¿Te cuento una leyenda?

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Oh Ayeong.

Killah.

Yokai.

Tres nombres para una misma persona.

Hace miles de años, una mujer de rasgos filosos y atractivos, se ocultaba entre los pueblerinos de Nahoem, una de las ciudades más cercanas a la capital en donde vivían los reyes, aspirantes a hechiceros y toda la rama de la realeza.

La magia era un tabú.

Era bien visto por aquellos que tenían esperanza de romper el esquema de la jerarquía.

Era una esperanza para aquellos que querían asesinar al ejército japonés que estaba colonizando el país.

Por otra parte, era castigado por la realeza. Aún cuando ellos mismos usaban la magia para provocar que el primogénito sea un hombre.

Era rechazado por aquellos que se encontraban en el nivel más alto de la jerarquía.

Pero, Oh Ayeong no siempre quiso ir contra la corriente. No siempre quiso convertirse en la hechicera más poderosa de la tierra.

Todo cambió cuando vió a su hermano caer de rodillas al piso mientras una espada de la realeza lo atravesaba directo en el punto donde estaba su noble y maravilloso corazón.

La leyenda cuenta que si pierdes a un ser querido a manos de otro humano por una injusticia y si prendes una vela a las 2 de la mañana junto a una ventana y con una rosa rosa a su lado, Killah aparecerá a hacer justicia con sus propias manos.

Eso es lo que dicen.

Yo nunca lo he intentado. ¿O sí?

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