendo realidad, y en el camino me preguntaban «¿qué tal la morra?, ¿cuándo la traes a vivir contigo?» Sonreía y les decía «ya pronto, pero no la llevare a vivir donde ustedes porque son un peligro». Risas de por medio seguíamos camino. ¡Nos iba tan bien! En cada trabajo que hacíamos éramos los cuatro fantásticos Juan, Moisés, Ever y yo, así pasaron las semanas, pasó el mes.
Finalmente, Wally se separó de su pareja, alquiló un departamento que está ubicado en el 412 de Harvard St., para ella y sus dos hijas. No tenían casi nada. A las niñas les faltaban camas, por lo que compré unos colchones inflables para ellas y a Wally le di uno de los dos colchones inflables que yo tenía en mi habitación. Ella no ganaba lo suficiente en el trabajo que realizaba en el aeropuerto, en el área de limpieza, yo le ayudaba en lo que podía.
También el Gobierno le ayudaba a través de una ley llamada Sección 8, en la que se incluye renta, víveres y un cheque mensual. En el caso de la renta, el gobierno le pagaba el cincuenta por ciento, un porcentaje similar en el caso de los víveres. El aporte era mensual. El beneficio termina cuando el subsidiado consigue un trabajo estable.
El hijo de Wally se quedó a vivir con su padre. Ella tenía una van averiada que quedó estacionada frente a la casa de su expareja. Le propuse a ella ir a buscar su vehículo para mandarlo a reparar, entonces fuimos en la camioneta de mi grupo de trabajo hasta allá. Al llegar ella le marcó al teléfono a su ex.
—Quiero ver a mi hijo —expresó.
Entonces el hombre abrió la puerta de su casa para que entrara. Yo mientras subí a la van para hacerla arrancar. Un poco después vi que salió el hombre con un bate de béisbol con actitud furiosa hacia mí. Rápidamente entendí el contexto e intenté mover la van para salir, pero ya se había venido encima del vehículo, abrió la puerta de pasajero y trató de golpearme con el bate. Yo me defendí como pude, lo saqué fuera del auto a patadas. Él trató de volver hacia mí por el otro lado, metí en eso el cambio y arranqué antes de que llegara hasta donde estaba. Cuando estuve a punto de alejarme le metió un batazo a la ventanilla del conductor y explotaron los vidrios. Me alejé cuanto pude y luego le marqué a Wally para saber si estaba bien. Todo alterada ella me preguntó qué fue lo que pasó, porque su ex presentaba algunos cortes y estaba hecho un volcán. Le conté lo que pasó.
Cuando pude volver a la camioneta del grupo me acompañó Ever a quien no le comenté nada de lo que pasó. Fuimos para rescatar el vehículo. Por suerte, el sujeto no sabía en qué vehículo habíamos ido hasta ahí. Wally salió caminando unas cuadras y subió a la camioneta. Me contó que el hombre quedó encabronado. A partir de ahí supe que debía cuidar mis pasos.
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Memorias de un migrante
AventureReseña de "Memorias de un Migrante" por * Marco Antonio Salinas Memorias de un Migrante" es una obra que trasciende fronteras y toca el corazón de quienes han soñado con una vida mejor. Marco Antonio Salinas nos lleva de la mano por un recorrido í...