Capítulo 4: "El amor es un problema en nuestras manos"

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Uno o dos años (tal vez) después.

El día en qué Lucerys Velaryon regresaría a la capital, Aemond no estaba ni cerca de saberlo o esperarlo.

Había llegado un cuervo un día antes con la solicitud de Vaemond Velaryon para cuestionar la legitimidad de Luke en su posición a la herencia de ser el siguiente Señor de las Mareas.

Entre todas las ideas posibles que se podía imaginar del regreso de Lucerys, sin duda, no encabezaría el que solo viniera a reclamar su posición.

Aemond era sutilmente un tonto enamorado, siempre pensando en algo más romántico.

Pero, esa mañana antes de saberlo, paseaba por el bosque de los Dioses.
Llevaba en ambos brazos a los gemelos y a su lado caminaba Helaena, quien solo salía de sus aposentos si era con su hermano.

Cuando llegaron al "árbol corazón" de la Fortaleza Roja, Helaena extendió una gran manta blanca debajo del gran roble cubierto de enredaderas, para así poder sentarse a respirar el aroma de la tranquilidad que solo aquel acre de olmo podía darles, cuando el olor nauseabundo de la capital abundaba, parecía desvanecerse en el Arciano.

Aemond había bajado los gemelos para poder alcanzar el libro que habían llevado con ellos.

Y así empezó con una lectura para aquellos niños que esperaban solemnemente escuchar las historias que su tío estaba por relatar.

Mientras Aemond citaba historias de aventuras en tierras lejanas, Helaena recogía de entre la maleza las hojas de Aliento de Dragón y algunas rosas rojas dispersas por el jardín.

La luz del sol que se filtraba de entre las hojas del árbol era tan cálido, que Aemond no pudo evitar sentirse tan tranquilo en aquella mañana.

Cuando Helaena se acercó a su hermano, colocó una rosa roja detrás de la oreja de Aemond.

—Te va bien el rojo.—Dijo ella al mismo tiempo que se había inclinado para regalarle un beso en la mejilla.

Aemond sonrió en respuesta, para luego volver a sus sobrinos quienes también fueron envueltos en la armonía de aquel lugar, haciendo que de a poco se fueran durmiendo.

Helaena que ahora yacía sentada justo detrás de él, se limitó a escucharlo y trenzar el largo cabello de Aemond.

Pronto, se escucharon pasos acercándose, Aegon irrumpía detrás del árbol hasta llegar a ellos.
Se dejó caer a un lado pareciendo exhausto, acomodando su cabeza en el regazo de Aemond.

—Si alguien más me vuelve a hablar del deber, me matare.—Dijo al mismo tiempo que frotaba sus ojos.

—Apestas a dragón.—Aemond respondió cerrando el libro para dejarlo a un lado de Aegon.—Quiero creer que no tiene nada que ver con que vengas en este aspecto tan deplorable.

Aegon soltó una risa, esa risa solo significaba , "no sabes ni la noticia que te daré", pero antes de poder alardear sobre ello, se limitó a tomar el libro que leía Aemond para sus hijos.

—Un poco quizá, esta mañana me encontraba volando sobre Sunfyre.—Mientras Aegon hablaba, hojeaba el libro.—Todavía parecía ser tan agradable cuando aterrizaba en la colina de Visenya.
Tan tranquilo..durmiendo a lado de sus escamas tan brillantes.—suspiró.—
Hasta que, el cielo se había nublado de varias sombras, Sunfyre rugió tan fuerte que me hizo despertar; había notado la presencia de otros dragones arribando en Dragonpit.

Aegon mientras hablaba seguía buscando algo entre las páginas del libro, Aemond no supo que responder de inmediato. Los nervios lo estaban alcanzando hasta que sintió las manos de Helaena apretando suavemente sus hombros, aquello lo hizo volver.

"Pinky promise kisses"|LucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora