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Estela San Juan siempre lo había tenido todo

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Estela San Juan siempre lo había tenido todo. Hasta ahora.

Nunca había necesitado ayuda. Su herencia familiar, la empresa y el talento natural que le había sido dado desde la más tierna infancia le sobraban para llevar una vida placentera. Adoraba su trabajo, su padre le había dado la confianza en los negocios, seguramente intentando compensar el poco cariño que le había profesado cuando era pequeña. Su relación siempre había sido correcta y un poco distante, pero Estela siempre intentaba que estuviese orgulloso de ella. Y lo había conseguido, por lo menos hasta que se enterase de lo que había pasado el verano en el que todo se fue por el desagüe.

No sabía cómo había pasado, pero poco a poco fue descuidando partes del negocio. Quiso mejorar en los ingredientes, para que los productos fuesen mucho más sanos, subiéndose a la ola de "comida sana" que durante los últimos años se había forjado como una nueva corriente de ventas. Esto derivó en un encarecimiento de la producción, pero a pesar de las advertencias de sus asesores, Estela no quiso subir el precio. Pensó que las ventas subirían y se podrían asimilar el coste.

Como ella predijo, las ventas subieron como la espuma. Pero no fue suficiente, puesto que se había invertido también bastante dinero en publicitar el nuevo rumbo de algunos de sus productos. Y debió haberse dado cuenta, pero en esa época conoció a Juan. Y por una vez en su vida, encontró algo más importante que el buen nombre de su familia.

Juan apareció como un soplo de aire fresco. Después de contratar a Lorena, contactó con ella y le contó su historia completa. A Estela le enterneció y le resultó muy confortable la forma que tenía de proteger a su hermana. Al final se hicieron inseparables y aunque aún no había pasado nada físico entre ellos se deleitaba con sus conversaciones y su cariño. Comenzaron a quedar bastante, cenas y citas a la luz de las velas. Ella soñaba con que algún día la besase y mientras tanto disfrutaba de ese amor oculto que le profesaba. Le había contado que había tenido varias relaciones, pero todas habían acabado mal porque fueron demasiado rápido. Por esto, Estela decidió dejar que las cosas fluyeran y seguramente en algún momento se daría cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Y, si no, le bastaba con tenerlo como amigo.

Tardes de cine, noches de cenas, mañanas de paseos...

Y mientras tanto, la empresa fue poco a poco cayendo.

Pero en honor a la verdad, era algo natural. En unos años se podría haber recuperado toda la inversión realizada y Dulces San Juan hubiese vuelto a todo su esplendor. El problema fue que una gran multinacional china, de las más grandes del mundo, se interesó por el proyecto. Al principio fue una gran noticia y Estela hizo todo lo posible para que todo fuese perfecto, pero hacía unas semanas le pidieron un informe con un mínimo de solvencia para poder contar con ellos y tras reunir todo lo que podía, contando con préstamos, hipotecas e inversiones, aún le faltaban seis millones de euros. Era una nimiedad comparado con todo lo que le pedían, pero eso haría que se descubriese las deficiencias actuales de la empresa. Sin embargo, como solo tenía que mostrar ese informe, si lo conseguía parecería que tenía de sobra, aunque ese fuese su único capital. Cuando el producto se lanzase en el mercado asiático subirían las ventas y los nuevos inversores, entonces se solucionarían todos los problemas.

Debería haber estado más atenta a esto y haberlo solucionado cuando aún tenía tiempo, pero ya no había vuelta atrás. Siempre había sido una gran empresaria y podría con ello. El tiempo se le estaba echando encima, los contratiempos la desestabilizaban y no estaba centrada.

Entonces Juan tuvo la idea.

Mérida.

Era un Medio, ella se lo había contado en confianza. Sabía que nunca lo diría, por todo lo que había pasado con su hermana. Y de repente la solución apareció ante ellos: tenían que convertirse en Sextos.

Era un plan sencillo, llevaban semanas con los preparativos. Con suerte, sería Juan el encargado de hacerlo. Si Estela tenía el móvil apagado él sería la persona más cercana. Un fin de semana, una amiga angustiada, no sospecharía nada. Mérida era muy buena en su trabajo, pero tenía un punto débil: proteger a sus amigos. No dudaría en ningún momento de la historia de Estela y tampoco tendría tiempo para comprobarlo, todo tenía que ser en un día.

Hubo momentos en los que dudó, pero la balanza estaba demasiado inclinada hacia el otro lado. Por un lado, Mérida siempre había sido su mejor amiga y la quería muchísimo. En el otro, estaba su vida, su familia, todo lo que había logrado y no podía perder. Juan fue apoyándola en todo momento, enseñándole la realidad y que era la única escapatoria.

Estaban juntos en esto.

Todo pasó por su cabeza mientras se retocaba el maquillaje que tapaba las horas de insomnio de las últimas semanas. Unas horas más y todo habría acabado. Salió por la puerta de Elm Manor, con su vestido amarillo y una sonrisa en la cara para saludar a la persona que le salvaría la vida.

Aunque para ello tuviese que acabar con la suya.

Aunque para ello tuviese que acabar con la suya

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El juego de los MediosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora