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Mis pasos son ligeros y despreocupados cuando avanzo por el pasillo antes de entrar al despacho principal con la bandeja de comida en mis manos.

Como lo creía, estaba vacío. La luz que atravesó la cortina del ventanal fue tranquilizadora. Me tomé un momento así, disfrutando del corto periodo de silencio y quietud. Antes de caminar hacia la oficina del lado, tomar la perilla y abrir la puerta.

Lo vi en el fondo.

La puesta de sol aterriza en el lugar, cayéndole directamente a todo su cuerpo. Estaba de perfil, mirando en dirección hacia la ventana, pero la silla aún estaba donde Río lo había dejado anoche. Desde aquí se veía perdido, absorto en sus pensamientos, e incluso con la cinta adhesiva con la que lo teníamos amarrado en la parte superior, se podía ver su pecho subiendo y bajando con pesadez.

Recosté un lado de mi cuerpo en el marco de la puerta y recargué mi cabeza por igual, hasta que se diera cuenta de mi presencia.

Su ceño se frunció, y giró la cabeza a mi dirección.

—¿Te enviaron a vigilarme? – preguntó ronco después de unos segundos, antes de lamerse los labios. Era claro que tenía la garganta seca.

Suspire hondo, parpadeó un par de veces antes de contestarle con sencillez.

—Sí alguien tuviera que estar aquí vigilándote, esa no sería yo. – con una mano, levante la charola a la altura de mi rostro para mostrarla y la agite ligeramente. —Te traje la comida.

Cerré la puerta detrás de mí, y me acerqué a él, con su mirada puesta en mí, movió su silla en dirección hacia adelante. Agarre una de las disponibles y la arrastre delante de él, con una distancia prudente para acomodar mis piernas y que no chocaran con las suyas. Dejé la bandeja encima de sus piernas y me senté frente a él.

—Come.

Tenía todo el cuerpo tensionado, y la verdad no era de extrañar al encontrarse anatómicamente en esa posición tan apretada, pero no solo se debía a eso, estaba claro. Aun así, bajó la cabeza, mirando su plato, segundos después, apareció una sonrisa torcida en su rostro, antes de levantar la vista.

—Quiero saber algo. – dijo de pronto. Me mantuve en silencio por un momento, exhale y alce ambas cejas en una señal de que continuará. —Sabías todo el tiempo lo que me estaban ocultando, ¿no?

¿Era en serio? ¿Por qué seguía con eso?

Resoplé y lo miré agotada por su pregunta. Pero, aunque sonreía, mantenía la expresión fruncida y un tanto interesada.

—¿Por qué? – espeté y puse los ojos en blanco. —¿Planeabas amarrarme en el suelo como a Tokio y Río?

Esa sonrisa socarrona y calculadora incrementó, y con el aspecto desaliñado que tenía, con el cabello sin peinar y la expresión exhausta palpable en el rostro, lo hacía lucir un tanto desquiciado.

𝐌𝐨𝐧𝐞𝐲 𝐇𝐞𝐢𝐬𝐭: 𝐊𝐨𝐫𝐞𝐚 | 𝐁𝐞𝐫𝐥í𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora