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—¿Queréis que repita las normas?

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—¿Queréis que repita las normas?

—Sí, por favor.

Todos estaban reunidos en la puerta de una casa abandonada esperando con el frío de la tarde invernal, en la que el sol ya se había ido. Unido a esto, la visión de la finca tan siniestra provocaba escalofríos entre los asistentes que se frotaban las manos y subían sus bufandas. Eran tres chicos y tres chicas, una paridad fruto de la casualidad. En el foro solían aparecer más participantes masculinos, pero ese día fue una excepción.

—Muy bien. Atentos, solo quedan diez minutos para que empiece el juego. No lo podré repetir más.

El chico que estaba hablando, situado en lo alto de la escalera de la entrada de la casa, cogió los papeles que tenía en la mano y mientras se colocaba las gafas de pasta que se deslizaban por su nariz comenzó a recitarlo. Llevaba el resto de la cara tapada con un pasamontañas, una gabardina negra y enorme ocultaba su figura y un gorro de lana en su cabeza hacía que solo se adivinasen unos cuantos mechones decolorados de su pelo. Se notaba que quería preservar su anonimato, que nadie supiese quién era ni pudiese describirlo.

Las normas eran cortas y claras. Entrarían los seis en la casa, sin teléfonos móviles. Estos se los quedaría el chico hasta que acabasen. Todas las salidas estaban bloqueadas, ya fuese porque estaban cerradas con llave o tapadas con tablones. Podrían hacer lo que quisiesen dentro: confraternizar, pasear, investigar.

Esconderse.

Era la cuarta vez que organizaban ese evento, siempre en el anonimato que les facilitaban los rincones más oscuros de internet. Aunque llevaban un tiempo dedicándose a esto, era difícil conseguir los participantes necesarios para jugar. Aun así, era un logro. Lo tenían muy difícil para encontrar un Medio que se prestase a jugar.

En resumen: entre ellos había un Medio, pero ninguno sabía quién era. Al no tener los móviles no podían comprobarlo. Mientras estaban en la casa todos juntos, alguno recibiría el mensaje para convertirse en Sexto, puesto que entre ellos estaba el Medio de las siete. Una alarma sonaría cuando esto pasase, sin indicarles quién había sido elegido. Y estaba en sus manos decidir qué hacer. No sabrían quién es el Medio ni quién el Sexto. Podían arriesgarse a matar a alguien, a varios. O a ninguno. Todo formaba parte del azar.

—Bueno, hora de empezar. Por favor, dadme todos vuestros móviles encendidos. Y mi compañero —dijo señalando a un hombre gigante que estaba escondido en la penumbra del porche— revisará si tenéis otro dispositivo escondido. Aunque ya sabéis que eso echaría por tierra el espíritu del juego.

Antes de pasar, el "gorila" les registró uno a uno a conciencia. Por sus gestos se apreciaba que no era la primera vez que hacía eso. Cuando ya estaban todos dentro, la puerta se cerró a sus espaldas. No se habían dirigido ni una palabra desde que llegaron. El ambiente era muy tenso, pues la situación lo merecía. Se estaban jugando la vida.

El juego de los MediosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora