Capitulo 18

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Ya había pasado un año y medio de haber vuelto a los EE.UU., si bien no me había divorciado legalmente de la madre de mis hijos, al dejar Paraguay yo decidí terminar con esa relación dejándola libre para que rehiciera su vida con alguien más, porque siempre hubo alguien más, es por eso que había tomado la decisión de volver al Norte, para empezar de nuevo.
Una mañana muy temprano salía de mi casa para ir a trabajar, cuando al llegar frente al domicilio de mi ayudante, le avisé que ya había llegado. Me pidió que lo esperase un rato y así lo hice. En eso entró una llamada en mi celular desde Paraguay, del número de teléfono de Ana. Me asusté, pensé que a alguno de ellos le había pasado algo. Cuando atendí, lo primero que pude decir fue: «¿Qué les pasó a mis hijos, ellos están bien?»
—No, tranquilo. Ellos están bien. Te llamo por otra cosa. Quiero decirte algo.
—Te escucho. ¿En qué puedo ayudarte?
Todavía no amanecía del todo y ahí estábamos ella y yo, teniendo esa conversación.
—¡Quiero volver con vos!
—¿Cómo que volver conmigo? No entiendo, explícate mejor, cómo es eso.
—Sí. ¡Quiero que volvamos a ser pareja!
—Pero ¿qué pasó de tu pareja actual?
—Esta mañana le eché de la casa porque descubrí que tenía una amante. Eso fue la gota que colmó el vaso. De hecho, ya no sentía nada por él.
Yo quedé sorprendido.
—¿O sea que el tipo vivía en mi casa?
—Solo los fines de semana venía.
—Lo siento mucho por vos, por lo que estás pasando ahora, pero yo tengo un compromiso aquí, vivo con alguien y tenemos una relación estable…
No acepté su propuesta de buenas a primeras, pero los siguientes días ella insistió. Volví a aclararle que yo estaba en una relación, ¿cómo pretendía que volviéramos?
—¡No me importa! Quiero que me trates con cariño, que me digas «mi amor», que tengas sexo por teléfono conmigo.
Como estábamos lejos uno del otro, terminé aceptando solo por seguirle la corriente. No creía que esto llegara a afectar mi relación con Wally, pero ese fue el principio de la autodestrucción. Antes de acceder a lo que Ana me pidió yo llamaba a mis hijos en presencia de Wally, que siempre escuchaba lo que hablaba con ellos y con Ana. A partir de esta nueva situación ya no llamaba a Paraguay cuando Wally estaba en casa, inventaba cualquier excusa para apartarme de ella y poder hablar con Ana. Eso poco a poco fue deteriorando la relación, las discusiones se hicieron más frecuentes e intensas.
Un día dejé con ella un cheque al portador por valor de 2.500 dólares que me había pagado un cliente nuevo llamado Scott Wallas, de la empresa Wallas Pastering ING. Este documento estaba destinado al pago del personal. Por la tarde, cuando regresé del trabajo, la noté muy extraña. Le pregunté si pudo cambiar el cheque.
—Fui para cambiarlo, pero dentro del banco revisé mis bolsillos y el cheque no estaba, se perdió.
Yo me volví loco, entré en pánico porque les debía a los muchachos su sueldo. Me enojé tanto que le reclamé ofuscado el por qué no me llamó inmediatamente para contarme eso y mandar a anular el cheque para que nadie lo pudiera cobrar. «¡¿Qué hacemos ahora?!»
Wally en todo momento se negó a llamar al titular para anular el cheque, se negó a hacer cualquier acción tendiente a recuperar ese dinero. Yo estaba que me llevaba el diablo y le grité cosas, de tanta rabia que sentía agarré mis ropas y me fui de la casa. Le pedí alojamiento a los muchachos salvadoreños que en ese momento trabajaban conmigo.
Al día siguiente, por la tarde, llegó un policía hasta la casa donde me había mudado después de discutir con Wally, sobre Lake Ave. Manchester, Nueva Hampshire. El oficial preguntó por mí, yo bajé a recibirlo para saber qué necesitaba. Me pidió que saliera de la casa porque había una denuncia en mi contra por violencia doméstica. Yo, ingenuamente, sin conocer mis derechos, salí a la vereda y en ese momento me puso bajo arresto. Me trasladó a la comisaría. Como a las diez de la noche me informaron que tenía que pagar una fianza de 60 dólares para salir, y que debía presentarme una semana después en la Corte para una audiencia de imposición de medidas con el juez.
Me dijeron que me asignarían un abogado del Estado en caso de no tener recursos para pagar uno privado, les dije que no tenía dinero para pagar un abogado, me dieron fecha, pagué la fianza y salí, muy molesto por el problema en que me metió esa mujer. ¡Aparte de robarme fruto de mi trabajo, me envió a la cárcel! Me sentí tan decepcionado que empecé a tomar cerveza, tanta, tanta que me entró la locura de ir a Boston manejando. Quedaba una hora de camino por la autopista 93. Todo el camino me pregunté por qué Wally me hizo ese tremendo daño siendo que yo le daba todo, no le hacía faltar nada. Era una actitud de las personas hacia mí que se repetía una y otra vez en las distintas parejas que llegué a tener y que a hoy día me sigue sucediendo.
A mitad del camino observé que una patrulla de policía me seguía con las balizas apagadas, obviamente. Traté de no cometer ningún error al conducir porque si me descubrían en el estado en que me encontraba me metería gratuitamente en otro problema más grave. Así que tomé la primera salida de la autopista y retomé en sentido contrario para volver donde me estaba hospedando, que era con los salvadoreños. Pero al llegar de nuevo a la ciudad, tomé el camino a la casa de Wally, llegue y golpeé suavemente su ventana.
Ella abrió y entonces le pregunté por qué me hizo esto. No me aguanté las tremendas ganas que tenía de llorar y lo hice, estaba muy dolido por su actitud. Wally se conmovió, me abrazó desde la ventana y me pidió disculpas, me hizo pasar. Nos reconciliamos esa noche y del tema del cheque nunca más se habló. Le salió bien la jugada. Al día siguiente fue a retirar la denuncia; le dijeron que podía retirarla, pero que la fiscalía impulsaría el caso de oficio.
Cuando llegó el día de la audiencia, me presenté a la hora fijada. Lo más irónico fue que la denunciante estaba ahí, acompañándome. La Corte me puso un traductor y un abogado del Estado. Nos reunimos los tres en una sala contigua para que el abogado me explicara de qué se me acusaba y lo que sucedería en la audiencia. Fueron cuatro delitos menores los que tenía encima que combinados configuraban un delito grave que implicaba un tiempo en prisión. El abogado recomendó que me declarara culpable de los cargos para tener un juicio abreviado. Yo salté. ¿Cómo declararme culpable por algo que no hice? Le pregunté en caso de acceder, qué consecuencias tendría eso para mí.
—El máximo sería de ocho meses de prisión que se pueden reducir a seis por buena conducta.
—¡No! ¡No me declararé culpable! ¡Me niego!
—En ese caso ahora voy a negociar con la fiscalía.
Al regresar de esa reunión, el abogado dijo que el fiscal aceparía mi culpabilidad en dos cargos para sí ir a evaluación psicológica y, dependiendo del informe profesional, continuaría el caso o lo desestimaría. En ese momento me llamaron para ingresar a la sala.
Esperamos un par de minutos, hasta que ingresó el juez. En la sala había otras personas que tenían diferentes casos. A mi turno, me puse de pie, el juez me leyó los cargos de que se me acusaban y me preguntó en cada uno de ellos cómo me declaraba. Respondí a los más graves «no culpable» y a los más leves «culpable». Se asentó en el acta y el magistrado dictaminó, tal como habíamos negociado con la fiscalía, evaluación psicológica. Determinó a quiénes dirigiría esa prueba y la fecha del informe final para continuar o desestimar el caso.
Pasada la semana, fuimos al sitio donde el juez ordenó para la evaluación. La denunciante no se despegó de mí un segundo. En la entrevista, relaté a los psicólogos qué fue lo que realmente había sucedido ese día, y rematé diciendo: «Es una actitud normal ofuscarse por la desatención de una persona a quien se le confía mucho dinero y que lo haya extraviado». Así finalicé mi alocución. Me dijeron que remitirían el informe al juzgado, pero que no me preocupara porque no encontraron razones para dudar de mi palabra, y que lo más probable era que el caso fuese desestimado.
Así mismo sucedió días después: el caso se cerró y pude continuar con mi vida. A partir de ese suceso, la relación de pareja empezó a deteriorarse; de mi parte ya no había confianza, me volví más frío y me enfoqué en mi principal objetivo, que era la residencia permanente, a la que podía acceder casándome con esa mujer. Dejé de lado todo sentimentalismo. Ahora solo pensaba en la condición de residente. Total, fue para eso que justamente enamoré a Wally.

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