Capítulo 5

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Desperté, como era de esperarse, en cualquier lugar menos en un hospital.

Me sentía visiblemente más fuerte y en control de mis extremidades como para levantarme de la cama en la que me encontraba y dar unos pasos por la habitación. La noche había caído y al poner mi peso sobre el suelo, este crujió sonoramente.

Maldije para mis adentros. Si quería ser sigilosa para escapar, este lugar definitivamente no me ayudaba en nada. Lo que era grandioso para ellos, que los alertaba de todo.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, divisé una puerta de madera terriblemente descuidada, con la pintura saltada en algunas partes. Pegué mi oreja a ella con suavidad para escuchar cualquier cosa que me diera indicios de vida humana del otro lado, pero todo estaba en silencio.

Tomé el picaporte y lo giré, abriendo la puerta con la mayor suavidad posible, pero ésta, chirrió aún más fuerte que el piso. Contuve la respiración.

— Veo que al fin despertaste. —exclamó la voz del chico que había encontrado en el bosque. Asomé la cabeza. Se encontraba sentado en una mesa de madera, con un par de libros desparramados por ella y una laptop — ¿Tienes hambre?

Me armé de valor y salí de la habitación, directo hacia él.

— Creí que me llevarías al hospital.

— Lo hice. — respondió, dándome una pequeña sonrisa tranquilizadora. No era para nada aterrador —Te desmayaste en el camino, así que no lo has visto pero el doctor dijo que necesitabas reposo en una buena cama y aplicar una pomada antes de dormir.

No era exactamente lo que esperaba, pero tampoco lo suficiente.

—¿Y este lugar? — inquirí, esta vez ligeramente más calmada.

—Mi apartamento. — respondió volviendo su vista a la computadora — No te llevé de vuelta al bosque porque ha oscurecido y hay coyotes.

¿Coyotes? Fruncí el ceño.

— He acampado dos noches en el bosque y nunca he oído uno. — me crucé de brazos.

— ¿En serio? — contuvo una sonrisa burlesca, parecía estar divirtiéndose conmigo — ¿Nunca has escuchado a una a un coyote aullar? Es como si oyeras el grito desesperado de un ser humano.

Oh.

Una ola de decepción se apoderó de mí.

— No, nunca — respondí, volviéndome experta en esto de las mentiras. —. Así como nunca me dijiste tu nombre.

Abrió los ojos, recordando y reafirmando lo dicho.

— Siento eso. Soy Dave.

—Elizabeth. — respondí del mismo modo, y me tomé la atribución de sentarme frente a él, hojeando los títulos de los libros — ¿Qué es lo que estudias?

Me fue difícil, ya que la mayoría de ellos se encontraban en un idioma ajeno al mío, probablemente latín.

No se molestó en mirarme, seguía con su vista pegada en la pantalla.

—latín. — afirmo mis suposiciones. —Para mi clase de lenguas muertas.

Sorprendente.

Mi estómago rugió, obligándome a dejar de hurgar en sus textos y apreté los labios. No quería tener que comer nada que me diera. Sin ánimos de ofenderlo, pero seguía sin saber nada de él.

«Dave, rubio guapo, estudia lenguas muertas. Ha sido amable y te ha cargado durante kilómetros para llevarte al hospital.» —mi mente hizo una lista de las cosas que sí sabía del tal Dave.

Me pertenecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora