— Quiero que echéis la puerta abajo y hagáis lo habéis venido a hacer sin demora.– Las venas del cuello del jefe de policía, hinchadas como cañones, bombeaban sangre constante a su rostro, perpetuamente rojo. Entre más decibelios de los que el lugar y la distancia a la que se encontraba su equipo requerían y numerosos perdigones de saliva, añadió:– ILESA. Sabéis que quiere decir eso, ¿no? Ni un solo rasguño.
La advertencia cargaba consigo más que una simple reafirmación de autoridad. Las palabras que salieron de sus finos y tremantes labios, pese a parecer haber sido lanzadas con violencia y rabia, estaban cuidadas al detalle. Palabras pulidas en un viaje de ida más largo y más solitario de lo que debiera haber sido.
— Sí –corearon los oficiales al unísono con aire militar.
—Adelante –ordenó el agente a cargo tras echar abajo la puerta.
Los agentes atravesaron lo que quedaba de la valla del patio y entraron por la puerta de atrás, que antiguamente daba a una cocina, que se encontraba muerta como el resto de la casa. Un par de agentes se quedaron cerca de la puerta para guardar las espaldas de sus compañeros e investigar el patio trasero.
El recinto se componía de una inmensa mansión gótica y un jardín trasero. El jardín había perdido su porqué hacía tiempo y ahora no era más que guijarros, flores podridas y palos clavados en pequeños montículos repartidos de manera desigual.
Una hora pasó en aquella inmensa propiedad y el único hallazgo seguían siendo más más ruinas y huesos partidos del tamaño de un dedo repartidos por casi todas las habitaciones, que alimentaban el morbo de los más curiosos y ahuyentaban a los más sensibles.
Las cortinas eran la única separación del exterior con las habitaciones y pasillos en los lugares que debieran haber estado las ventanas. Unas cortinas pesadas y oscuras de terciopelo que no dejaban pasar la luz y daban la sensación de una eterna medianoche. La única iluminación interior procedía de una bobillas pálidas y moribundas que parpadeaban dando la impresión de que la casa pestañeaba. La casa era una presencia por sí misma, pues a pesar de su estado, daba la impresión que acompañaba y vigilaba con cuidado a cada uno de los intrusos.
Numerosos cuadros y espejos cubrían las paredes de pasillos y habitaciones. Grandes espejos antiguos con un marco de plata, lo único que en esa descuidada casa parecía estar limpio a pesar de estar todos rotos, con los cristales esparcidos por el suelo. El la oscuridad se mezcaba el polvo creado por el cristal roto y el polvo de hueso creando una constelación preciosa y aterradora a partes iguales. Los cuadros estaban también dañados, aunque con los hermosos marcos de plata intactos. Los cuadros eran todos retratos de personas, aunque debido a su estado no se podía averiguar mucho más. Todos tenían los rostros destrozados de una forma que parecía casi desesperada por eliminar a esos rostros. Cada uno de los cuadros estaba distintamente dañado, unos con quemaduras, otros simplemente descoloridas por el sol, otros con marcas parecidas a garras, pero ni uno solo igual al anterior.
Los agentes avanzaban cuidadosos por el caserío, después de un tiempo buscándola dieron la vuelta y se decidieron a salir de la casa e informar de su fracaso a su superior. Pero, una vez reunidos todos en el patio trasero solamente faltaba el agente a cargo, que había decidido investigar en solitario.
○●○●○●○●○
El agente a cargo caminaba sigilosamente a lo que parecía una pequeña sala de estar. En esta sala las paredes estaban cubiertas por tapices pesados. Todas las paredes menos una, en la que en el centro de la misma se alzaba un espejo de cuerpo entero fijado a la pared y talado por una sábana negra con manchas oscuras salpicadas. El superior se acercó con cuidado a los tapices pero eran todos oscuros, casi negros, menos un único tapiz, colocado estratégicamente delante del espejo, un poco más grande que él.
En el se podían observar figuras y colores bordados entrelazados y confusos, imposibles de descifrar. Parecía estar compuesto de luces y sombras , pero no se podían distinguir las formas.
El agente siguió recorriendo la sala en busca de algo útil hasta llegar al espejo, una vez en ese punto ya no había vuelta atrás.
El agente se acercó al espejo hasta tenerlo a apenas unos pocos centímetros y alzó el brazo para destapar el espejo, pero algo lo detuvo. Unas voces, gritos, más bien. Alguien gritaba su nombre desesperadamente. Intentó reconocer las voces pero sentía un mareo que le impedía concentrarse e intentar adivinar quién o quienes lo llamaban.
Quiso moverse e ir a ver si sus subordinados lo llamaban, pero sus pies no se movían, estaban firmemente pegados al suelo, como un árbol que echa raíces o un cuerpo lo suficientemente aterrorizado como para respirar si quiera.
Decidió que si se quedaba ahí, al menos sabría que ocultaba el espejo, a si que volvió a alzar la mano para agarrar la sábana, pero un calambre le recorrió el brazo y soltó la sábana echándose hacia atrás sorprendido.
La sábana cayó al suelo y el misterioso espejo se dejó al descubierto. Pero estaba oscuro y no se veía bien. El agente se acercó y observó que era el primer espejo en buen estado que descubría en todo el caserío. Agudizó la vista ignorando su dolor de cabeza y el mareo y consiguió distinguir una el sombra tras él y se apartó asustado. Se puso en guardia y se dio la vuelta lentamente, pero no vio nada fuera de lo normal, todo seguía como hacía un momento. Volvió a mirar a través del espejo y se dio cuenta de que la sombra que había visto pertenecía al tapiz que se encontraba frente al espejo.
El agente retrocedió unos pasos del espejo y observó el tapiz reflejado el mismo, pero ahora tenía un aspecto distinto, las sombras y luces se fusionaban de una manera hermosa y aterradora a u mismo tiempo, tras el agente se alzaba una sombra que parecía estar formada por una soga oscura, completamente llena de nudos, sin un espacio en blanco. La sombra parecía amenazante y aterradora, pero en el centro del tapiz había otra figura, la de una niña, una niña vestida con harapos, con el pelo desordenado y anudado sonriendo al mirar hacia el monstruo. El monstruo se alzaba tras ella, protegiéndola con su cuerpo mientras en su espalda se clavaba una flecha hechas de fuego. Protegía a la niña a la vez que parecía que el monstruo acabaría con cualquiera que se les acercara de una sola mirada. El monstruo tenía por ojos unos orbes, parecidos a llamas de un color azul zafiro, brillantes como la luna llena y aterradores como acercarse al sol.
En la parte superior del tapiz había una inscripción en un idioma desconocido para el agente.
Sorprendido por la visión que ofrecía el espejo del tapiz, el agente se acercó maravillado al tapiz y lo rozó con las llemas de los dedos y los apartó inmediatamente al llevarse otro calambrazo. Se llevó las manos a la cabeza, su mareo se intensificó y se encogió ante el dolor antes de marearse.
Despertó en completa oscuridad e intentó levantarse, pero sentía las piernas entumecidas. Se incorporó con ayuda de sus brazos y miró a su alrededor, pero solo vio oscuridad.
Sacó la linterna que llevaba en el chaleco e ilumine la sala.
Se encontraba en una estancia más pequeña, con forma circular. Las paredes eran de piedra y hacia fresco, comko si las piedras emitieran una corriente de aire.
Me apoyé en la pared y me levanté lentamente.
Con la linterna iluminó la estancia y descubrió un bulto en el centro. Cuando se disponía a acercarse tropezó con algo en el suelo y cayó.
Notaba muy incómodo en estar en el suelo, por lo que iluminó al suelo para ver el motivo y descubrió una soga tan gruesa como su brazo colocada de forma que cubriera todo el suelo haciendo una enorme espiral que rodeaba al bulto del centro que, estando más cerca, parecía una niña.
La niña estaba sentada en el suelo de rodillas, como si rezara. Al percibir otra persona en la estancia, abrió los ojos que mantenía cerrados y alzó la cabeza, pero no se volteó.
El hombre se quiso ponerse en pie de nuevo al ver a la niña, de no más de 7 años, y se apoyó en la gruesa soga, pero le resbalaron las manos y cayó haciendo un ruido sordo. Un líquido espeso y viscoso cubría la soga, iluminó mi mano con la linterna y lo que descubrió lo dejó aterrado. Sangre. Sangre cubría toda la superficie de la soga.
La niña había empezado a canturrear una melodía extrañamente tranquilizadora a la vez que inquietante.
《Cierra los ojos, viajero
descansa tus malheridos pies
descansa, oh, hombre
mientras el destino ata la soga
oh, aquella soga,
negra cual carbón
fuerte como nadie
Un nudo que te ata a ella
un nudo que no te deja escapar
y por siempre, viajero
te hará descansar.》
Mientras cantaba, alzó las manos y una luz iluminó el extremo de la cuerda más cercano a ella a la par que se levantaba.
Del extremo salían unos hilos dorados que se trenzaban y anudaban, formando otro nudo en la soga.
El hombre estaba en un estado en el que no se podía mover, sólo podía observar. Haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban e ignorando el dolor que sentía logró pronunciar unas palabras con una triste sonrisa en el rostro.
-Te prometí que vendría a por ti. Te prometí que no me iría sin despedirme. Te lo prometí, Cynthia. Te quiero. Ahora, ata el nudo y déjame irme, ya no me necesitas.
Entonces la niña acabó el nudo y su padre, que la había dejado en ese lugar cuando aún era un orfanato, se marchó para reunirse con su mujer.
la sangre del hombre tiñó el nudo dorado de la soga y éste se volvió oscura como el resto.
Aquella noche otro cuadro se colgó y el último espejo que quedaba fue roto
ESTÁS LEYENDO
Sangre dorada
AcakEsta es una pequeña recopilación de algunos escritos míos. Espero que gusten y si no, espero también una crítica sincera y sin malicia. Algunos tocan temas más delicados que otros y me gustaría poder ayudar a amenizar el día de alguien. Hacer que un...