XI

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Daniel

 
Cuando amas algo con todo tu corazón hasta el más mínimo incidente provoca que sientas el más aterrador de los miedos como una sensación profunda, visceral y  quemante que arrasa con todo una vez se instala en la boca del estómago, en ese lugar donde se siembran las emociones más profundas. Hoy me pasó, hoy sentí esa clase de miedo cuando vi a Valeria vomitando en el váter de mi departamento. Algo que no sabría definir se sacudió dentro de mí, y no pude evitar ponerme excesivamente paranoico; por mi cabeza pasaron los escenarios más espantosos. En cada uno de ellos mi hijo no tenía el mejor de los finales. Cristo, os juro que sentí mi alma volver a mi cuerpo cuando Valeria levantó la cabeza y nos dijo que estaba bien, pero aun así la palidez de su rostro no me daba buena espina. Cuando nos fuimos a su casa, la hice sentarse en el mullido sofá, levantar las piernas en una butaca, a pesar de que hubiera resoplado unas cien veces en el proceso; no me importaba. Entonces me fui a la cocina a preparar la sopa en lo que ella  después de darse por vencida revisaba con calma su celular. No os puedo dar un motivo exacto pero mientras removía los condimentos naturales en la olla a fuego, se me vino a la mente el regalo perfecto para la mujer que dentro de nueve meses me haría el hombre más feliz en la faz de la tierra porque... ¿qué mejor regalo para una futura madre que una cadenita con el nombre que ella misma había escogido para el embrión claramente con el objetivo de que ella se lo pusiera a nuestro hijo una vez naciera? Sé que le encantará. Así que anoté para mañana pasarme por las tiendas  del centro a buscar la cadenita más bonita de todas.

Cuando la sopa estuvo lista volví a la sala con Valeria a quien se le encendieron los ojitos al notar que traía su cena en las manos. Sentí un pinchazo de pena. No podía ser bueno hacerle asco a todo lo que antes te parecía lo más apetitoso del mundo y encima ser consciente de que durante los próximos nueve meses, en eso se iba a convertir tu realidad. En el fondo me hacía mucha ilusión saber que yo iba a ser parte del proceso, de cada parte, de cada paso hasta que mi hijo viera la luz por primera vez. En ese pequeño lapso de tiempo me descubrí imaginándolo, poniendo color a sus ojos, forma a su cuerpecito, a su cabello... ¿Cómo serás, Latido? Papá se siente muy feliz desde que conoce de tu existencia y, gracias a ti papá sabe de la existencia de una mujer increíble. Serás un chico afortunado.

-Huele delicioso, Dani. –alagó Val con una sonrisa suave plantada en los labios.

-Evidentemente, tía, ya sabes, fue cosa mía. –presumí.

Ella volcó los ojos.

-Engreído.

Me encogí de hombros.

-Sólo digo la verdad.

Val se mantuvo en silencio un instante, luego comenzó a tomar su porción de sopa lentamente. Hice lo propio con la mía que sinceramente, estaba demasiado deliciosa. Su teléfono vibró con lo que parecía la notificación de un mensaje de texto y en la pantalla resaltó el nombre de Malena. No me hizo  falta ser adivino para darme cuenta de que se trataba de su amiga la que la había traicionado teniendo sexo con el gilipollas de David. Valeria notó la notificación pero decidió ignorarla para continuar alimentándose. Un cómodo silencio se instaló entre nosotros hasta que el dichoso celular vibró nuevamente pero esta vez se trataba de una llamada, de la misma persona, de la tal Malena.

-Puedes ponerlo en silencio y voltear la pantalla, o también está la opción de bloquear el número, Val.

Se inclinó para tomar el celular. Pensé que lo silenciaría pero en su lugar contestó la llamada con toda la calma que logró reunir. Dejé la sopa de lado.

-¿Qué quieres, Malena? No me obligues a bloquear tu número como lo hice con el gilipollas de tu novio. –le dijo a la mujer.

Puse una mano sobre su espalda para que recordara que estoy junto a ella. Continuó.

Padre por accidente. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora