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Si de algo estaba consciente Quackity, era de la fuerza que sus palabras tenían sobre el alcalde. No hacía falta que lo convenciera, pues con un simple "quiero otro evento" sus deseos se cumplirían.

Fue justamente por ese conocimiento, que se guardó la petición por un par de días después del regreso del alcalde. ¿Por qué lo hizo? No lo sabía, pero la sensación que le dejaba el hecho de que la revolución estallaría nada más llegar ese evento no le permitía dormir tranquilo.

Personas iban a morir, sus amigos podrían salir heridos, y también aquello significaba que iba a tomar un bando de una vez por todas.

Luzu o los rebeldes, la respuesta debía ser obvia. Pero no lo era.

—Mierda —murmuró pensando en ello una noche en la que no podía dormir. Su cabeza daba vueltas y su estómago se revolvía.

El rostro de Rubius decepcionado lo atormentaba en algunos sueños. En otros, Luzu era quién lo veía con disgusto.

Se levantó a vomitar en el baño de la habitación esa noche. Y no pudo dormir en absoluto.

En los días de su regreso, Luzu insistía en seguir viéndolo, y cuando no podía, le enviaba sus ya conocidas cartas. Quackity las había comenzado a guardar en otro sitio, aún con el miedo de que fueran encontradas.

El hotel se estaba convirtiendo en su casa, pero no significaba que no hubiera desconfianza.

Esa mañana asumió que no vería a Luzu cuando encontró una carta en la puerta de su habitación, pero al tomarla se desconcertó.

No era el tipo de sobre usual, y cuando tocó el pergamino la textura fue tan distinta que tuvo que fruncir el ceño con confusión. Cabía la posibilidad de que Luzu hubiera decidido dejar de ser tan extravagante, pero no se escuchaba realista. Así que abrió la carta con cuidado y las respuestas llegaron por sí solas.

"Quackity,

Necesitamos hablar, ven a mi casa en 15 minutos.

Rubius."

Por un momento el temor sacudió su cuerpo. ¿Al fin su farsa había caído? ¿Los rebeldes conocían la verdad? O tal vez Luzu lo hacía, y era hora de que abandonase Karmaland, huyendo tal y cómo lo hizo con Las Nevadas.

Tragó con nerviosismo y se llevó la carta consigo en el bolsillo de su pantalón. Se alistó, tomó su tiempo y salió del hotel cómo un fugitivo, aliviado de no encontrar al alcalde en su camino.

Se esperó el bullicio de siempre en la casa de Rubius, con los rebeldes cuchicheando y susurrando estrategias, con Titi gritando—casi siempre a Alexby—y con los sonidos de pasos siempre presentes. Pero se encontró con silencio.

Abrió la puerta con cuidado y dentro solo halló a Rubius, a Lolito y a Sapo Peta sentados alrededor de la mesa del comedor. Los tres lo miraron de inmediato, y Rubius le sonrió.

Bueno, es una buena señal.

—Quackity, ven, cierra la puerta.

El chico hizo justo eso, cerrando la puerta a sus espaldas y acercándose para sentarse junto al resto. Estaba tenso, pero el ambiente era igual que siempre.

Lolito le sonrió ampliamente, mirando su ropa con una sonrisa.

—¿Lo hizo Sara?

Quackity se miró a sí mismo antes de asentir.

—Dios, cómo amo a esa mujer. Voy a pedirle un vestido.

Sapo Peta hizo un sonidito de desaprobación.

A Sus Pies {Luckity}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora