Tiempo preciado.

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El día de mi cumpleaños real comenzó con los besos calientes de mi novio en mi espalda.

—Feliz vuelta al sol, señorita. —susurró cuando sus labios llegaron a mi oído. Mantuve los ojos cerrados porque me apetecía disfrutar de él y de su tacto dulcemente provocador. Sonrió contra mi cuando notó que lo estaba ignorando a propósito, mi respiración delatora. Mordió el lóbulo de mi oreja.

—Despierta, chica libertad, te he preparado el desayuno.

Gruñí. —¿No puedo pedir más besos a la carta?

Volteé, su rostro travieso recibiéndome con una mirada juguetona. Atrapó su labio inferior entre sus dientes.

—Eres tan deliciosa, Valeria, tan deliciosa en cada sentido posible. Nunca pensé que justo en este momento de mi vida te encontraría. Me hacías tanta falta.

Acerco mi rostro hacia el suyo, lo acaricio con mis manos, lo beso. Me encanta hacer esto, es tener la sensación de que siempre sea como la primera vez. Volteamos, ahora estoy encima de él, y lo estoy disfrutando mucho. Su mirada inquieta me recorre, levanta cada vello a su paso, traspasa mi piel y sobrepasa mi autoestima. No dice nada, sólo vuelve a besarme pero esta vez con más fuerza, casi podemos volvernos un mismo cuerpo.

—El desayuno. —le recuerdo para molestar porque si os soy sincera, no me apetece ni un gramo de comida en este momento. Me aprieta contra él.

—Que le den al desayuno.

—Si pudieras volver en el tiempo, ¿a que etapa de tu vida saltarías sin pensártelo dos veces?

—Al momento en el que toqué tu puerta por primera vez. —bromeó.

Le golpeé el brazo. —Es nuestro momento profundo de la mañana, no lo arruines.

Estamos abrazados después de hacer el amor por primera vez, yo me encuentro casi completamente recostada sobre su cuerpo. Él, para continuar el tonteo, lleva su mano a mi entrepierna y me regala una caricia tortuosa.

—Creía que ya habíamos tenido nuestro momento profundo de la mañana.

Me muerdo el labio inferior, un gemido se queda atrapado en mi garganta.

—Intentaba ser romántica, Daniel.

Retira su mano con una lentitud que me tortura, aprieta mi cadera contra él.

—Volvería a ser niño.

—Creo que yo también.

—Es que cuando somos pequeños nada importa, ni el tiempo, ni las rodillas raspadas, ni los corazones rotos. No sabíamos de nada más que de quedarnos a jugar fuera un poco más. Tuve mucha suerte, ¿sabes? Papá y mamá nunca me dejaron de la mano, estuvieron ahí en cada momento importante. Mi padre ni siquiera me juzgó cuando decidí estudiar gestión empresarial en lugar de medicina.

—¿Tu papá es médico?

—Ambos lo son, pero mamá es demasiado buena para cuestionarme alguna decisión, al igual que papá, pero él de alguna manera siempre me ha puesto un poco más de mano dura. Me han enseñado como se comporta un buen padre.

—¿No has pensado en tener hijos nunca, Daniel?

Lo vi tragar en seco.

—¿A qué te refieres?

—A hijos, niños, de esos que salen de tu novia o de un polvo pasajero, siempre que te acuestes con una mujer, claro, la ciencia aún no avanza tanto.

Se echó a reír.

—Ay, Valeria. No, sinceramente nunca he pensado en hijos, pero eso no quiere decir que no me guste la idea.

Su rostro se iluminó. Algo que quedó entre una lágrima y un simple brillo apareció en sus ojos. Lo acaricié. Me descubrí queriendo borrar cualquier rastro de perturbación de su memoria.

—Estoy aquí, Dan. No importa que tan grave sea lo que te está volviendo loco. Podemos compartir la carga. Somos novios, no es sólo sexo.

—Somos novios, no es sólo sexo.

Besé su mejilla.

—Exacto, amor.

—¿No importa lo que pase?

—No, por supuesto que no importa.

Su incipiente sonrisa se volvió nostálgica. Él, que siempre es alegre, él que me hace feliz a mi, de repente había perdido esa magia encerrada detrás de la curvatura de sus labios. Quise devolvérsela, pero entendí que todos cargamos una mochila en los hombros, eso que no contamos a nadie, que no compartimos porque es demasiado personal, porque dice más de nosotros mismos que nuestros actos. Ahí están los miedos, la basura del pasado, y alguna que otra inseguridad que aún esté atrapada entre las telarañas que tejemos con el paso del tiempo.

***

-¿Irás conmigo? -tragué en seco- ¿Seguro que no tienes nada más que hacer, Dani?

-¿Estás bromeando? Es tu primer ultrasonido, por supuesto que no hay nada más importante. Tengo los mismos deseos de conocer a Latido que tú, Val.

Pensé en lo afortunada que era. El doctor Rodríguez había llamado para programar nuestro primer ultrasonido y me avisó que es dentro de dos días. Este día estaba resultando aún más perfecto de lo que hubiera sido capaz de imaginarme. Di un salto tan alto que resbalé y caí de culo en el piso del baño. Daniel entró disparado, la preocupación reflejada en su rostro. A medida que le fui explicando retomó su habitual semblante de tranquilidad imperturbable y, cuando finalmente terminé de hacerlo, sus ojos brillaron. Mi fortuna era grande, y ni siquiera tenía que ver con la cantidad de euros que tenía en mi cuenta bancaria. Llevó su mano a mi vientre. La caricia traspasó el grosor de mi piel y disparó las terminaciones nerviosas a su paso en la médula espinal. Pensé en lo que me encantaba este hombre, y en mis sentimientos por él crecían cada día un poquito más. Mi súper Daniel.

—Te quiero, Dani.

Me sonrió.

—Yo te quiero más, mi chica libertad.

***

Nos fuimos a la playa, nuestro primer viaje como novios. Daniel había rentado una habitación frente al mar para pasar la noche juntos, y os juro que nunca me había sentido parte de un cuento de princesas, pero con este hombre tan ideal para mi haciendo tanto con el único objetivo de verme sonreír, era imposible no hacerlo.
Porque el verdadero amor llega cuando menos te lo esperas, y este hombre se estaba pareciendo cada día más al amor de mi vida.
Ya no ardía el dolor de la traición. Daniel había reemplazado esos colores negros por colores pastel, la tristeza por alegría, la frustración por agradecimiento. Él y Latido son mi fortuna, mi realidad perfecta.

La habitación es preciosa, dentro de ella sólo puedo respirar olor a paz, a la tranquilidad divina. Mi novio y yo caemos sobre el sofá de cuero blanco muertos de risa.

—Y entonces el hombre aquel pensó que le estábamos mintiendo, y que nos íbamos a llevar todo sin pagar un euro por ello, que locura.

—Su cara, su cara de terror absoluto, casi nos denuncia con los policías que pasaban por ahí en ese momento. Dios, ¿te das cuenta de que estaríamos en la cárcel ahora mismo? Menuda manera de terminar tu cumpleaños, mi amor.

—No puedo ni imaginarlo. —lo besé.— Gracias, este día ha sido tan especial por ti. Gracias por estar, por querer a mi hijo tanto como a mi, por aceptarme con todo lo que soy, lo que amo y lo que no. Sólo... gracias.

—Tonterías, Valeria. No tienes idea de lo que estás diciendo. Soy yo quien tiene que arrodillarse a Dios durante el resto de su vida por haberme permitido tener el inmenso placer de conocer a alguien como tú, y de estar a punto de ver como luce ese milagro que crece dentro de ti. Los quiero a ambos, los quiero tanto. Ni siquiera puedo explicar en qué momento sucedió, pero ya están por todas partes. No pienso en mucho más.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Me pegué más a él. Nos fundimos. Su olor se quedó impregnado en mis fosas nasales: madera y sal, madera y sal, madera y sal... No tenía como adivinar que a partir de entonces vendría a este lugar a recordarlo, que el mar activaría la ráfaga de recuerdos cuyo único resultado sería la tortura de un corazón calcinado por la traición, por el deseo de que en algún universo paralelo, nuestra realidad hubiera sido diferente.

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2023 ⏰

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