capítulo 4

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Al día siguiente me levanto, miro a mi alrededor y veo que Mauro aún duerme. Me pongo la bata, sujeto mi cabello suavemente con una liga, voy al baño, me arreglo un poco y bajo las escaleras, veo los papeles tirados y sonrío al recordar lo que pasó en la madrugada. Dejo los papeles sobre la mesa y voy hasta la cocina, busco comida para hacer el desayuno y no encuentro nada, voy a la nevera y solo hay leche.
 
Cierro el refrigerador, abro la alacena y no hay nada, vuelvo a cerrarla, pongo mis manos sobre la encimera, pienso y pienso en que hacer, pero luego de unos segundos, siento las manos varoniles de mi esposo en mis caderas y me abraza.
 
—¡Buenos días! —me dice al oído con su voz ronca— ¿Qué hace despierta a está hora? —volteo a mirar el reloj.
 
—¿Te parece temprano? —sonríe— son las 9 de la mañana. ¿A que hora te levantas normalmente? —le devuelvo la sonrisa
 
—Pues claro que temprano, pero anoche nos acostamos en la madrugada. —asiento.
 
—oiga Mauricio, ¿usted no se alimenta, no come? —asiente
 
—Claro que si.
 
—¿Cuándo fue la última vez que comió algo? —me mira, sonríe y me dice:
 
—¿Cómo que cuando?, la comida estaba muy buena. —frunzo mi ceño confundida y le pregunto:
 
—¿Habla de cuando fuimos al restaurante en Monserrate? —disienta y me da un beso en los labios.
 
—No, ¡Hablo de cuando me la comí a usted! —le doy un leve golpe en uno de sus brazos y lo regaño:
 
—¡Mauricio!!! —resoplo.
 
—¡ay ya! ¡está bien, no diré más! —me abraza.
 
—No hay comida.
 
—si, yo lo sé. Pero podemos ir a un restaurante, aún no he hecho mercado.
 
—o podremos ir a comprar ahora las cosas. —me mira y pregunta.
 
—¿En serio? —asiento— ok, entonces vamos a darnos una ducha y vamos a hacer mercado. —me da un beso y yo le correspondo.
 
—¿Quién va primero a ducharse? —me mira
 
—los dos juntos —sonrío y disiento— está bien, entonces usted.
 
—ok, entonces me voy a duchar.
 
Subo las escaleras, tomo la toalla, me meto al baño y me desnudo. Al terminar, voy a la habitación, me visto; una camisilla de mujer, una blusa blanca con detalles azul y un jeans color azul oscuro, cuando estoy lista bajo a la sala. Mi esposo sube, no sin antes darme un beso y decirme que ya había organizado los papeles por fechas.
 
Mientras espero organizo un poco y observo los cuadros que tiene Mauricio en la pared que queda detrás del sofá. Tocan la puerta y voy abrir.
 
—¡Buenos días! —dice la dueña de la pensión con soberbia.
 
—¡Buenos días, señora! —respondo amablemente, ignorando la forma en la que me saludó. —¿Cómo está?
 
—¿Dónde está Mauricio? —abro los ojos como platos, y ella continúa — ¡Necesito hablar con Mauricio!
 
—No puede atenderla.
 
—¡señora, no me lo niegue yo sé que él está aquí! —asiento.
 
—efectivamente, él está aquí. Pero no puede bajar.
 
—¡ashh!, dígale a Mauricio que él yo tenemos una conversación pendiente —la miro y respondo de una forma no muy agradable, pero sin exaltarme.
 
—¡sí claro, yo le informo! —se retira y yo cierro la puerta.
 
Mi humor cambia un poco, ¡que falta de respeto!  ¿No podía ser más respetuosa?. Baja mis esposo vestido y con una sonrisa, pero al verme su rostro cambia.
 
—¿Qué pasó? —lo miro y le digo:
 
—Mauricio, yo no quiero estar enfrentando a la señora, a la dueña de la pensión.
 
—¿Qué le dijo? —me cruzo de brazos.
 
—que ustedes tienen una conversación pendiente. —me intenta dar un beso, pero volteo mi rostro.
 
—Doña Vero —lo ignoro, tomo mi bolsa y le digo:
 
—vamos hacer mercado —me toma de la mano y me dice:
 
—¿en serio vamos a pelear por esto? —lo miro una vez más y le contesto:
 
—Yo no estoy peleando, ya le dije lo que la señora no muy amable vino a decir.
 
—Yo voy hablar con Doña Eduviges, le diré que no se meta con usted —lo interrumpo y le digo.
 
—No, yo no necesito que nadie me defienda. Yo lo que quiero es que esa señora sea más amable, no le he hecho nada, ni la he tratado de forma grosera.
 
—si, tiene razón. Discúlpeme, yo no quería hacerla pasar por esto.
 
Finalmente, salimos de la pensión y vamos a mercar, durante la mayor parte del tiempo estamos callados, nadie dice nada. Mauricio está preocupado, lo noto, no me había visto molesta por algo y ahora que somos esposos me está conociendo de cierta forma.
 
Por un momento se aleja de mi y en cuanto vuelve me dice:
 
—¿Quiere? —miro lo que tiene en sus manos y definitivamente me hace sonreír, ¡fresas! Me pone de buen humor, mi fruta favorita.
 
—Vamos a pagar esto y regresamos a la pensión —deja las fresas en el carrito de mercado y vamos a la caja.
 
Pagamos todo y tomamos un taxi para llevar todo a la pensión, de camino a esta, él vuelve a disculparse. Estoy enojada, no sabe como reaccionar, es la primera vez que peleamos siendo esposos:
 
—Discúlpeme, yo entiendo que doña Eduviges pudo ser grosera. Pero no quiero que discutamos por eso. —miro por la ventana y escucho Hasta el techo de choquindow que suena en la radio del taxi. —Doña vero. —volteo a verlo y finalmente le doy un beso en los labios.
 
—yo sé que no es su culpa. —me toma de la cintura y me da un beso apasionado. Me derrito, Mauricio hace que tiemble, que me ponga nerviosa cada vez que me mira o me besa. Sonrío y él me corresponde la sonrisa.
 
—¿Qué pasó? —me río y le digo:
 
—Pensé que nuestra primera pelea sería por otro motivo —se ríe y me dice:
 
—No es nuestra primera pelea. —yo disiento e insisto.
 
—si lo es.
 
—no, no lo es
 
—Si lo es —mi gesto cambia
 
—que no. —cruzo mis brazos y digo
 
—¡que sí! Y no lo voy a discutir. —él se ríe y yo me le uno. Me da un beso.
 
Llegamos a la pensión, yo lo ayudo con algunas cosas y él lleva el resto. Entramos al cuarto de pensión, guardo todo lo que compramos y dejo lo que utilizaré para hacer el desayuno.
 
—¿Puedo ayudarla? —lo miro y sonrío.
 
—¿Sabe preparar arepas? —se ríe.
 
—Claro que sí. —asiento.
 
—entonces si, si puede.
 
—¿Qué necesita que haga?
 
 —bueno, —me lavo las manos y le digo— lávese las manos y luego corte el queso costeño.

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