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No hay nada peor para una madre que ver morir a su hijo.

Y así le tocó a mi mamá. Los policías llegaron y sacaron a Stanley del garaje con una sábana que le cubría hasta arriba. Ya no había nada que hacer, Stan había muerto con una hora de diferencia a la que habíamos llegado nosotras a la casa.

Papá estaba ebrio hasta los codos, así que se lo llevaron para interrogar y las granjas de tegridad quedaron a cargo de mí y mamá.

El fin de semana después de esto fue, sencillamente, desastroso.

Era obvio como se enteraron los amigos de mi hermano, la televisión. Mamá lloró el resto del sábado y domingo en su cuarto y por su bien, retiré cualquier objeto con el que pueda auto infringirse daño.

Por otro lado me pregunté, ¿Por qué? ¿Realmente había sido tan mala con mi hermano? Me odio.

Más tocó volver al colegio, y me tocó ignorar la culpa. Cabe resaltar que nunca nadie me había visto por tanto tiempo por los pasillos del instituto como esos días, y entiendo el porqué. Ser la hermana de un asesinado que fue mediático suena algo... llamativo.

Me paré frente al aula de los chicos y desde afuera los miré y analicé cada expresión suya. Wendy Testaburger, la delegada de clase, presidenta del consejo estudiantil, y líder de porristas (prácticamente, la reina de la preparatoria de South Park) le rendía un pequeño tributo a su ex novio.

— Stan, iluminaste mi vida como la del prójimo. Siempre serás recordado como un alma noble que disfrutaba de ayudar a los demás. Espero que, donde estés, encuentres la luz que nunca tuviste aquí. — leyó. Y así, Wendy volvió a su asiento.

Ella lloraba. Sus amigas, también porristas, la consolaban. No tenía consuelo y lo entendía, Stan no tuvo funeral. Lo incineramos y mamá tiene el tarrito con sus cenizas mientras maldice a sus adentros al responsable de su muerte. Porque cabe resaltar, nosotros no nos creímos la teoría idiota del suicidio.

— Shelley Marsh, ¿No es así? — preguntó una voz masculina. Volteé y lo miré.

— ¿S-sí? — solté.

— Lamento lo de tu hermano. — se disculpó. No me salió sonreírle, siquiera cuando tenía mis retenedores y podía hacerlo con confianza.

— Ah, ok. — dije, volviendo a mirar hacia la ventanilla — no pasa nada.

— Kevin. — soltó, extendiendo su mano — Kevin Mc...Cormick.

Lo miré de reojo y no le correspondí el saludo. Miré, con curiosidad, la cara de los amigos de mi hermano.

Kenny, el hermano de Kevin, tenía la mirada perdida. Parecía no caer aún en lo que ocurrió. Eric tenía un pañuelo en mano, lo que indicaba que estuvo llorando y Kyle...

Kyle no estaba ahí.

— ¿Dónde está Kyle? — pregunté. Kevin respondió.

— Su casa. — explicó — no ha salido desde que le dijeron lo de Stan. Shelley, si no te es incómodo... ¿Podrías explicarme qué pasó?

— ¿Qué?

— ¿Qué fue lo que le pasó a tu hermano? Lo que dijeron los policías.

La pregunta era ciertamente extraña. Arrugué el entrecejo con disgusto pero acabé respondiendo.

— Suicidio, ¿Está bien? Mi hermano se mató. No creo una mierda esa versión.

— Oh, sí... amm... te entiendo. Cualquier cosa, Shelley. Puedes contar en mí.

Resultaba tan complicado confiar en alguien dentro de un pueblo que le había fallado a mi hermano menor.

Y esto apenas era el inicio.

Otro muerto. Una situación, el doble de extraña.

Clyde Donovan, uno de los estudiantes que había faltado a clases ese día, también se había suicidado. Fue, esta vez, frente a Bebe Stevens.

El chico se rajó las venas y fue así como Bebe lo encontró. Para cuando ella llegó a la casa de él, estaba muerto. Así y como Stan.

Ahora había tres características que podían definir al asesino: Es silencioso. Quiere decir, no provoca gritos por parte de las víctimas. Inesperado. Absolutamente nadie del entorno se espera la muerte de la persona. Asesino de chicos. Sus víctimas son, como mencioné, chicos. Muchachos, hasta ahora, deportistas.

A Bebe la encontraron temblando, y como hicieron con papá también se la llevaron para interrogatorio.

No hay huellas. Hay arma del crimen pero no hay asesino o huella que lo delate.

Es como si esas personas lo hayan decidido hacer por cuenta propia, pero esto sería, apenas, el inicio de todo.

— Kyle, vino tu amigo Eric. — llamó Sheila, desde la puerta de su habitación. Kyle no respondió y continuó llorando — sé lo difícil que puede ser perder a un amigo, Kyle. Pero, donde sea que Stan esté, todo estará bien.

— No, mamá. No lo estará, Stan está muerto y nunca sabré que fue lo que pasaba por su mente para suicidarse. — se quejó Kyle. La mujer bajó la mirada y buscó palabras para consolar a su hijo, pero acabó retirándose al no encontrarlas. Y no, no las hay. Cuando un amigo se va, el sentimiento queda para siempre en tu corazón. Y así fue para el joven Kyle, que perdió a Stan más temprano de lo que se podría imaginar.

El gordo estampó la puerta con fuerza y entró al cuarto de Kyle. El pelirrojo, sin levantar la mirada todavía de la almohada, esperó a que Eric hablase.

— Judío. — interrumpió Eric. Kyle lo escuchó, pero no se movió — judío, se murió Donovan.

— ¿Qué? — preguntó Kyle, levantando la cabeza para escuchar a su amigo. Eric asintió.

— Como escuchaste, se cortó las venas. Se mató.

El comentario fue corto pero exacto. Kyle, solo así, logró sentarse en la cama y mirar a su amigo.

— Esto tiene que ser una broma.

— No, amigo. Esto muy real. — explicó Eric — es un asesino. Esto no es una coincidencia.

Stanley Marsh, quince años. Perteneciente al equipo de deportes pero no era su pasión, para nada. Amaba tomar y emborracharse, pero también pasar tiempo con sus amigos o con su novia. Stanley tuvo previamente problemas con Clyde Donovan. Era de estatura promedio y con una fuerza moderada al igual que la complexión de su cuerpo. Tenía un carácter tranquilo, pero sensible. Probabilidad de haberse suicidado, %50 (en su situación actual).

Clyde Donovan, quince años. Perteneciente también al club de deportes, anhelaba ser jugador de fútbol americano cuando grande. Amaba coquetear con muchachas y eso le trajo muchos problemas con sus compañeros, entre ellos Stanley Marsh. Era pequeño de estatura y algo gordito pero tenía mucha fuerza. Era carismático y solía hacer chistes de doble sentido o desagradables. Probabilidad de haberse suicidado, %20 (era más probable un accidente que otra cosa, él se veía muy idiota)

Así que por instinto, no pude evitar encasillar a posibles culpables.

Butters: Descartado. Demasiado marica. Directamente no se puede sospechar de él.

Tolkien: Si los policías estuvieran investigando por asesinato, en el primero que sospecharían sería él. 

Bebe: No sé el porqué llegué a sospechar de ella, pero nunca me dió buena espina.

Eric: Bueno, es Eric. Sin más explicaciones.

Sea quién sea, se encontrarían con Shelley. Desde hoy, mi escudo de metal no estará solo en mi ámbito personal.

Shelley Marsh contra el mundo. 

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