Capítulo 14. Una promesa es una promesa

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-Te quedarás en mi habitación y mañana temprano te llevaré a tu departamento, ven, sígueme- la voz grave de Rhadamanthys sacó de su ensimismamiento al griego, quien asintió con desgano y obedeció.

No le sorprendió siquiera el orden y sobriedad en aquella alcoba, le pareció tan contrastante al desorden que él tenía en la suya y por el que siempre Saga lo reprendía. Las paredes blancas contrastaban con las sábanas negras y las almohadas en tono gris oscuro y frente a la cama  king size había una pantalla gigantesca que, calculó, era probablemente el triple de grande de la que Saga había ganado en la rifa de fin de año en su trabajo.

Se sobresaltó cuando el rubio le ofreció una toalla -Toma. Puedes ducharte tú primero y te dejaré ropa seca para que duermas- explicó sereno mientras el gemelo tomaba aquella afelpada tela -No es necesario. Me secaré y dormiré sin ropa. No te molestes- respondió áspero y comenzó a secar su melena azul. -Como quieras, me ducharé y saldré a dormir en el sillón. Si necesitas algo, puedes llamarme- finalizó aquella incómoda conversación.

Kanon aventó la toalla al piso alfombrado y se subió a la cama, descubriendo en aquella almohada gris el olor de Wyvern, y no pudo evitar aspirarlo para sentir un vacío en el estómago. Era una mezcla de amor, desilusión, tristeza, rabia y todavía más amor. Sus ojos se nublaron y lloró en silencio, tratando de evitar que el abogado escuchase. Repasó  cada detalle de lo que ocurrió aquella tarde, quería creer que había visto mal o que su mente le estaba jugando una mala pasada; súbitamente recordó lo que había vivido en la oficina del GGW y que le había prometido al inglés que esa noche lo tendría.

**

Wyvern se duchaba y tampoco podía sacudirse la imagen del gemelo cuando lo sorprendió en el momento en que Pandora se había atrevido a besarlo. Sus manos se cerraron con fuerza y golpeó la pared. Estaba harto de esta situación.

El ruido de la puerta del baño lo regresó a la realidad y cuando el cancel de la regadera se abrió, el inglés se sorprendió bastante -Ka... Kanon... pensé que no querías ducharte- no podía siquiera articular adecuadamente las palabras porque la anatomía completamente desnuda del gemelo apareció ante él  y ambos se recorrieron con la mirada.

-Cambié de opinión- reviró el griego mientras tomaba la fibra de baño de manos del incrédulo abogado, quien no puso ninguna resistencia.  El peliazul comenzó a tallar los hombros y el pecho del otro, que no daba crédito a lo que sucedía en aquel instante sobre todo el cambio de actitud en Kanon.

El gemelo tallaba con naturalidad el cuerpo del rubio, hasta que llegó a su entrepierna y dejó la fibra en el pequeño  contenedor que colgaba de la regadera. Con sus manos llenas de jabón, tomó el falo ligeramente endurecido del inglés y comenzó a deslizar sus manos en él, después de enjabonarlo, con agua limpió aquel trozo de piel, bajando y subiendo sus manos en una velocidad que se hizo constante hasta que percibió una notoria dureza y los jadeos del otro.

Rhadamanthys seguía sin creer lo que sucedía frente a sus ojos, pero ya estaba sumamente caliente como para oponerse a aquellas manos que lo masturbaban con tal descaro que su pelvis se mecía con dirección a la fuente de su placer.

Kanon se detuvo súbitamente y se dio la vuelta, apoyando el brazo izquierdo en la pared de la ducha, para después bajar su mano derecha a la línea que dividía su bien modelado trasero. Sus dedos rápidamente buscaron la entrada al paraíso y el sonido de esa falange delgada jugueteando con aquella cavidad mantuvo al rubio observando con exagerada atención el sensual espectáculo. No podía disimular su fascinación al escuchar los gemidos del griego y verlo prodigarse tal gusto. Decidió participar un poco y con sus manos separó los glúteos del heleno para apreciar mejor la escena, y no quedó decepcionado al mirar los espasmos de la entrada del peliazul, quien levantó más su culo al sentir las manos de Wyvern estrujando su carne.

Cuando decidió que era suficiente, el griego cerró la llave del agua y salió de la ducha, siendo seguido por el abogado. Ambos ni siquiera se secaron cuando ya estaban pisando la alfombra de la habitación del rubio, sitio donde el gemelo saltó a sus brazos y lo besó con desesperación. Rápidamente fue correspondido, y las manos fuertes de Rhadamanthys lo atrajeron hacia él en un ferozmente posesivo abrazo. Estuvieron en aquella posición por varios minutos, sintiendo el erotismo salir por sus poros, hasta que Kanon se separó un poco -Espera, tengo preservativos y lubricante en mi mochila- murmuró con los labios rojizos por los mordisqueos suaves que recibió. El rubio lo miró alcanzar su mochila y sacar lo anunciado, tras lo cual volvió sobre sus pasos con un movimiento casi felino y lo empujó al colchón.

El abogado cayó boca arriba sobre la colcha negra pero se sostuvo con los brazos flexionados para mirar al heleno mientras su erección se alzaba y no podía ser ignorada por ninguno. -Rhada, muero por mamártela-  le avisó para arrodillarse frente a él. El rubio tragó saliva e hizo la cabeza hacia atrás al sentir su hombría ser engullida por completo por la boca del barista. Con ritmo errático, las lamidas se intensificaron hasta el punto de causarle dolor por el nivel de dureza en su  palpitante verga.

Se iba a quejar cuando la mamada se detuvo, pero se sintió complacido cuando sus ojos percibieron que el griego estaba abriendo un condón, mismo que le puso con agilidad. Después de ello, el gemelo abrió el tubo de lubricante y vertió primero una cantidad generosa en la virilidad cubierta por el látex y luego llevó su mano a sus nalgas -Oh, Dios, Kanon, siéntate ya en mi verga, te lo ruego- balbuceó entre jadeos el inglés mientras veía y escuchaba los dedos del peliazul entrar y salir de su cavidad anal chapoteando con el lubricante.

El gemelo sonrió al ver cómo Wyvern no quitaba la vista de lo que ocurría en su entrepierna y decidió dejarlo mirar desde otro ángulo, subiendo a su regazo a masturbarse un poco con los dedos en su orificio para hacer suplicar al rubio. Y lo logró -Kanon, por lo que más quieras, déjame metértela, estoy durísimo- salivando se incorporó un poco más y el griego finalmente se acomodó para sentarse sobre aquel enorme y enrojecido mástil.

Con incredulidad observó cómo su erección se perdía en la entrada del heleno, que soltó una pequeña lagrimita cuando sus nalgas finalmente chocaron con la pelvis del abogado y se sintió totalmente ocupado por dentro. Rhadamanthys tomó del rostro al gemelo y le dio un beso -Kanon, Kanon... estoy... dentro de ti- con voz entrecortada anunció -¿Te gusta, cariño?- preguntó entre gemidos, regresándole el ósculo -Debo haber muerto y esto es el cielo- reviró el británico con una sonrisita socarrona y después de frotar su nariz con la del otro.

Kanon comenzó a moverse con mesura, pero poco a poco fue aumentando la velocidad en los sentones que propinaba al falo que lo atravesaba. Wyvern sintió de golpe como si estuviera tocando las estrellas, y la expresión de dolor amalgamado con placer en su más pura presentación en el rostro sudoroso del gemelo era algo que no quería dejar de mirar. 

En cierto punto el griego sintió fatiga en sus pantorrillas e hizo una pausa, momento en el que el abogado decidió invertir los lugares, tomando con cuidado a Kanon para acostarlo boca arriba, y abriendo sus piernas para después introducirse de vuelta en la deliciosa cavidad que parecía reclamarlo. Unos frenéticos bombeos más hicieron que la semilla del rubio inundase el látex en un estrepitoso gruñido.

Exhausto, el inglés se desplomó en la cama junto al griego y lo besó con ternura.  Ambos se recorrieron hasta recostarse en las almohadas y allí Kanon se estimuló a sí mismo para procurarse el orgasmo. El rubio analizó con detenimiento cada instante de aquel ritual y se reprochó en sus adentros el no haber conseguido que su amante explotara. Tenía que mejorar, y con el tiempo seguro lo lograría.

Ambos respiraban con dificultad tras semejante actividad aeróbica, y Rhadamanthys se preguntaba si estaría bien acurrucarse junto al gemelo después de lo que había pasado aquella tarde, pero  el otro se le adelantó, recostándose de costado y mirándolo con la cabeza recargada en su brazo  -Tengo hambre, Rhada,  ¿tienes algo de comida?-  preguntó con cierta indiferencia, como si lo que acababa de ocurrir no hubiese cambiado la tensión posterior al beso de Pandora.

-Sí, vamos a la cocina. Tengo pizza en el refrigerador- respondió el abogado, sintiéndose contrariado por el tono de voz del gemelo.

La tormenta había cesado, pero dentro del departamento de Rhadamanthys, parecía no amainar.

Nolens volensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora