capítulo 7

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Vamos hasta el bar, cuando llego, veo a mi esposo fuera de la barra. Me acerco a él, pongo mi mano en su pecho y le doy un pequeño beso en los labios.
 
—¡hola Mauro!
 
—¿Qué hubo Mauricio? —dice Rocío.
 
—Hola Doña Rocío. ¿Cómo está?
 
—bien.
 
—¿Dónde están mis niñas? —mira a la oficina. — ok.
 
—Doña vero, allí está el representante. Por favor, tranquila.
 
—Mucho mejor, le voy a reclamar. —me detiene.
 
—No, mejor voy con usted. —me toma de la mano y vamos a la oficina, Rocío nos acompaña.
 
Al entrar a la oficina, mis hijas se sorprenden y Camila me pregunta con cara de preocupación.
 
—¿Mami, usted que está haciendo aquí?
 
—Vine a detener la barbaridad que van a cometer. —respondo sin importarme que el mánager de Bárbara esté allí.
 
—¿por qué? —pregunta Mariana.
 
—¿ah, no se acuerdan? —digo cruzándome de brazos— Este tipo nos dió un cheque falso. Casi nos deja en la quiebra.
 
—Si señora. —escucho la voz del extranjero intentando hablar español— Yo entiendo.  Pero precisamente vengo por eso, quiero reivindicarme con ustedes.
 
—mire señor, nosotras no queremos nada con ustedes. —contesto.
 
—por favor, señora. Hablemos. Está vez le pagaremos en efectivo y toda la plata completa; lo de la última vez y el show de hoy. 
 
—¿Y si se aparece el marido de la señora a matarnos? ¿Qué? —digo enojada.
 
—No, le aseguramos que no se va aparecer.
 
—Acepte amiga —dice Rocío susurrándome al oído.
 
—¿y como sabemos eso? —sigo con mi gesto enojado.
 
Camila se acerca a mi y me dice al oído.
 
—mami, ya aceptamos. —arrugo la comisura de mis labios y miro a mis hijas.
 
No aguanto más, salgo de la oficina. Noto que Mauricio me acompaña y cuando llego a la barra me dice:
 
—tranquila. —disiento.
 
—¿Tranquila? Parece que no se acordaran, Dios. —acaricia mi espalda.
 
—venga, vamos a tomar un poco de aire fresco. —disiento.
 
—no Mau…
 
— Doña Vero, venga. —insiste.
 
Finalmente accedo y salimos a un parque cerca del bar, nos sentamos en un banco y me toma de las manos.
 
—Tranquila.—disiento.
 
—Mis hijas son inconscientes. —asiente.
 
—Vero, tranquila. Ya no piense más en eso. —me dice, pero yo lo ignoro y sigo alegando.
 
—¿no cree?... ¿no cree que ellas debieron decirme? —me da la razón — Me debieron informar, es más , no debieron aceptar.
 
—Si, usted tiene razón. Pero sabe como son.
 
—¡ay que rabia de verdad! —empuño mis manos intentando descargar mi rabia.
 
—Ya pasó, ya no sé preocupe. —dice tomando una de mis manos para acariciarla.
 
—¿y si ese señor se aparece? —le digo mirándolo a los ojos.
 
—Nada, si ese señor aparece que se vaya con su mujer. Ya ellas aceptaron, toca un afrontar las cosas. —me abraza por un instante y luego clava sus ojos en los míos.
 
—¡ay mis hijas!!! ¡cabezas locas! —sonríe
 
—Igual que usted. —contesta y yo abro la boca sorprendida.
 
—¿Qué yo? —pregunto incrédula y él asiente
 
—Si, usted. —me da un beso para hacer las cosas más amenas.
 
—¿Y yo por qué? —le digo.
 
—Si, porque se casó conmigo. —me hace reír.
 
—¿Ah, entonces no debí casarme con usted? —le pregunto curiosa por lo que me va a responder. Pero él me da un beso en los labios para que caiga en sus redes.
 
—no, yo feliz. Claro que se debió casar conmigo. Pero… —sonrío— ¿usted no dice que soy terrible?
 
—si, eres terrible. —confirmo. —pero no por eso soy cabeza loca. —pongo un mechón de cabello tras mi oreja— Usted me ama, y sé que me va a cuidar. Que está enamorado de mi.
 
—Ah, eso si es verdad. —responde mientras en su rostro se dibuja una leve sonrisa.
 
—vió. Pero mis hijas no —comienzo a enojarme de nuevo— esas muchachitas no cuidan su vida. Es que, les importa un bledo lo que pueda pasar. Ash... ¿qué les pas... —cuando estoy apunto de seguir él me interrumpe.
 
—¿no quiere un helado? —arrugo mi ceño confundida y le pregunto:
 
—¿Un helado? ¿Con este frío?
 
—Sí, es para que se le baje un poquito la temperatura. Yo no quiero que empiece a salir humo de sus oreja y nariz.—suelto una carcajada durante unos segundos, pero al ver que las personas a nuestro alrededor empiezan a mirarnos, de inmediato pongo mi mano en la boca y miro a Mauricio quien se sonríe al ver mi reacción.
 
—está bien, le acepto el helado. —digo.
 
—¿Fresa? —disiento.
 
—Arequipe.
 
Él se aleja un poco y compra los helados a un vendedor del parque, luego vuelve hacia donde me encuentro y nos devolvemos al bar caminando. Durante el camino disfruto del helado, hace frío, pero mi esposo me presta su chaqueta.
 
—¿Se va a quedar toda la noche? —me pregunta y yo asiento.
 
—no voy a dejar a mis hijas solas. —me mira y me dice:
 
—¿ah, solo a sus hijas? —sonrío y le doy un pequeño beso en los labios.
 
—y a ti. —achina los ojos y yo me río— ¡perdón! Es que, aún no me acostumbro que seamos esposos.
 
—la verdad es que, yo tampoco me lo creo. —me toma por la cintura y me da un beso— pero estoy encantado de que lo sea.
 
—¡ay Mau! —poso mi cabeza sobre su pecho y lamo mi helado.
 
—Doña vero, —lo miro y espero que siga—está noche, la quiero para mi solito. —trago con dificultad.
 
—me tienes para ti solito. —le digo intentando cambiar de tema— somos esposos y por lo tanto vivimos juntos.
 
—si, por eso. —me dice y sonríe.
 
Llegamos al bar, yo me siento en el taburete y él entra a la barra. Las clientas están llegando, así que empieza a atenderlas.
 
—¿No quiere algo? —disiento— un cóctel, el que le gusta. Cereza Sour
 
—Ok, con seis gotas de ron. —asienta.
 
—Ya se lo preparo.
 
Luego de unos minutos, mi esposo me lleva el cóctel y al dar el primer sorbo, siento unos brazos femeninos abrazarme por detrás.
 
—¡Mamita!!! —miro a Mau y él sonríe— no estés enojada con nosotras.
 
—pero ustedes no hacen caso.
 
—mamita, ese señor ya nos pagó toda la plata y bueno va a empezar el show.
 
—Rueguen porque el marido de esa señora no se aparezca. —me da un beso en la mejilla.
 
—¡no esté enojada, sabe que no me gusta estar así con usted! —asiento.
 
—¡está bien! —me abraza y yo sonrío.
 
—Te amo mami. —me doy vuelta y la abrazo.
 
—Yo también, te amo. Pero son unas cabezas locas tú y tus hermanas.
 
—Tu nos criaste. —achino los ojos y disiento. Ella al ver mi expresión se ríe y yo me le uno.
 
Durante toda la noche la fiesta sigue su curso y afortunadamente el marido de la señora no se aparece. Nosotros tuvimos controlado a los strippers y gracias a Dios Robinson no se sobre pasó. En cuanto se acaba todo, Mis hijas, Carlitos, Mau y yo nos vamos a nuestras casas. Mis hijas y Carlos en un taxi, y Mau y yo en otro.
 
Luego de unos minutos llegamos a la pensión, no hay tráfico. Entramos y sentimos a alguien caminar, yo lo miro y él me dice:
 
—tranquila, debe ser algún vecino.
 
Continuamos caminando, pero volvemos a sentir pasos y de un momento a otro se nos aparece Eduviges la dueña de la pensión; mi corazón se acelera.
 
—¡me asustó! —digo y Mau me abraza.
 
—Mauricio, necesito hablar con usted. —pasa de lo que le dije, me ignora por completo. Solo quiere hablar con mi marido.
 
—si, ya mi esposa me dijo… pero, ahora está muy tarde y la verdad solo quiero irme a dormir.
 
—¡usted y yo tenemos algo pendiente! Y necesito que hablemos ya. —dice casi que enojada y Mauricio al verla accede.
 
—Ok. Entonces vamos. —me da un pequeño beso en la boca y se va con la mujer.
 
Yo entro al cuarto de pensión, dejo la bolsa en el sofá y voy a la cocina a tomar un poco de agua, minutos después Mauricio entra.
 
—¿Me explicas? —frunce su entrecejo confundido.
 
—¿Qué?
 
—¿por qué esa señora insiste tanto de que necesita hablar con usted? —reclama mi mano y yo se la doy.
 
—No es nada, —me toma de la cintura y me da un beso en la boca— solo teníamos que cuadrar la cuenta de la mensualidad de la pensión.
 
—¿Ah si? —asiente— ¿Cuánto es?
 
—¿para qué quiere saber? —Lo miro.
 
—Pues somos esposos, vivimos juntos. Vamos a compartir los gastos. —le propongo.
 
—No señora. —acaricia mi cabello.
 
—¿Por qué? —pasa a mis cejas.
 
—porque de eso me encargo yo. —disiento.
 
—Pero yo te quiero ayudar. —le digo.
 
—No, y no cambiaré de opinión. —responde.
 
—¿Por qué? … No me diga que usted es de esos hombres que no les gusta que su mujer trabaje y ayude con los gastos de la casa. —se ríe.
 
—No, para nada. Bueno eso de que trabaje, claro que no me molesta. Pero de los gastos de la casa… o bueno —aclara— de esta pensión, no voy a ceder. Usted va a seguir trabajando, yo no tengo problema con eso, pero de compartir gastos, no. —disiento.
 
—¡Terco!!! —le digo y él me da un beso en los labios.
 
—ah, pues en eso nos parecemos. Usted también lo es. —acaricia mis pómulos— y como dice usted, no lo voy a discutir.
 
—¡Bueno! —accedo— está bien, pero si no puedes con los gastos yo te ayudo. —me besa.
 
—bueno.
 
—pero me dice ¡eh! —asiente y me vuelve a besar.
 
—¿Quiere algo de cenar? —disiento.— ¿no tiene apetito?
 
—No… yo lo que quiero es ir a la cama.
 
—¿Está cansada? —asiento.
 
—Pero, tengo que quitar la ropa de allí. Cuando me llamó estaba organizando la ropa, pero bueno.
 
—ya la alcanzo. —asiento.
 
Subo las escaleras, tomo la ropa —que está doblada— de la cama, la pongo en el sillón y en el sofá. Pero antes, dejo una pijama sobre la cama. Ajusto a la puerta, me desabotono el pantalón negro y me quito la blusa amarilla. Y solo quedo con el brasier color negro y el pantalón del mismo color.
 
Dejo la blusa en la cama y estoy apunto de tomar la otra cuando escucho que abren la puerta. Entra mi esposo y yo me cubro.
 
—¿Qué hace? —me mira y sonríe. — voy a vestirme.

—no importa... —intenta acercarse a mi y yo disiento.
 
—deja que me ponga la pijama. —pone los ojos en blanco y accede a salir.
 
En cuanto desaparece, yo me pongo la pijama y le digo que entre. Él busca su pijama, se quita la camisa y su mirada se centra en mis senos, yo bajo mi mirada para observar lo que él ve y me cubro al ver que mis pezones se marcan en la blusa. Él continúa y no dice nada, se quita el pantalón y yo  me tumbo en la cama, miro la ventana. —no quiero verlo así, si lo hago me pondré roja como un tomate— luego de unos segundos apaga la luz y la habitación queda iluminada por la luz de la luna. Mi amor se tumba en la cama dándome un beso en la mejilla.
 
—Buenas noches —sonrío.
 
—Buenas noches.
 
Yo me persigno y rezo el Ángel de mi Guarda. Tengo mucho frío así que, quito la sábana y me acobijo con ella.
 
—¿tiene frío? —escucho a Mau.
 
—si, un poquito. —él se mete debajo de la cobija y me abraza.
 
—Mi deber como esposo —me hace un guiño, sonrío y me doy vuelta para mirarlo a lo miro a los ojos
 
—gracias. —pongo mi nariz en su barbilla y él me da un beso en la frente.
 

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