Capítulo 10. La calma antes de la tempestad

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Los ramos de flores siguieron llegando cotidianamente a la cafetería, pero su remitente no se había aparecido días después de lo ocurrido en la habitación de Kanon. Al gemelo le pareció sumamente extraño que el abogado no apareciera para invitarlo a salir a algún lado, así que esa mañana llevó él mismo las bebidas al GGW.

Entró sin anunciarse a la oficina de Wyvern y lo encontró en una llamada telefónica. -Sí, Pandora, nosotros también te echamos de menos, ¿en serio? ¿¡Qué?! ¿¡Mañana?! No, claro que me da gusto que vengas a vernos... claro, te vemos mañana- escuchó la llamada aunque trató de no poner atención en asuntos que no eran de su incumbencia.

-Kanon, disculpa, estoy algo ocupado- el rubio se mostró esquivo -¿Estás enojado conmigo por lo del antro gay? ¿Hice algo indebido?- preguntó directamente y sin rodeos el griego.

-Kanon, en serio, ahora no- remarcó con molestia el abogado. El peliazul no insistió más y se dio la vuelta, por un momento su corazón quiso detenerse y temió la escena de la declaración que había ocurrido meses atrás en ese mismo espacio. -Aguarda. Necesitamos hablar, ¿te veo en la tarde?- le preguntó en tono serio, y el gemelo solo asintió con un apenas perceptible movimiento de cabeza.

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Toda la tarde estuvo distraído y temiendo lo peor. Pero, ¿qué podría ser peor que lo que había pasado en el GGW aquella vez? Milo se esmeró en distraerlo y en tratar de evadirlo de sus pensamientos fatalistas.

Llegó el tan temido momento y el rubio estaba allí esperándolo. Había tenido mucho tiempo de pensar a dónde quería ir: la playa era el lugar perfecto para pensar, y si algo salía mal, siempre podía ir corriendo al trabajo de Saga o a su departamento. Así que le pidió al inglés que caminaran hacia allá.

El trayecto le pareció eterno, y la playa estaba casi desierta, a excepción de algunas personas que hacían ejercicio a la puesta del sol. -Basta ya. ¿Qué está sucediendo, Rhadamanthys?- abrió fuego el griego, mientras el otro reunió fuerzas para voltear a mirarlo. -Kanon, ¿realmente quieres seguir haciendo esto? ¿Tú quieres seguir saliendo conmigo, aunque solo seamos amigos?- con crudeza cuestionó.

-Pero qué pregunta, Rhadamanthys. Si te estás echando para atrás, aquí podemos parar y no lo tomaré a mal. Lo acabas de decir y lo dijiste bien claro en aquella ocasión, que solo me veías como amigo, no te estoy forzando a nada. Pero si lo estás preguntando es porque tienes dudas, por eso te traje a la playa, aquí es donde vengo cuando tengo cosas por pensar. Creo que es mejor que me vaya, necesitas aclarar tus ideas- con una sonrisa triste que estaba escondiendo sus ganas de llorar se despidió.

La mano fuerte y blanca del inglés lo detuvo en seco del antebrazo -Odio que hagas eso. Odio que huyas en vez de pelear- lo regresó a su lugar. -Rhadamanthys, en serio no quiero discutir hoy, estaba feliz porque acabo de terminar de pagar mi guitarra, pero todo el maldito día no he parado de pensar en que estabas enojado conmigo y se esfumó mi alegría. Si vamos a seguir caminos separados, es mejor dejar aquí esta plática, no me gusta oírte porque la única vez que te escuché...- se zafó del agarre y lo miró con los ojos vidriosos.

Iba a salir huyendo cuando el rubio lo sometió por la espalda -¡Suéltame, Wyvern, no voy a quedarme a escuchar tus ofensas!- quiso soltarse, pero solo terminaron en la arena forcejeando. Después de rodar unos minutos, el inglés lo dominaba y sostenía sus manos por encima de su cabeza mientras clavaba sus penetrantes ojos ámbar en las turquesas del griego -Qué ciego estás, Kanon. Estoy loco por ti desde el momento en que te vi por primera vez- gruñó mientras el gemelo lo miraba genuinamente sorprendido -Tú eres heterosex...- no hubo final para aquella argucia porque los labios del abogado lo callaron.

Aún hubo resistencia por parte del peliazul, e incluso algunos intentos de patadas, pero poco a poco fue cediendo y las manos del inglés lo soltaron para permitirse acariciar a Sea Dragon y permitirle -a su vez- acariciar la base de su cabello desde el cuello. Ese beso sabía a desesperación de uno y otro lado: sus lenguas no paraban de combatirse y solo hacían algunas pausas para recuperar algo de aliento en medio de suspiros que paulatinamente sonaban más a gemidos.

El peliazul paseó sus dedos por los pectorales del inglés, sin parar de besarle, y pronto se encontró dirigiéndose hacia la parte más deseada de la anatomía ajena; deslizó con suavidad sus largas y delicadas falanges por debajo del elegante pantalón de vestir del abogado, sorteó el elástico de los calzoncillos y recorrió la erección que ansiaba ser liberada. -¿Te das cuenta de cómo me pones, Kanon?- con lujuria en sus palabras murmuró en la oreja que besaba. El gemelo dirigió su dedo índice al glande, lo acarició en movimientos circulares y apretó con su yema la punta -Estás tan duro y mojado- respondió en el mismo tono mientras sacaba la mano y se llevaba el dedo a la boca para limpiarlo frente a la mirada de fuego del rubio.

No pasó nada de tiempo cuando el abogado llevó su mano sobre la entrepierna del gemelo y palpó una dureza que era imposible de obviar -Mira cómo te pusiste tú también, Kanon- estaban tan calientes que no se dieron cuenta cuando una pareja de chicas les gritó -¡Oigan, amigos, la zona de los hoteles es por allá, están en la playa y estamos viéndolos coger, pervertidos!- y tuvieron que incorporarse para tratar de recobrar la cordura.

-Mi carro se quedó afuera del GGW, podríamos tomarles la palabra a esas dos locas e ir a cenar algo para después ir a alguno de los hoteles, ¿qué dices?- sugirió el abogado. Si bien esto era lo que tanto había esperado el gemelo, recordó que Saga le había pedido no hacer planes porque esa noche tenía algo importante qué decirle.

-Rhada, muero por ello, pero el idiota de Saga me hizo prometerle que hablaríamos hoy porque no lo he visto desde hace más de dos semanas- se disculpó el gemelo. -No importa, puedo esperarte lo que necesites de tiempo- besó una vez más los labios del griego, tras lo cual se separaron finalmente.

Lo que Kanon no alcanzó a ver fue que al darse vuelta para dirigirse al trabajo de Saga, el abogado sonrió feliz mientras se limpiaba la saliva excedente.

Claro que podía esperarlo: lo había esperado desde que lo vio por primera vez salir de la puerta de la cafetería. Subió a su carro y suspiró recordando lo que acababa de ocurrir, prendió la radio y no dejó de repetir una y otra vez en su mente que, en cierto modo, se le había declarado al gemelo y no lo había rechazado. Tan emocionado estaba y no podía ya aguardar al día siguiente para ver de nuevo al peliazul, que no escuchó que los locutores se encontraban advirtiendo de una tormenta que venía en camino y que azotaría la misma playa donde había retozado con el dueño de sus pensamientos.

Nolens volensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora