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Las calles estuvieron desiertas tan pronto el rumor de "un nuevo ataque" viajó por cada rincón del pueblo. Una población dividida en el amor al pueblo, o el temor a perder, y, lamentablemente, lo que más se creía era que la rebelión tenía más probabilidades de perder.

Quackity no se pudo acercar a la alcaldía, ni pudo saber si Luzu estaba consciente de lo que sucedería. Quería enviarle una carta y advertirle, pero eso significaba por fin decirle lo que había hecho y aún no estaba listo. No quería perderlo tan pronto.

Aún así, las personas decían que el alcalde tenía al ejército de pueblos cercanos para protegerse, y por alguna razón esa idea tranquilizaba a Quackity inmensamente. Estaba mal, era terrible querer que un corrupto se defendiera contra un pueblo que solo quería su independencia.

Pero había algo peor, estar enamorado de aquel corrupto. Y Quackity ya había cruzado esa línea desde hace más tiempo de lo que él creía.

—No va a renunciar —murmuró en voz baja mientras acariciaba la máscara en sus manos con incertidumbre—. No sé si es ego, o soberbia...no sé, pero no va a renunciar.

Fred lo miró ladeando su cabeza y graznando un par de veces. Quackity suspiró, sintiendo que enloquecía con cada vez que hablaba con el pobre pato.

—Me estoy volviendo loco, ¿verdad? —obviamente hubo silencio, por lo que suspiró, apoyando su frente en la máscara—. Solo espero que esto termine rápido. Solo quiero que Luzu renuncie.

Solo quería irse con él.

Miró a la ventana, guardó la máscara dentro de la ropa y salió del edificio. Juan y Ari le dijeron que estarían escondidos, y a él le pareció la mejor opción. No quería que les pasara algo.

El silencio de un lugar a veces dice más que el ruido, y el silencio de aquella tarde solo daba un mal presagio. Una sensación desagradable que tal vez para muchos era una idea de salvación. Era desagradable para quien no quería las consecuencias de lo que la revolución traería.

Era desagradable para los traidores, y bien se sabe que los traidores nunca ganan en realidad.

La enfermería era el punto de reunión, y cuando entró Quackity solo encontró a Sara descansando en el sofá mientras cosía unas prendas y a Vegetta preparando algo de café en la cocina. Había pesadez, pero también entusiasmo, se sentía como esperanza diluida en miedo por la guerra.

—Hola —murmuró Quackity.

La chica sonrió.

—¿Te gustó la capa? Temía que no fuera muy cómoda.

—Es perfecta. Gracias, Sara.

Sara pareció convencida y continuó cosiendo, esta vez con un poco más de tranquilidad que antes. Vegetta, por su parte, estaba extrañamente callado.

Quackity caminó hasta él, poniendo las cosas sobre la encimera de la cocina antes de hablar.

—¿Estás bien?

Vegetta levantó la mirada de su taza y aunque pareció tardar un poco en procesar que decir, finalmente le sonrió a Quackity.

—Lo estoy, sí —su cabeza bajó de nuevo—. Solo estoy preocupado por Doblas...Rubius.

El chico asintió, aún con una expresión confundida y preocupada en el rostro.

—¿Preocupado?

—Él es...muy importante para mí, Quackity. Desde que éramos pequeños y me forzaba a salir en lugar de encerrarme en mi propio mundo, siempre se preocupó por mí —sostuvo la taza. Su rostro reflejaba la nostalgia por completo—. ¿No es justo que yo me preocupe por él ahora?

A Sus Pies {Luckity}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora