Capitulo 14

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A mediados de esa semana les comenté a los muchachos la idea que tenía de formar una sociedad e independizarnos laboralmente. Ellos se mostraron muy entusiasmaos y acordamos dividirnos las tareas para lograr la independencia.
Juan y Moisés se encargarían de preguntarle al jefe qué documentos necesitábamos para trabajar por nuestra cuenta y yo debía averiguar precios de las herramientas más grandes para realizar los trabajos. Estos elementos se componían básicamente de taladros, caballetes con graduación de altura para cielorraso de 8 a 9 pies de altura; aparte de eso cada individuo era propietario de su morral con herramientas de mano, como cinta métrica, cúter, lápiz, martillo para drywall y un pequeño serrucho para cortar yeso. Aparte necesitaríamos de un vehículo, porque al ser independientes ya debíamos ir por nuestra cuenta a cada trabajo.
Con la cinta métrica sucedía algo genial, si la comprabas de la tienda Sears, sin importar cuándo lo compraste, hoy o hacía años, si se soltaba la cinta métrica por mucho uso o por mal uso o por desgaste muy evidente, te la cambiaban por una nueva de paquete. Esa parte del trabajo era muy gratificante porque trabajabas tranquilo sabiendo que si tu herramienta se descomponía tendrías una nueva gratis las veces que lo necesitases. Era una sensación de ganancia constante, por eso cada uno de los compañeros teníamos de a dos cintas.
Según Juan y Moisés, el jefe les había dicho que necesitaríamos de un seguro para cobertura de accidentes y así él ya podía pagarnos por placa, que eran 10 dólares cada uno; es decir, si yo instalaba ochenta y dos placas en un día mi ganancia sería de 820 dólares, siendo que él nos pagaba el día a 180 dólares, lo que no estaba mal tampoco. Como ya dije, éramos tan buenos en lo que hacíamos que el jefe no nos dejaría ir por nada del mundo, así que aceptó la propuesta. Nos hizo un préstamo de 3.000 dólares para la compra del seguro que costaba 600 dólares.
En ese ínterin, también buscamos una camioneta y la conseguimos por 1.400 dólares. Por el resto, compramos lo que faltaba.
Todo se dio muy rápido. Nosotros sentíamos que éramos invencibles, que nos habíamos sacado la lotería. Estábamos viviendo el famoso sueño americano.

Memorias de un migrante Donde viven las historias. Descúbrelo ahora