Dos extraños en un banco

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—Para ser sincero, no sé cómo he acabado aquí - negué con la cabeza e hice amago de levantarme, pero una mano grande y venosa me agarró con más firmeza de la que yo la creía capaz.

La voz del anciano no era tan firme como su agarre, de vez en cuando se partía o se interrumpía con una tos, pero por algún motivo que en ese momento no entendí, me infundió seguridad. Su voz grave y un poco ronca y su tono acogedor me hicieron volver a sentarme. "Llegaste aquí como cualquiera llega a un banco. Con un pie delante otro, y la mente agitada. Tu cuerpo y tu mente necesitan un momento. Descansa a mi lado, no tienes que hablar si no quieres. Piensa en este banco como lo que es, un banco cualquiera en el que descansar y olvídate del resto". Cuando acabó, me sentí como si le hubiera compartido un chocolate caliente con mi corazón.

Ninguno volvió a decir nada en toda la tarde, pero nos comunicamos de una forma que es imposible plasmar en palabras. Rompí a llorar de un momento a otro. Le miré. Me miró. Pero no sólo me miró, me vio. ME VEÍA DE VERDAD. Y de pronto él también lloraba. Abrí la boca con una pregunta bajo la lengua, pero no me hizo falta formularla en voz alta para hacerme entender. Su respuesta se limitó a una leve inclinación de su cabeza y la presencia de su mano sobre la mía.

Había algo reconfortante en él. Con solo ese contacto y sus lágrimas, tan brillantes y pesadas como las mías, sentí más amor del que jamás había experimentado. No me malinterpretes, no era que nunca antes hubiera recibido u ofrecido amor, pero nunca como en aquel momento. Éramos dos completos desconocidos sentados en un banco del parque, pero de alguna manera, me sentía arropado por un amor, un cariño... no pena. Para nada. Pero sí comprensión. Era como si pudiera ver a través de mí y sentir mis sentimientos.

Cerré los ojos para disfrutar, en la medida en la que mi pobre y enfermo corazón me lo permitía, de la compañía de un hombre que sin si quiera saber mi nombre me acompañó en mi peor momento y lo hizo menos malo.

Respiré hondo y llené mis pulmones de aire limpio y fresco. Me sorprendió, de una forma casi ridícula, no sentir los síntomas de la ansiedad corroyendo mi cuerpo. El peso en mi pecho había desaparecido, los músculos de mis hombros nunca habían estado tan relajados y no había señal notoria de la presencia del dragón azul. Incluso mi mente se sentía más ligera. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero cuando abrí los ojos, él me miraba con una sonrisa difuminada y una mirada que me hizo querer abrazarlo. Pareció leerme la mente porque así lo hizo. Se acercó un poco más a mí y colocó sus brazos a mi al rededor, rodeándome los hombros y la espalda. Su abrazo era una antítesis en el sentido más poético de la palabra. Sus brazos, fuertes y musculados de un posible pasado en el mar, me abrazaban con firmeza y aun así con una dulzura desmesurada.

"¿Mejor?" Me susurró, no tanto como una pregunta, sino como la búsqueda de confirmación sobre algo que ya sabía. Asentí. Las lágrimas seguían cayendo silenciosas de mis mejillas, pero ahora no eran tan densas, tan borrosas, como lo habían sido. El hombre me miró a los ojos y yo respondí de igual forma. Su sonrisa se ensanchó y por un momento me recordó tanto a un niño... me pareció una sonrisa tan inocente y ajena a cualquier mal que por una fracción de segundo me olvidé de mi dolor. Yo también quiero sonreír así, pensé.

O eso creí, pero me respondió: "ya lo estás haciendo, joven, bajo las lágrimas y los miedos, tu sonrisa baila con las estrellas más brillantes. A veces se nos olvida lo lejos que podemos llegar, pero eso no significa que ya no podamos llegar." Ambos reímos y nuestras risas se fundieron en una sola, una que atravesó el aire que se había levantado. Estaba anocheciendo.

Al final nunca llegué a hablar con él de nada ni a preguntarle qué hacer, pero de alguna forma sentí que ya sabía cuál era mi decisión. No sabía su nombre y cuando levanté del coma ya no recordaba su rostro, pero sí su risa, sus manos, su mirada, sus lágrimas... Recordaba ese abrazo que me hizo querer vivir. Recuerdo pensar que si la vida puede sentirse así, no quería perdérmela y abrí los ojos. Mientras su imagen se desvanecía comprendí que nunca volvería a verlo y le pregunté que si él no tenía pensado despertar y me respondió Aquí aún hay gente que me necesita. Pero su voz ya no sonaba como antes, sino distorsionada y como si se alejara a medida que acababa la frase. Pero esta no era sustituida por silencio, sino por ruido. Un montón de voces nerviosas y hablando a la vez, lo que parecían ruedas de una maleta sobre un suelo irregular y un pitido constante y molesto. También había mucho llanto, pero no era mío. ¿Qué está pasando? Me atreví a preguntar.

— Estabas muerto hasta hace un momento. - me respondió una voz llorosa que no reconocí. 

¿Por qué me duele tanto todo?

Sangre doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora