La Libertad

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Cuando arribaron a la estación central de Nueva York, el chófer de Eleanor ya los esperaba para ayudarlos con el equipaje y trasladarlos hasta la mansión de la actriz. Terry se enfundó el jockey hasta que le cubriese medio rostro, mientras que Candy usaba un sombrero que también le permitía camuflar su rostro. Pero él se sentía aliviado, de alguna forma estaba en su territorio, y tenía la certeza que en casa de su madre estarían seguros. El trayecto desde Chicago había sido un poco duro especialmente para William, que se mostró inquieto y logró dormir muy poco.

Bajó en brazos de Candy, no se despegó de ella ni un segundo durante el viaje. Se asía a ella con fuerza. Terry estaba consciente de que el pequeño tardaría un poco para que se adaptara a él. Solo se trataba de tener paciencia, y continuar tratándolo con amor.

Eleanor ansiosa los esperaba asomándose a la ventana inquieta de vez en vez. Apenas los vio entrar a la casa se abalanzó sobre ellos para abrazar primero a su Terry y luego a Candy. Se enterneció hasta las lágrimas con William, de inmediato reconoció en él rasgos de un Terry a su edad, y eso le conmovió aún más. Era una hermosa mezcla de ambos padres.

—¡Candy! Me has dado el nieto más hermoso del mundo. Bienvenida, siéntete como en casa. Me imagino que deben estar agotados, las habitaciones están preparadas, pueden subir a refrescarse y cambiarse de ropa, mandaré a preparar té y un refrigerio.

—Me gustaría darle un baño y tratar de hacerlo dormir, está muy cansado —expresó Candy manifestando a su vez su propio cansancio.

—Naturalmente, Terry llévalos a la habitación de huéspedes. Yo me encargaré de que preparen el refrigerio.

Mientras subían las escaleras, Terry interrogó a Candy, la notaba algo tensa y nerviosa, era una reacción natural, habían pasado muchos años desde que había visto a Eleanor por última vez, en un episodio doloroso para las dos. En una pequeña ciudad en las cercanías de Chicago, a donde él había dado a parar con una compañía de teatro de tercera categoría. Ella ignoraba si Eleanor alguna vez se atrevió a contarle a él sobre aquel suceso; los recuerdos amargos de esos días volvieron a su mente al estar nuevamente frente a ella.

En vez de a la habitación de huéspedes Terry los llevó a la habitación que siempre estaba dispuesta para él en la casa de su madre. Estarían más cómodos allí.

Luego de un baño que fue reparador para el niño, Candy lo hizo dormir. Ella y Terry se recostaron en la cama hasta que el pequeño alcanzara por fin un sueño profundo. Se unieron a Eleanor para tomar el té, dejando a William al cuidado de una de las mucamas de la casa. Pasaron el rato conversando en el salón donde Eleanor tomaba el té y donde pasaba más tiempo dentro de la casa. Candy observó con admiración los incontables afiches de la diva enmarcados en las paredes de aquel lugar, viejas fotografías de sus actuaciones y una muy particular de Terry y la actriz en un lugar que ella conocía y recordaba con nostalgia. Candy levantó en marco de la fotografía, el momento había sido captado por el mismísimo Duque de Granchester, estaban a las orillas del lago cercano a la Villa de Escocia. Candy admiró la hermosa imagen. Un Terry casi de la misma edad que la de su hijo, y la bella mujer, sonrientes.

La pareja de padres regresó a la habitación, luego de que Eleanor se excusara con ellos, no podría estar para la cena por causa de un compromiso previo, tomaron la cena allí, mientras vigilaban el sueño de William. Pronto cayeron tan rendidos de cansancio, al lado del pequeño.

—Tu adusto semblante ha desaparecido hijo — fue lo primero que le dijo Eleanor cuando Terry se presentó en el comedor para desayunar.

—No comiences madre —protestó él.

—Es que se te nota la felicidad a distancia.

Terry sonrió, una media sonrisa inusualmente tímida.

Dear Terry: amarte es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora