「19」 𝔰𝔱𝔯𝔞𝔫𝔤𝔢𝔯

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CAPÍTULO DIECINUEVE
extraño
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El corazón de un hombre era una cosa horrible y Rhaenyra era muy consciente de aquello

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El corazón de un hombre era una cosa horrible y Rhaenyra era muy consciente de aquello. No era como la matriz de una madre. No sangraría. No se ensancharía para hacer espacio para ella.

Y el amor que su esposo solía tenerle comenzó a desaparecer detrás del sol justo frente a los ojos de Rhaenyra, esfumándose tan suave y serenamente mientras el atardecer de su reinado la dejaba completamente sola en un salón lleno de fantasmas. Pesada es la cabeza que lleva la corona. El primero en irse fue Harwin con su sentido del deber y labios cálidos, después Laenor desapareció como el humo entre sus manos. El corazón de Rhaenyra se rompió por ambos, pero se mantuvo a flote con los dos dragones que le quedaban.

(Se rompió un poco por Criston también)

Daemon cayó entonces y su pérdida la hundió en un pozo de desolación e ira que hizo empujar sus manos en contra del único amor que le quedaba. Valerius. Ella fue cruel con él, dura y mala, una diosa de la Antigua Valyria que olvidó que aquel hombre de ojos violetas y facciones llenas de malicia seguía siendo el mismo niño que estiró sus brazos en su dirección.

Valerius solo era Val.

Y ella lo olvidó.

(Tenía que olvidar para sobrevivir)

— Nyra, ¿me amas? —el susurro de Valerius la hizo temblar.

Sus piernas dolían por estar arrodillada y su mano izquierda estaba entrelazada con la del pelinegro. El usurpador estaba murmurando en lo alto de su trono con Alicent y algunos de sus otros consejeros. No podía pensar en nada más que en la mano de Valerius entre la suya y los llantos de su hijo, Aegon el Joven, cuando fue separado de ellos.

— Diste tu primer respiro en mis brazos y ahora te miro —dijo Rhaenyra en voz baja—y me preguntas si te amo, como si pudiera dejar de amarte. Como si quisiera renunciar a lo que me hace más fuerte que cualquier otra cosa. Después de Daemon y Alicent, jamás me había atrevido a dar mucho de mí a nadie, pero, Val, desde la primera vez que te vi, te he pertenecido por completo. Aún te pertenezco. Si me quieres.

Rhaenyra—Valerius exhaló su nombre como una plegaria. —¿Por qué me haces esto?

—Porque este es nuestro fin. Tu hermano no me tendrá piedad. —Rhaenyra tenía los ojos llorosos.

(Minutos antes, Aegon los pateó en las rodillas para doblegarlos.

—Querido hermano. Esperaba que estuvieras muerto— expresó Rhaenyra, comenzando a perder la cordura.

Después de ti — Aegon respondió —. Tú eres la mayor.

Rhaenyra gritó y gritó cuando le quitaron a su hijo de los brazos)

Valerius apretó su brazo, pero la miró fijamente, casi como si quisiera memorizar su rostro. —Lo sé—dijo. —Pero yo seré el primero en irme. Es lo que dijo Helaena.

Un gemido de horror salió de la boca de la platinada.

Un horror que aumentó cuando Valerius volvió a abrir la boca.

—Morirás como un cobarde, Aegon. —Sus palabras detuvieron todo movimiento en el salón, conteniendo la respiración y esperando sus siguientes palabras. El rostro de Aegon era un retrato de la ira, con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo mientras se sujetaba el costado que Danzarina Lunar había logrado herir antes de su prematura muerte. —Y cuando llegue ese momento, te daré personalmente la bienvenida a los Siete Infiernos.

Sus ojos se encontraron, púrpura sobre violeta, dos fuerzas opuestas que se unían para la guerra.

Por extraño que pareciera, incluso a pocos segundos de la muerte, con el aliento de Fuegosol caliente contra su espalda, Valerius no tuvo miedo.
Él era un príncipe de sangre, su dragón podía estar medio muerto, pero una vez montó a un gran dragón de escamas plateadas, sólo superado en batalla por Fuegosol. No se acobardaría ante la mirada de un usurpador borracho cubierto de heridas que reflejaban las de su difunto padre.

— ¿Te quedarás conmigo? — susurró su hermano de cabellos negros.

—Hasta el final—respondió Rhaenyra con un llanto ahogado en su garganta.

(Su primer aliento fue en los brazos de Rhaenyra...

... era justo que el último fuera a su lado)

Rhaenyra nunca lo dejaría. Sería así, siempre, mientras él se lo permitiera.

Si hubiera tenido palabras para decir tal cosa, las habría dicho. Pero no había palabras lo bastante grandes para contener aquella verdad.

Como si la hubiera oído, Valerius le cogió la mano. Ella no necesitó mirar; sus dedos estaban grabados en su memoria, delgados y nervados como pétalos, fuertes y rápidos y nunca equivocados.

Hermana—dijo. Siempre fue mejor con las palabras que ella.

Rhaenyra supo el momento exacto en que Aegon comprendió lo que Valerius dijo, porque su boca se torció, las fosas nasales se agitaron y, finalmente, pronunció la palabra que la perseguiría hasta el más allá.

Dracarys.

Lo último que Valerius vio fue la cara de su hermano, redonda de grasa e indulgencia. Lo que una vez fue la imagen de la afamada belleza valyria ahora estaba oculta bajo cicatrices y heridas cortesía de Rhaenys y la hija de Daemon.

No vio a Aegon el Joven gritando por piedad, no vio a Rhaenyra aferrándose a su brazo con el miedo apenas oculto en su rostro bajo el barniz de fortaleza que su esposa intentaba poner. Sus ojos sólo miraron los de Aegon, llenos de odio y vitriolo y la promesa de algo peor que la muerte.

Las últimas palabras que pronunció no fueron un consuelo para su madre, para su esposa o para su hijo de ojos color lavanda. Por el contrario, fueron burlas dirigidas al falso rey que una vez le cogió la mano con tanta ternura y juró protegerlo en su más tierna infancia.

Cuando Valerius cerró los ojos, el mundo no se desvaneció en una oscuridad sin fin, sino en la luz. 

Lucerys le sonrió.

BREN'S NOTE: sí, soy cruel

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BREN'S NOTE: sí, soy cruel. perdón.

SNOWMAN | Rhaenyra Targaryen ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora