Patinar sobre hielo, todo indica que es una mala idea.

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Peter sabía qué el amor estaba en los detalles. Tony parecía empeñado en joderle la estrategia. Desde que se enteró de que en la sede había una pista de patinaje, Peter, eximio patinador, había intentado mil maneras de embaucar a su mentor para arrastrarlo a una linda cita.

Faltaban un par de días para que se pudiera a armar el arbolito, así que había decidido que bien podía aprovechar esos días muertos y aburridos de una manera más productiva. Sus proyectos del año estaban acabados y Tony se rehusaba a dejarle ver la agenda del año que viene cuando faltaban semanas para que termine el año. Peter estaba seguro de que si hubiera dejado que le dé vacaciones no estaría teniendo problemas para conseguir más trabajo, pero como se negó a aceptarlas, pues aún no tenían tiempo suficiente para un mes de vacaciones, Tony había impuesto la norma de "nada más hasta el año que viene". Peter no es que despreciara días libres y pagos, solo que tomarse un mes de vacaciones lo alejaría demasiado de su propósito navideño de ese año.

Y eso lo llevaba a la "no cita" que debía planear. Sabía de sobra que no podía solo invitarlo, así que luego de días de intentar todo lo que había venido a su mente, Peter da un paso atrás y estudia cuidadosamente la plataforma tipo trineo que había confeccionado.

—Bueno, yo digo que está todo listo. ¿Qué dices Dum-E? ¿Vamos a patinar?

El robot sube y baja repetidas y entusiastas veces su pinza. Peter le había acomodado una tira navideña a lo largo del brazo mecánico y le había diseñado y cocido su propio gorrito de Navidad, que se adaptaba perfectamente a la parte superior de la base en su pinza. Estaba seguro de que la "cabeza" como tal de Dum-E estaba más abajo, pero había demasiada humanidad en esa linda máquina como para que Peter pudiera ver su parte inferior sin sentirse algo perturbado.

El robot y él se deslizan sigilosamente por la estancia. Tony iba a matarlos así los pillara aquí o en la pista de patinaje, pero era más funcional a sus planes que lo hiciera sobre el hielo. En especial si una vez que lo tuviera allí, Peter se las iba a arreglar para convencerlo de que patinara a su lado, a ser posible (osea usando alguna mentira) cogiéndole de la mano.

El sudor le recorre la espalda, pero para cuando consigue hacer que Dum-E le diera cinco vueltas a velocidad trepidante a la pista, sabe que valió la pena por más de un motivo. El brazo mecánico se mueve como loco de un lado al otro, girando sobre su propio eje, sacudiendo el gorrito navideño sin descanso.

—¿Te gusta? —grita Peter, mirando sobre su hombro con una sonrisa incrédula.

El trineo protesta cuando toma una curva de manera un poco cerrada, pese a que se tambalea, enseguida recupera el curso. Eso parece poner eufórico al robot que seguro jamás en su vida fue a mayor velocidad que una cinta trasportadora. Peter no tenía idea por qué su mentor no le modificaba las velocidades, pero al ver la locura momentánea en la que se sumergía, estaba claro que quizá allí hubiera una razón.

Riendo, da otra vuelta. Dum-E jala del arnés del trineo, el tironeo es demasiado fuerte y para poder aplacar la fuerza, Peter termina aplastando con firmeza los filos de sus patines contra el hielo. Tuerce los tobillos y escucha el abrasivo sonido del filo cortar capas de espeso hielo. El trineo protesta una vez más. Esta vez el chirrío de los filos largos y gruesos atrae su mirada. No se va a desarmar, eso está seguro, pero no le gusta que se mueva tanto.

—Dum, no tires o nos harás caer —lo reprende Peter y el robot solo menea tristemente su brazo—. Hombre, no te deprimas, iré rápido, pero no jales.

El viento helado y duro corta sus palabras a la mitad. No está seguro de los sensores auditivos de Dum-E, pero pronto se le antoja que no son tan buenos. Peter, que había cogido velocidad en el tramo recto de la pista, siente una vez más el jalón en la soga que tenía unida a la cintura. Esta vez da un traspié que le hubiera partido el tabique contra la pista, de no ser por sus reflejos. Clava los dedos en el hielo, el dolor de la quemazón sube por sus muñecas y por más que clava ambos filos en el suelo, su cuerpo sale disparado a un costado, siendo arrastrado por el infernal trineo que derrapaba libre y salvaje por la pista.

Otra tonta historia Navideña │starker│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora