Sangre dorada

Rafael

Era esta una noche fría como el hielo y oscura como el carbón.
Un chico levanta la mano apretada frente a la puerta, vieja y pesada, de la Iglesia. La mano tiembla y se detiene apenas a unos centímetros de su objetivo. Los ojos se vuelven hacia arriba tras un escalofrío y la amenaza de un peligro cercano. La mirada del muchacho se encuentra con los fríos y oscuros ojos de un hombre tras él. La sombra de éste proyecta su enormidad, aunque no hace justicia a su siniestra aura.
Las facciones del hombre se retuercen lentamente para formar una sonrisa ensayada que muestra todos sus dientes; blancos y parejos, casi perfectos. Se achican sus ojos y se acentúan sus pómulos, que parecían gárgolas protegiendo su rostro. Las cuencas de los ojos hundidas. Los labios finos, secos y partidos. Venas atraviesan su arrugada y translúcida piel. Nariz prominente y torcida sobre un fino y rizado amago de bigote .
Viste el misterioso hombre capa y sombrero; zapatos de piel y un traje negro impoluto.
Se acerca con aires de grandeza al joven tambaleante frente a él y golpea varias veces el suelo con su grueso bastón a la vez que repite tres palabras, puede que mas. De tan asustado que se encuentra el chaval no se molesta en intentar entenderlas; aunque el mensaje queda bastante claro. Debe correr. Correr lejos y no volver. Pero no podía. No tras llegar tan lejos...
La voz del hombre se hace más profunda y rápida. Los golpes aumentan en número y volumen. La promesa de una amenaza inminente flota en el aire.
El niño, insignificante en comparación, retrocede. Siente algo frío a su espalda. Al girarse para abrir las puertas se encuentra con la fría piedra del ábside central.
Sus manos golpean con fuerza las gruesas paredes. Desesperadas. Entonces un dolor frío en la nuca lo hace despertar con un escalofrío en todo el cuerpo y un sudor frío como segunda piel. Ya es tarde, se ha vuelto a despertar antes de tiempo.