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René dejó las bolsas de la compra en la encimera de su cocina americana

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René dejó las bolsas de la compra en la encimera de su cocina americana. Todo estaba tan limpio e impoluto que los colores crudo y burdeos de los muebles y electrodomésticos brillaban. Colocó meticulosamente todos los productos en su sitio, por tamaño y siempre un número par de cada artículo. Para esas cosas René era muy maniático. Su nevera era muy grande y nunca faltaba de nada aunque siempre había vivido solo, desde que se mudó al ático de 250 metros cuadrados más lujoso del centro de la ciudad. Le gustaba estar lo más alejado posible del suelo. Ese era el lugar en el que merecía estar, encima de todos los demás.

Tras organizar y limpiar la cocina, se dirigió al sofá y encendió la televisión. Puso un canal de música relajante mientras cogía el periódico para ver las páginas de deportes y economía. Con solo decirlo, su televisor de última generación podía leerle todas las noticias actualizadas, pero René prefería el tacto y olor del periódico matutino. Le traían recuerdos de su infancia, que no eran nada buenos, pero le hacía darse cuenta de dónde venía. Esto era indispensable para no acabar otra vez allí, en la miseria más absoluta.

Hijo de un padre abusador y una madre alcohólica, su antigua casa no tenía nada que ver con la actual. Estaba en los barrios de la periferia, desvencijada tras años de dejadez por parte de sus progenitores y el Estado. René sobrevivió gracias a la rabia y la ira que fue acumulando tras años de palizas, humillaciones y días enteros encerrado en el sótano por motivos diversos, como quedarse durmiendo hasta tarde o hacer ruido al llegar a casa del colegio y despertar a su padre. Con quince años logró huir de allí y malvivió robando y haciendo cosas de las que no estaba muy orgulloso, pero no se arrepentía. Todo esto le había llevado a ser el gran hombre de negocios que era hoy en día.

Tras comprobar que los Lions, su equipo de fútbol, había vuelto a perder por cuarta semana consecutiva y que las acciones que adquirió hace unos días continuaban ascendiendo ligeramente, subió a su habitación a ponerse cómodo. Para René, su traje era como una segunda piel. Se sentía con él tan a gusto que cuando llevaba cualquier otra cosa creía que iba disfrazado. Era su única manera de estar totalmente tranquilo, pero también entendía que las convicciones sociales le impedían llevarlo, por ejemplo, para hacer deporte, dormir o una cena informal, por lo que se adaptaba. Al final, René era como un camaleón. Había aprendido a pasar desapercibido y camuflarse para poder sobrevivir.

Se quitó la camisa y se quedó con la camiseta interior, cambió sus pantalones de pinza por otros limpios que no necesitaban cinturón y se puso un calzado mucho más cómodo. Era lo único que le desagradaba, siempre le hacían daño y le apretaban. Había comprado cientos de pares a lo largo de su vida, algunos carísimos y otros más económicos, pero no lo conseguía por lo que en casa los evitaba siempre que podía. Sus zapatillas le hacían sentir que andaba encima de algodones.

Cuando acabó volvió a la cocina a prepararse una comida ligera: una ensalada capresse y una torta de arroz acompañados de una copa de vino. Era sábado, se lo podía permitir. No tenía que trabajar al día siguiente y la noche iba a ser larga.

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