Adulterio

1.8K 99 16
                                    

El teléfono de la casa sonó dos veces una empleada apresuró el paso para contestar. Ella mientras tanto estaba terminando de desayunar en el comedor que usaba el matrimonio para hacer las comidas, era más sencillo así, el principal sólo se usaba para ocasiones especiales.

—Es para usted señora, es un caballero.

—Para mí ¿Quién puede ser Judith? -dijo mientras se levantaba de la mesa, para dirigirse al salón donde estaba el aparato.

—No lo sé, no pude reconocer la voz —dijo la empleada

—Puede ser Georges —y diciéndolo tomó el auricular.

Al otro lado el hombre habló:

—Soy Terry, estoy en Chicago.

Ella se congeló y en silencio cayó sobre un sillón bellísimamente estampado con tela floral francesa. Absolutamente perturbada, no escuchaba la voz de Terry desde que se habían separado en Nueva York, o mejor dicho desde Rockstown, cuando lo vio en ese teatro de mala muerte, pero de eso habían pasado ya unos años, no podía entender por qué aparecía de nuevo en vida, habiendo una promesa de por medio, la promesa que aunque dolorosa ella le hizo a Susana de no volverlo a ver, de no acercarse de nuevo. 

—¿Qué quieres? ¿Cómo conseguiste este número? —preguntó presa de la angustia. 

—Eso no importa, necesito verte, necesito una explicación de cómo es que llegaste a casarte con el maldito bastardo de Neal Lagan!

—No hay nada que explicar dijo ella con frialdad, seguí con mi vida y él es bueno conmigo, ya no es la persona horrible que conociste.

—¡A mí no puedes engañarme, cómo es que cambió de la noche a la mañana, maldita sea Candice White!

Ella notó que la voz se transformó desde la ira hasta el dolor cuando pronunció esa frase, se conmovió. Terry tenía un efecto sobre ella casi sobre natura, él podía incluso ver a través de ella, se conocían lo suficiente para desmoronarla. 

—Terence, nuestras vidas han tomado cada cual su rumbo, deja lo nuestro en el pasado por favor.

—¿Por qué me llamas Terence? dime Terry por un demonio. Candy ven al teatro a verme.

—Lo haces más difícil, es tu nombre y no puedo verte, tengo un largo turno quirúrgico, debo estar en dos horas en el hospital. Por favor no insistas.

—Esperaré hasta que termines, te lo ruego, me quedaré en el teatro después de la función, una persona tendrá instrucciones de dejarte entrar hasta mi camerino si me dices que sí.

Ella se quedó pensativa, atribulada tratando de tomar una decisión. Su mente estaba nublada, confundida, hacía un gran esfuerzo por no demostrar lo afectada que estaba, que le temblaba la voz y el cuerpo entero.  

—Está bien, él se ha ido a Florida, puedo llegar a cualquier hora de regreso a casa.

—¿Tengo tu palabra? —dijo él ya más calmado.

—Lo prometo, te veré esta noche.

Candy sabía que contaba con la lealtad de Judith, por eso no se vio en la necesidad de explicar quién y qué quería el hombre que había llamado. Salió de su casa rumbo al hospital, no sin antes advertirle a la empleada que no la esperara para cenar, no sabía cuál largo sería el turno. En el trayecto no hacía más que pensar en él. Es un descarado, un entrometido, maleducado, cómo se atreve a llamar... lo odio... no lo odio... lo amo, todavía lo amo, pensaba.

El turno fue realmente difícil, porque una de las operaciones se alargó más de lo acostumbrado por complicaciones del paciente. Sin embargo, el cirujano al que asistía era un hombre con extraordinarias habilidades y pudieron salvar al paciente.

Dear Terry: amarte es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora