Está cordialmente invitado a una perfectamente desastrosa cena navideña

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Peter tiene las bolsas de la compra firmemente agarradas. Le suda un poco el cuello, pero no es tanto nervios por lo que viene, sino por lo que vendrá una vez que toda la cena termine. Tenía dos días jugando con el diablo y estaba más que convencido de que la jugada final se acercaba.

Y dice cena, porque como cabría esperar, su fiesta terminó por convertirse en una cena con muy pocos invitados. Obviamente, de una forma que se maldecía por no prever, todas las personas de su larga lista le habían confirmado asistencia al dueño práctico de la Sede de los Vengadores. A su celular habían llegado algunas confirmaciones, pero eran relativamente pocas y Peter dio por sentado que eso se debía más que nada a que la gente iba a ir, pero no se molestaba en confirmarlo.

Dos noches atrás, cuando su plan se desmoronó frente a sus ojos, Tony le advirtió cuáles iban a ser los planes definitivos para la Navidad. Peter, pese a su decepción por haber fracasado en su sorpresa, sintió una tremenda alegría de descubrir que esos eran los grandes planes que su mentor tenía para las fiestas. Una especie de virulenta satisfacción lo llenó y pese a que era infantil, deseó tener el número de Ross para informarle.

Claro que "mentor" ahora no se sentía muy correcto. No es que Peter fuera a ser tan idiota como para decir novio. No. Ni siquiera en su más optimista pensamiento llamaría lo que sea que ahora tenía con Tony como una relación de pareja. Apenas era la sombra de una. Parecía más correcto decir que estaban en una intrincada partida de ajedrez. Ambos se movían por el tablero, deslizando sus fichas con extremo cuidado, como si perder una pieza, así fuera un insignificante peón, significara sacrificar el juego.

Peter tenía en claro lo que Tony intentaba, le costó, culpa del maldito evento en la casa del orfanato, culpa del endemoniado deseo que lo volvía tonto cada que notaba cuán recíproco era y sobre todo culpa de Tony que se puso a cantar; pero al fin lo entendió: una guerra de desgaste. El muy optimista pensaba que Peter, luego de probar un poco, se cansaría, al final se aburriría y lo dejaría.

Costaba, ciertamente, creer que tuviera tan poca estima de sí mismo. Una parte de Peter se sentía mal por él. Esa idea no hablaba de la poca estima que le tenía Tony a su perseverancia o la fiabilidad que daba a sus sentimientos. Era pura y exclusivamente un pensamiento de infravaloración. Peter sabía, porque tenía años en ese lugar, que nunca se podría cansar de Tony. Cada día, cada vez, aprendía algo distinto, conocía una nueva faceta de él y no había forma de que no fuera así hasta el fin de los tiempos. No era estúpido, tenía en claro que eventualmente, los veinte años de diferencia que tenían, los llevaría a un punto donde Peter lo sobreviviría; pero estaba muy convencido de que incluso en ese momento, no dejaría de aprender.

El picaporte frente a él tiembla y Peter cuadra los hombros, empujando al fondo de su mente los pensamientos que menos necesitaba en la superficie. Su cuerpo se llena de expectativa. Su mente se parte en mil pedazos esperando el encuentro y cuando sucede, se siente tan irreal como la primera vez.

Tony lo mira, o bueno, mira las bolsas cargadas que tiene en las manos y suspira cansinamente. Rueda los ojos, inclinándose a un costado para dejarlo pasar. Peter entra, camina comedidamente y no intenta maniobra alguna de saludo. Su paso falsamente casual lo lleva hasta la cocina, donde deposita todas las bolsas en el gran y basto carrasco de la mesada.

Dos manos se cuelan por su cintura. La caricia de las yemas contra su abdomen le arrancan un suspiro. La caricia de los labios contra la parte trasera de su oído un estremecimiento. Tony lo gira abruptamente y con la mirada cargada de molestia, tira de él para besarlo firmemente en los labios.

—Eres un chico exasperante —le gruñe cuando Peter se rinde y le responde al beso, mordiendo tentativamente su labio inferior.

El cuerpo macizo frente a él tiembla cuando un gruñido gutural rebota entre sus pechos. Peter había decidido luego de la noche 0 no volver a propiciar los encuentros físicos entre los dos. Aquella noche, frente al piano, había sido un momento de frustración y hartazgo, pero ya en casa, saciado y con mil cosas dándole vueltas, se dio cuenta de que iba a tener que cambiar su táctica. Buena parte de su estrategia actual era demostrarle a Tony que en esa batalla, Peter no era un simple soldado raso y que era más que capaz de sentarse a la mesa junto a los mejores estrategas.

Otra tonta historia Navideña │starker│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora