Si algún día iba a morir, prefería que fuera este. Sentía que mis manos se entumían y perdía todas las fuerzas, apenas si me podía sostener del asiento para evitar salir volando por la ventanilla ante la brusquedad con la que conducía. ¿Mi vida de verdad dependía de esto o solo era una mentira como todas en las que había creído? Mi respiración era agitada, súpita, acelerada y agonizante.
—¡Ágata! —La voz de mi primo que iba manejando me hizo saltar tan alto que casi topo contra el techo del auto.
Aturdida lo miré, tocándome el pecho para confirmar que seguía viva por el ataque que me acababa de provocar.
—¿Acaso quieres matarme? —pregunté cerrando la ventanilla porque ya no sentía la punta de mi nariz debido al frío vientecillo que se colaba. Tomé una bocanada grande de aire y lo fui soltando poco a poco.
—Te estaba preguntando algo pero te quedaste mirando a la nada. No vuelvas a hacer eso, es horrible.
—Como si yo pudiera controlar todo lo que me ocurre, imbécil.
Puso los ojos en blanco y balbuceó algo en voz baja y de una vez por todas decidió apagar el dispositivo que reproducía In the End de Linkin Park. Me gusta la banda, pero es insoportable. Todos los días la misma canción, ya prefería irme en la cajuela.
—¿Por qué nunca llegas a la primera hora? —cuestionó y aunque no fue su intención, logró hacerme enfadar con tantas preguntas.
—Porque quiero y no tengo que darle explicaciones a nadie.
—¿Qué te pasa? Estás mucho más agresiva que otros días.
—Es lo que pasa cuando me despierto un lunes por la mañana, con frío y sabiendo que pronto serán exámenes finales. ¿Quieres más explicaciones?
—No estabas tan agresiva desde...
—Ni se te ocurra decirlo, Otto, te lo advierto —amenacé y él no dijo nada más, el único sonido que mis oídos escucharon en el camino restante fue el del motor haciendo un esfuerzo divino para no incendiarse a mitad de la avenida. Siempre me pregunté cómo es que a Otto le dieron licencia de conducir si era una bestia frente al volante.
Cinco minutos después ya estaba encaminándome a mi primera clase del día. Antes de entrar por las escaleras, volteé y lo último que vi fue cómo él salió del estacionamiento sin ningún tipo de cuidado. Esa actitud me estresaba bastante, pero no tanto como la cara del sujeto que se acercaba hacia mí.
—¿Qué estabas viendo? —y volteó hacia donde yo tenía puesta la mirada.
—Lo que sea, a ti no te importa —respondí tajante y comencé a caminar por el pasillo de la universidad.
No conté con que el idiota ese me seguiría. Su cara burlona y sin gracia más que darme simpatía o como dicen algunas chicas del instituto: «seducir», me causaba un nudo en el estómago, pero no porque sintiera algo por él o algo por el estilo, sino por el asco que me daba su manera tan nefasta de ligar. Mi primo lo haría mejor, y me estoy arriesgando a que se tergiverse mi comentario.
—¿Te diste cuenta que hay profesor de música?
—¿En serio? —intenté hacerme la sorprendida—. ¿Y crees que eso me importa?
Se rio y conociéndolo, creo que se lo tomó a juego. Mientras tanto, le pedía paciencia al cielo para no responderle como se lo merecía y que saliera huyendo reportándome con el director.
—Me gusta tu cabello el día de hoy —comentó de la nada en medio de las escaleras del edificio donde tenía mi siguiente clase.
—¿Qué quieres que diga? ¿Gracias? ¿Igualmente? Escucha, Anderson, sé lo que intentas y es mejor decirte que...

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Desolado (EN EDICIÓN)
Подростковая литератураPara Ágata Shcüler ser escritora ha sido siempre un hobby y un pasatiempo que le ha ayudado a mejorar su mundo. Pero no pasará mucho para que llegue un chico nuevo a su universidad, que resultará ser su profesor de música, el cual pondrá el mundo de...