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El cubo de nuevo.


—Hemos trabajado... ¿qué? ¿Cinco? ¿Seis? ¿Siete años? —le preguntó Volterra ante el silencio incómodo de lo que debía ser una conversación bastante sencilla y fugaz porque sólo debían discutir una tan sola cosa: el tercer socio, pero ante la ineptitud de ambos, debían, como siempre, ir en círculos, más bien en espiral, hasta llegar al punto de relevancia real.


—Sí —murmuró Emma poniéndole un signo de interrogación cerebral a Volterra al no saber si era "sí" a los cinco años, o a los seis, o a los siete—. Más o menos siete... —dijo indiferente al no estarle prestando atención.


—Pues, en esos más-o-menos-siete-años, jamás te he visto tan consumida en algo por tanto tiempo —bromeó—. Mucho menos en algo que no sea un plano. Estás como ausente...


—Yo sé lo que es el cubo, sé el mecanismo para abrirlo... pero, por alguna frustrante razón —murmuró sin otorgarle el honor de que lo viera a los ojos por estar rotando el cubo entre sus dedos así como lo había hecho ya por once días sin tener éxito aparente—, no consigo que se deslicen los malditos paneles. Sé dónde están, veo las malditas líneas de separación pero, por alguna razón... —suspiró y levantó su mirada—. Como sea, ¿qué me decías? —sacudió su cabeza y colocó el cubo sobre su escritorio.


—El tercer socio, es imperativo —suspiró con un poco de aburrimiento—. ¿A quién le vas a vender el veinticinco por ciento?


— ¿Veinticinco? —Resopló Emma un tanto indignada, y su indignación se incrementó ante el asentimiento de Volterra—. Yo no estoy vendiendo una mierda —se encogió entre sus hombros y volvió a tomar el cubo.


—Es imperativo. Está en el contrato. Es obligación.


—Y así como está en el contrato, que es imperativo, lo cual es sinónimo de "obligación", yo te estoy diciendo que no estoy vendiendo una mierda... a nadie.


— ¿Sí sabes que tenemos que entregar todo eso con la auditoría, verdad?


—Sí, lo sé.


— ¡¿Entonces por qué demonios no te lo tomas en serio?! —elevó el tono de su voz haciendo que Emma cerrara sus ojos, frunciera sus labios y respirara profunda y pesadamente.


—Para la edad que tienes, para la experiencia y la reputación que te precede... —abrió sus ojos y la clavó su verde y molesta mirada en la suya muy azul—, y para los años que tienes de conocerme: eres un hombre de poca fe, o que me tiene poca fe.


—Tú sabes que tenemos que cumplir con el contrato.


—Sí, lo sé. Yo discutí el contrato... y te lo puedo recitar si quieres. —Volterra solo inhaló paciencia y exhaló impaciencia—. Yo no tengo que vender el veinticinco por ciento obligatoriamente, puedo vender el uno por ciento si así lo quisiera.


— ¿Y quién, en su sano juicio, quisiera comprar solamente el uno por ciento? —rio burlonamente, y Emma, ante eso, simplemente presionó el ocho en su teléfono.

Antecedentes y Sucesiones - TraducidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora