Capítulo 11

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 Fender

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Fender

A la mañana siguiente Fender iba en un carruaje con la sirvienta cociendo una de sus capas, la misma en la que la gata había dormido y la cual había destrozado con sus largas garras. Sin embargo, la sumbra con cada minuto que pasaba se veía más incómoda y Fender no le quitaba la vista de encima como si buscara algo en ella.

—¿Nos hemos visto en otro lugar? —Fender acarició la gata sentada a su lado mientras esta trataba de arañarlo.

—No, mi Duxe —respondió la sumbra agachando aún más la cabeza.

«Me ha descubierto», pensó la sumbra, «me ha descubierto»

—¿En serio? juraría que te he visto antes —murmuró tratando de encontrar su cara, pero la fuerte lluvia que caía le hizo desviar la vista al techo del carruaje con el entrecejo fruncido.

Un golpe se escuchó contra la puerta antes de que un soldado la abriera.

—Mi Duxe, tenemos un problema. —Fender suspiró con cansancio. Otro problema a parte de todos los que ya tenía.

—¿Qué sucede ahora? —preguntó en un suspiro.

—El capitán del barco dice que no podemos zarpar hasta que pase la tormenta —dijo el soldado tratando de cubrirse el rostro de la lluvia con su capa.

—Bien, distribúyanse en las posadas —dijo y se dejó caer en el asiento. Si no salían pronto no llegaría a tiempo a Amatista.

⚔⚔⚔

La tormenta no cesaba, ni siquiera aminoraba su furia. Las gotas de lluvia seguían golpeando furiosas los cristales de las pequeñas ventanas de la posada y competían con la música que bailaban las diez mujeres en la estancia. Había planeado pasar la noche creando y rediseñando con sus comandantes las estrategias que usarían contra los mikols al oeste de Amatista, pero su mente estaba llena de la chica que había dormido en sus brazos la noche anterior.

Él era un fornicario, la Madre lo sabía. Ya había perdido la cuenta de cuantas mujeres se había llevado a la cama, cuantas habían amanecido en ella. Él era un guerrero, uno criado para la gloria o la muerte y había aprendido a disfrutar de cada momento con las cosas que le gustaban y entre ellas estaban unas bonitas piernas, unas caderas y el valle de unos senos, pero la chica de la noche anterior había sido de alguna manera diferente. Él no se mezclaba con jovencitas, porque sabía que no podría ofrecerles nada, porque su matrimonio, como el de sus padres, debía ser para su pueblo, sin embargo, al ver los movimientos de la chica que en ese momento vestía de rojo no pudo dejar de pensar en volver a besar esa boquita rosada.

Cuando la música paró y las mujeres se dispersaban mandó, como la noche anterior, por Zenna. La chica lo miraba con una mezcla de timidez y horror en el rostro, pero se sentó en su pierna, tan rígida que se acercó a su oído para poder hablarle.

Inserción [de mundos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora