Unos villancicos por la paz

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Peter se veía absolutamente perdido. Tony había conseguido, gracias a un esfuerzo que no le enorgullece, traerlo a casa sin volver a ponerle las manos encima. Eso seguro que contribuía en gran medida a su estado de flagrante desconcierto. Sabía que cada cosa que hacía esos días lo volvía un hombre peor que el de ayer y mejor que mañana, pero con suerte, mucha suerte, esa noche conseguiría al menos situarlos a los dos en la misma página y parar con toda aquella caótica locura.

No es que eso hiciera una mejoría en su estatus de: jodida mierda, pero no alimentar las inseguridades de Peter sonaba a algo propio de un buen tipo. Si fuera excelso, ni siquiera hubiera volteado su mirada, pero estaba claro que mientras en los inicios de su relación Peter despertaba la humanidad en él, en la actualidad, solo hacía aflorar su inmundicia. Bien, lo mismo. Steve debió dejarlo morir. En el instante en que el estúpido se metió y lo impidió provocó aquello.

—¿Quieres tomar algo? —pregunta Tony, dejando caer la chaqueta en el sillón.

La casa estaba sola. Así lo planeó y por eso se aseguró de que Rhodes se llevara a Vision a hacer quién sabe qué. Mejor no averiguar ciertas cosas. El silencio tensa el ambiente o es la culpa carcomiendo, no sabe, pero lo percibe pegarse como una segunda piel a su cuerpo.

Planeó aquello, pero no planeó lo que pasó en el jodido patio antes de arrastrar a Peter con él. No tenía forma de explicar qué maldita mierda se le atravesó por la mente para hacer algo tan idiota e irresponsable, pero Dios, Peter estaba allí en el suelo, rodeado de hermosa y blanca nieve, con las mejillas ardiendo, respirando aceleradamente y con una erección. Era un maldito humano. Esa era la única excusa para su pobre accionar.

Apura el paso hacia la sagrada barra que tenía en una de las esquinas de la sala principal. Ya puede visualizar el trago que sí necesita tomar si piensa sentarse a hablar seriamente sobre ese asunto.

Peter iba muy en serio. Muy. Fue estúpido besarlo la primera vez y en el hospital no fue más inteligente, pero era claro que Peter estaba a por ello y Tony podía ver el inevitable final más cerca que lejos: juntos de aquella retorcida manera o separados. Nadie besaba y se ofrecía así para luego solo apagar ese fuego. Eventualmente el deseo que sentía iba a volver a irrumpir entre ellos y esa segunda vez no habría nada que pudiera hacer para impedir su huida. No importaba si de verdad lo amaba, hasta el más grande de los amores terminaba por morir si no era correspondido. Pero el deseo, eso siempre estaría allí, así Tony se volviera un jodido monje tibetano, y Peter, como cualquier mortal, no podría tolerar, ni soportar, por siempre el rechazo.

—¿Peter? —reitera intentando no sonar impaciente, pese a sus propios nervios.

Asustarlo sonaba a una forma muy poco prometedora de iniciar aquello. Y Tony necesitaba que las cosas salieran según lo que fríamente planeó. Peter tenía que aceptar aquello, tenía que hacerlo, sin saber, en sus propios medios y así lograría dar el primer paso en la dirección indicada.

Peter juguetea con los bordes de su suéter y lo mira con esos ojos inmensos perdidos entre sus pensamientos. Eso era peligroso, porque el maldito era demasiado fluctuante como para que Tony pudiera prever con qué le saldría.

—¿Agua? ¿Refresco? ¿Jugo? —enumera, sintiendo el filo de su paciencia arañar su determinación.

—Oh, ah. Ponme lo mismo que tomes tú.

Tony reprime una risita socarrona y asiente con la mayor seriedad que es capaz. Sabe que no debería hacerlo, pero ¿cómo va a resistirse cuando se la dejaba tan fácil?

—Bourbon seco, doble, entonces.

—Hum, bueno...

—¿Agua, refresco o jugo? —reitera divertido.

Otra tonta historia Navideña │starker│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora