16.- Termina la adicción...

1.1K 165 17
                                    

—Creo que ya sé... —susurraste entre jadeos, apoyando tus manos sobre sus hombros, moviendo tus caderas con suavidad— a qué te refieres cuando... dices que quieres hacerme daño... sin llegar a matarme. —Articulaste mostrando un rostro enrojecido. —¿Quieres dominarme? No tengo problema con la sumisión.

—Tus pezones son rosados. —dijo sin perder la concentración entre el contraste de tu piel y los tenues lunares apenas visibles dispersos por tu pecho. Incluso aquella acumulación de pigmento no llegaba a ser más fuerte que un café con leche.

—Puedes hacerles lo que quieras.~ —permitiste desviando tu cara hacia un lado, cerrando los ojos, esperando sentir el roce de sus dedos.

Te inclinaste lo suficiente hacia atrás en un arqueo causado por su miembro golpeando el fondo de tu interior. Trataste de resistir las ganas de gemir, presionando los labios, cuando sentiste sus manos apretando tu cintura y su lengua se paseaba alrededor de tu pezón izquierdo.

Después del grito de dolor que salió de tu boca, hubieras querido hacer un testamento.

—No me muerdas, por favor, ¡no me muerdas! —imploraste con lágrimas corriendo por tus mejillas. Sus dientes habían quedado marcados alrededor de la areola, ahora un par de tonos más roja. —¡Duele, maldición! ¡No son gomitas!

—Dijiste que puedo hacer lo que quiera con ellos.

—¡Mientras los mantengas unidos a mi cuerpo! —regañaste aún con el rostro avergonzado. —Parece que no entiendes la diferencia entre el placer y la tortura.

—¿Qué tengo permitido hacer?

—¿Esperas una órden? Estás dentro de mi, siento que me voy a partir en dos y tú apenas lo notas. Háblame fuerte, por favor, intimídame, dí cosas horribles.

—Cadáveres, mutilación, desmembramiento, decapitación... —Citaba el hombre con suma paciencia.

—Eres todo un caso. —dijiste rindiéndote antes de dar un respiro y tomar otra posición, recostándo tu cabeza sobre su pecho, usándolo como almohada. —Su cuerpo está helado.— pensaste— La temperatura alta del agua parece haberle hecho poco efecto. Es como un muerto, apenas oigo sus latidos. —Levantaste la vista y picaste su mejilla —¿Seguro que no eres un Zombie? dime la verdad porque no quiero convertirme en uno con esta mordida. —señalaste tu pecho con angustia dramática.

—No lo soy. A veces oculto mis signos vitales sin darme cuenta. También evito los movimientos musculares en general durante el reposo.

—¿Por eso tienes cara de póker todo el día?

—Veo innecesaria la muestra de gestos sin importar la situación.

—¿Sabes algo? en el fondo, esperaba que me trataras como todos. Cada pareja que tuve, me dejó después de acostarse conmigo. Sé que es mi culpa por permitirlo, pero una pequeña parte de mí conservaba la esperanza de que alguna de esas personas se quedara si les daba lo que querían... Estuve a punto de hacer lo mismo contigo, pero no soy capaz de actuar así sin sentirme culpable. Puedes decirlo, soy un juguete sexual de una sola ocasión.

—Bueno. Me dí cuenta que no es tu primera vez, es muy fácil penetrarte.

—Dios, no lo digas así...

—Eso ya no importa. Vas a ser mi amante ahora, y con o sin sexo, me quedaré.

Te preguntabas si era cierto lo que decía. Si esa era la razón por la que no cedía a sus impulsos. La primera persona que no te miraba como un rato de diversión, aunque ni él mismo supiera porqué.

—Esta bien, Illumi. Pero, si ando contigo, prométeme una cosa.

—Lo prometo.

—Todavía no te lo digo.

—Oh, cierto.

El asesino, que ya se había familiarizado con los tratos, escuchó tus palabras atentamente y acató esa única petición como un juramento de por vida.

"No me lastimes, no me mates y bajo ninguna circunstancia uses tus agujas conmigo".

¿Quién duerme en mi patio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora