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Veneno. Eso es lo que siento que llevo dentro.

Un líquido peligroso que recorre mi estómago y está ahí, esperando el momento indicado para poder salir.

Cuando mi cabeza comienza a arder, es cuando sé que ese veneno está queriendo escapar.

Puede ser ocasionado por cualquier cosa, y eso es lo que más me fastidia. Una persona, unas palabras o una acción hecha o no hecha; cualquiera podría resultar un incentico a que se active.

Detesto tenerlo dentro de mí. La sensación que deja es horrible, y ni qué decir cuando lo aguanto al estar activo.

Me preguntaba... ¿y si solo lo dejara fluir? Ya no estaría molestándome. "Si es dañino, entonces mejor no tenerlo". Esa era mi idea.

Una persona bastó para que lo intentara. No recuerdo qué fue lo que pasó; ya fuera una cosa mínima o importante. Sea lo que sea, simplemente boté todo lo que había estado conteniendo.

Era placentero tenerlo fuera de mí. El dolor se había ido; mi estomago ya no quemaba, ni mi garganta sentía un nudo por contenerla.

Pero al mirar al frente, solo noté que había sido la peor idea que tuve. Todo ese veneno había caído sobre aquella persona, la cual tuvo la mala fortuna de acompañarme.

Las heridas que le dejé estaban a carne viva. Lesiones que, hasta ahora, no se curan.

El dolor que me dio ver el terror en sus ojos no se ha ido. No era como el que aquella toxina ocasionaba; el remordimiento no se escupe con facilidad.

Por eso, desde aquel día prometí no volver a sacar el veneno dentro de mí. Podrá llegar el momento en que eso me mate, pero es el castigo que llevaré el resto de mi vida.

Relatos cortos (Elle Goshi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora