Capítulo 3

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Marco

—Hijo, que no se te olvide nada, comprueba que esté todo dentro —dijo mi madre mientras entraba a mi habitación.

Apenas eran las ocho de la mañana. Ese día me iba a la universidad. Lo había dejado todo preparado la noche anterior.

—Mamá, me voy a la universidad, no a la guerra —dije entre risas mientras acababa de cerrar mi última maleta.

—¿Llevas todo lo de Kaos?

—Sí, está todo en el coche —contesté.

Kaos es uno de mis tres perros. El más joven. Es un labrador de color marrón, chocolate con leche.

Le adoptamos un año atrás cuando mi abuela se lo encontró en el bosque.

En la carrera nos permiten llevar un perro para realizar las prácticas de observación y opté por Kaos, porque teníamos un fuerte vínculo y sé que los dos lo pasaríamos mal si nos separásemos.

Me iba a mudar a una residencia del campus universitario donde permitían mascotas. Según las fotos era muy acogedor, y supuse que estaría lleno de estudiantes de veterinaria.

Tenía muchas ganas de irme, pero no podía negar el vértigo que sentía al separarme de todos otra vez.

Mis amigos iban a quedarse a estudiar aquí, la única compañía que tendría sería Kaos, y mi compañero de habitación y tal vez su mascota, a los que aún no conocía.

Mis padres se empeñaron en alquilar un piso cerca de la universidad, pero yo no quise. Quería disfrutar al completo de la vida universitaria, y eso incluía vivir en una residencia, por supuesto.

—Ay, hijo, como te voy a echar de menos. —Mi madre me sorprendió con un abrazo por la espalda.

—Mamá, tranquila, vendré a visitaros pronto y cuando tenga tiempo —dije para intentar calmarla, ya que estaba a punto de llorar.

Cuando estuvo todo listo, bajé todo a la entrada de mi casa. Toda mi familia se acercó para despedirse. Vi que mi abuela traía consigo varios tápers de comida.

—Toma, hijo, comida de la buena, seguro que allí solo hay basura. —Metió los tápers en la mochila negra que colgaba de mi hombro derecho—. Solo tendrás que calentarlo un ratinín en el microondas y ya. —Hizo un sonido con la lengua que indicaba que ya estaba listo.

—Acabas de llegar y ya te vas, bro —comentó mi hermano Jorge, que se acercó a mi para abrazarme y sacudirme el pelo.

—Voy a llorar —agregó mi hermana antes de unirse al abrazo, al que también acabaron uniéndose el resto.

—Promete llamar todos los días —articuló mi madre con un pañuelo en la mano, que, por supuesto, estaba llorando.

—Deja al chico que disfrute, ya nos llamará cuando pueda —dijo mi padre mientras sonreía a mi madre.

Me despedí de todos ellos y me dirigí a mi coche junto con Kaos.

Mi coche.

Que bien sonaba eso.

Era un BMWi7 negro, precioso. Empecé a ahorrar hacía años, pero mis padres insistieron en regalármelo por mi cumpleaños. Me mandaron una carta el ocho de abril diciéndome que me esperaba en casa. Me hizo mucha ilusión.

Subí a Kaos al coche. Había comprado una especie de transportín abierto para que no se agobiara mucho durante el viaje.

Acto seguido, arranqué y me puse en marcha.

Pero antes de irme, tenía que despedirme. Me dirigí al parque de siempre, donde quedaba con mis colegas cada tarde de hacía años. Aunque, ya no estábamos todos.

Bajé del coche junto a Kaos, que estaba eufórico. Visualicé a mis amigos comiendo pipas en el banco de siempre. Me entró nostalgia al pensar que nada volvería a ser como en aquel entonces.

En cuanto vi la plazoleta me acordé de aquella noche en la que Darío me mintió. Desplacé esos pensamientos a otro lado, no quería estar de mal humor momentos antes de irme.

Me acerqué a ellos con una sonrisa, se levantaron para saludarme con un apretón de manos.

—Ey, bro —saludó Axel.

No sabía que decir, me daba mucha pena irme.

Instantáneamente pensé en que les encantaría dar una vuelta conmigo en mi nuevo coche, se lo planteé y aceptaron entusiasmados.

Nos montamos todos en el coche y dimos una vuelta. Hablamos sobre el gimnasio, tías con las que había estado Axel, entre otras cosas.

Sin darme cuenta entramos en su calle. Visualicé la casa de Saray.

Me acordé de todos los momentos que habíamos vivido allí y suspiré.

Por un momento pensé que podría llegar a verla, pero mis ilusiones desaparecieron cuando vi que la gran mayoría de las persianas estaban bajadas. Incluida la suya. Probablemente se habría ido a la universidad.

No me di cuenta de que mis amigos estaban mirándome callados hasta que Axel carraspeó.

Minutos después nos despedimos. Tenía que irme. Estuve a punto de llorar, pero me contuve. Tras dejarles en el parque de siempre, volví a arrancar el coche.

Di una rápida vuelta por el pueblo, observando cada mínimo detalle. Lo echaría mucho de menos.

Tuve que pasar por delante de la protectora para irme a León. Tenía unos minutos, por lo que bajé.

Me dirigí a la veterinaria para despedirme de Maika y Óscar, aunque ya lo había hecho el día anterior.

Fui caseta por caseta repartiendo premios a los perros para despedirme. Entré a la gatera e hice lo mismo.

Por último, fui a la caseta de los cachorros. Todos corrieron felices a recibirme. Jugué un rato con ellos y salí.

Tenía que irme. Pero antes de volver a mi coche, quise hacer una cosa.

Subí a la que fue mi habitación, pero me frené en seco al ver al lado la puerta de Saray abierta. Se me aceleró el corazón. Pero al asomarme y no encontrarla, volvió a latir con normalidad.

Su habitación estaba impoluta. No había nada, absolutamente nada. Pero, al dirigir la mirada al suelo, lo que encontré me causo una punzada dolorosa en mi corazón.

Había una foto. Nuestra. Partida por la mitad. Me agaché para recogerla y meterla al bolsillo de mi chaqueta.

Volví a mi coche, donde había dejado a Kaos, ya que no había tardado prácticamente ni diez minutos.

Miré a mi gran amigo peludo.

—¿Preparado, amigo? —pregunté.

Obtuve un ladrido como respuesta. Sonreí y le pasé una mano por la cabeza.

Arranqué y puse rumbo hacia León.

El resurgir de las cenizas (Déjate llevar, 2)Where stories live. Discover now