Sin sombra no hay luz (II parte)

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Cuando Terry volvió a su habitación, Candy sacó de su armario el vestido que usaría al día siguiente, colocó la prenda sobre su sillón, también el sombrero que le hacía juego. Luego caminó al ventanal para cerrar las cortinas, estaba haciendo esta maniobra cuando sintió las manos de él rodeando su cintura, atrayéndola a su cuerpo. No pudo evitar recordar esa noche, la noche más fría y oscura de sus vidas. Volvió a sentir el calor de su pecho bajo la camisa. Él apartó el rizado cabello para dejar libre la nuca y besarla, no se opuso, cerró los ojos y disfruto el roce de sus labios, sabía lo que venía a continuación, la estaba tentando, quería hacerle el amor. Ella permitió las caricias de su mano bajo la bata. Él sabía perfectamente cómo encenderla de deseo, se frotaba sobre su espalda, para que ella sintiera su virilidad hambrienta, deseosa, punzante.

Con habilidad le dio media vuelta, y atrapó sus labios en un beso, apretándose más y más a ella, con la misma habilidad metió su mano bajo el blumer y comenzó a acariciarla, sus pliegues, su botón de placer. Un escapado gemido de Candy, lo encendió al máximo, entonces la tumbó en la cama y ágilmente se bajó el pantalón hasta las rodillas, la tomó por las piernas y la penetró sin más preámbulo, se movía en ella de forma animal. Se inclinaba para mordisquear sus pezones aún cubiertos con la exquisita seda de la bata. La tomó por las caderas, moviéndola a su ritmo para embestirla más profundamente.

Mientras Terry pensaba haber logrado una maravillosa reconciliación, Candy se permitió disfrutar del "revolcón" que le daba su apuesto y delicioso marido, lo animaba pidiéndole que la penetrará con más rudeza, y él la complacía. Ella emitía un calor interno excitante, envolviendo su miembro, luego los temblores y el orgasmo, ella gritando y él deseando derramarse dentro.

—Puedo venirme en ti —le preguntó mientras las facciones de su rostro denotaban que estaba a punto de acabar.

Ella no pudo contestarle más que con un grito ahogado, mientras las sensaciones eléctricas del orgasmo la recorrían desde su punto de placer hasta el nacimiento del cabello, al tiempo que sentía como él efectivamente se derramaba en su interior. Después de las explosiones él se tumbó sobre ella, y la llenó de besos, pero incapaz de expresarse, se levantó, un rato después. Caminó hasta la sala de baño. Ella hizo lo mismo cuando él volvió. Al salir con ropa nueva se dirigió a él por primera vez en la noche.

—Puedes llevar a los niños a la estación mañana, yo me iré con Mike y los más pequeños, ¿puedes tú llevar quizás a Albert y a Evelyn?

—Te irás de todas formas —preguntó él mientras cruzaba los brazos en su pecho, recostado semidesnudo al respaldo de la cama.

—¿Y por qué no iría? —le preguntó ella mientras levantaba la parte de su edredón y se metía en la cama, dándole la espalda y apagando su lámpara.

—¿Por qué juegas conmigo Candice? —dijo él en tono furioso.

—No estoy jugando contigo — ella se defendió.

—¿Y qué acabas de hacer? ¿Qué acaba de pasar?

—Lo hicimos los dos, y tú empezaste.

—Sabes qué, no te entiendo, casi diez años viviendo contigo y no terminó de descifrarte. Pero está bien, haz lo que quieras, y cómo siempre haré lo que su majestad desee. Te llevaré mañana temprano, porque tengo lectura del guion en los estudios de la BBC —Terry se arrellanó en su lado de la cama y se dio vuelta, también dándole la espalda, absolutamente colérico.

—Gracias —respondió ella sin mirarlo.

Terry despertó gracias a los ruiditos de Duncan al comer, lo tenía enterrado en una costilla, el bebé se había acomodado descansando sobre el tibio cuerpo de su padre mientras era amamantado, él lo miró con ternura y le dio un beso en el arremolinado cabello, luego levantó la mirada para encontrarse con la de su esposa, dándole los buenos días con una media sonrisa.

Dear Terry: amarte es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora