Un nuevo comienzo

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El auto se desvió hacia un sendero, desde el cual se podía apreciar la casa, a lo lejos. A medida que se iban acercando la sorpresa de ella incrementaba. Él que lo había recorrido antes le anunció que habían llegado. Candy no podía creer lo que veía:

—Terry me dijiste que viviríamos en una casa de campo, esto no es una casa de campo, es... es no sé, tres veces más grande que la mansión de los Ardlay.

—Es una casa de campo Candy. En realidad, es una finca, donde se crían y entrenan caballos. Era de mi abuelo, Henry Louis Duque de Granchester. Mi abuelo era primo del Rey Eduardo Séptimo.

—Es hermoso, pero no te parece que es, muy pero muy grande para nosotros.

—No te preocupes, está llena de sirvientes —Terry comenzó a reírse a carcajadas —¡Pecas, tu cara!, por cierto, todos te llamaran marquesa, así que compórtate.

—No quiero que me llamen marquesa, dijo muy seriamente Candy —además no podemos engañarlos aún no soy tu esposa.

—Puedo decirles que te llamen Doña Tarzán Pecoso —Terry no paraba de reírse y bromearla, luego más serio, le dijo que nadie tenía porque enterarse de que no estaban legalmente casados, no le debían explicaciones a nadie.

En la entrada principal, dos empleados los esperaban. La señora Stuart que era la ama de llaves y el señor Stuart el mayordomo, eran esposos. Ambos tenían más de veinte años trabajando en la propiedad, allí se enamoraron, se casaron y tuvieron a su único hijo, Samuel, con quien Terry aprendió a montar caballo en la infancia. La señora Stuart fue la primera en saludar una vez descendieron del auto, dándoles una cariñosa pero distante bienvenida. Cuando entraron, Terry le hizo una petición a Candy.

—Pecas, no los presiones para que te llamen Candy, será difícil para ellos, no están habituados, déjalos que te llamen al menos señora Candice. Este es ahora tu hogar, y ellos te trataran como tal.

Los nuevos dueños de casa fueron llevados primero a la habitación que dispusieron para el pequeño. Luego a la de ellos. Eran tan distantes la una de la otra que Candy le pidió a Terry corregir la situación, no dormiría tan lejos de su hijo. Él accedió de inmediato, estaba de acuerdo con ella, y pidió que los movieran de zona para poder ocupar habitaciones continuas. Esto fue muy extraño para el ama de llaves, pero hizo todo como lo pidieron. También habían dispuesto de una nana para William, quien dormiría con él en la habitación y se encargaría de su cuidado. Candy siempre se había encargado de él con ayuda de Judith, sin embargo, rechazaron la posibilidad de que el niño fuera cuidado en exclusiva por la nana y solo verlo unas pocas horas al día, como era la costumbre en las familias de la nobleza.

Después de almorzar, Terry quiso ir a recorrer los establos, con el deseo de reencontrarse con Teodora. Llevó a William con él. La finca estaba dedicada a la crianza y entrenamiento de caballos purasangre inglés, la mayoría de los equinos eran propiedad de miembros de la nobleza y de la burguesía, de allí habían salido algunos ganadores del Derby de Epsom, el abuelo de Terry se había labrado un alto prestigio en ese negocio.

Teodora estaba en el establo de la familia, en un corral al lado de Fabuloso, el caballo del duque. Sintió una gran emoción al volver a ver a la bella yegua blanca que lo acompañó por años en colegio San Pablo. Dos lágrimas corrieron por su rostro al acariciarla, se vinieron a su mente los mejores recuerdos de su adolescencia, habían pasado muchos años separados, llegó a pensar que jamás la volvería a ver, muchos menos volver a montarla.

—Teodora, él es William mi hijo, ella también está aquí, la recuerdas ¿recuerdas a Candy?

A medida que Terry le hablaba el animal comenzó a relinchar y a vibrar los ollares, sin duda lo recordaba y estaba feliz de tenerlo de regreso. Él la ensilló y salieron los tres por primera vez juntos a cabalgar. Fue muy reconfortante para él recorrer aquellos parajes que guardaba como recuerdos de su infancia y recorrerlos ahora con su hijo.

Dear Terry: amarte es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora