15

529 5 0
                                    


El Cubo.


Era tarde, o quizás sólo había sido un día horriblemente largo y difícil y, por eso, las seis de la tarde parecían ser las mil y una de la madrugada del primer día del mes siguiente. No tenía nada que ver con el sol, o la falta de, no tenía nada que ver con las nubes grises que habían cubierto más su tranquilidad, su zen, que lo que realmente debían cubrir, o sea el cielo. No tenía nada que ver con que había tenido que escuchar horas, y horas, y horas, e interminables horas del mismo mantra que había inundado su oficina por el simple hecho de que no tenía puerta de manera temporal al haber sufrido un accidente por culpa de los juegos de Segrate con Selvidge, el dueño de los mantras, el dueño de la que alguna vez fue la oficina de Sophia. Y ni hablar del primer problema del día, el problema que la recibió al teléfono en ayunas y sin té, sólo para reclamarle de manera pacífica; que Selvidge tenía toda la culpa, pues trataba sobre los cinco robles que había decidido plantarle a la Señora Talbert en su jardín, cinco robles que debían haber sido doce eucaliptos. ¿Por qué no fueron eucaliptos? Simple y sencillamente porque a Selvidge le pareció que los robles se verían mejor, y eso había implicado una pérdida de doce mil dólares, una pérdida pequeña para el Estudio, pero era una pérdida grande por ser árboles y porque se debía a un tipo de negligencia que hacía que Emma sonriera a lo largo de toda la llamada, con vergüenza, y, cuando terminaba la llamaba, colgaba pacíficamente pero recogía nuevamente el teléfono para reventarlo contra la base, para luego respirar con pesadez y que Gaby se materializara para saber a quién tenía que buscar para hacía diez minutos y Moses para llevarle su té, sus mentas, y su vaso de Pellegrino.


Luego estaba el problema de Junior. Ay, Junior. Había llegado a las once de la mañana para revisar los planos preliminares de Los Ángeles, y habían estado hasta hacía dos horas haciendo notas sobre cambios polares y modificaciones mínimas, aunque el parto doloroso, por crítica, regaño y frustración, había sido el problema de la fachada, que Selvidge tampoco había hecho ningún cambio porque no le parecía adecuado. Vaya Paisajista. Y Emma que nunca había conocido a alguien con mayor gusto sin fundamento o con un Ego más grande que el suyo. Quizás porque era el sobrino, con epíteto censurado, de Flavio Pensabene. Entre mierda y mierda, porque así lo había pensado ella, el proyecto más grande que había tenido hasta esa fecha, o sea Los Ángeles, lo habían colocado en stand by aun después de la revisión de los planos y de los diseños preliminares. Stand by no era tan grave como que ya no iban a colocar ni la primera roca, pero podían estirar el proyecto hasta los veinticuatro meses reglamentarios, por contrato, para meter la excavadora, sino el Estudio estaba en todo su derecho de vender o reproducir los planos y diseños ya concebidos. Todo el día para que terminara en un desgraciado stand by, y, con esa hazaña que no era tan mala, habían caído las que sí eran malas o las que le daban pereza, pues, a partir de ese proyecto, había logrado hacer la jugarreta de rotar los proyectos que ya tenía: Newport que ya estaba prácticamente construido y sólo se encargaría de ambientarlo en-un-dos-por-tres, Providence que se lo había dado a Hayek para que tuviera vacaciones de sus hijos, por muy feo que se escuchara, y se había quedado únicamente con Malibú. A partir de la desaparición, o el stand by, Hayek le había regresado Providence y, como si los planetas se estuvieran alineando en su contra, der Bosse quería su Condominio terminado para finales de marzo y no para finales de mayo, así como en un principio habían pronosticado.


Aparte de eso, TO había pedido que se hiciera una auditoría durante el mes de marzo. ¿Qué significaba eso? Phillip no tenía tiempo para vacaciones al ser el asesor financiero del Estudio, Emma no tenía tiempo para vacaciones por tener a Lady der Bosse respirándole fuego en la nuca y porque Alec, sin saberlo todavía, le había planteado la idea de darle un mes de vacaciones si no se tomaba las dos semanas de vacaciones de primavera porque necesitaban ver lo del tercer socio antes de que el año fiscal terminara, y, durante la auditoría, o antes, o después, quizás era buen momento para hablar sobre ello, pues Natasha no podía ser el socio fantasma por siempre y para siempre; esas jugadas eran temporales y únicas. Y así, entre dinero, favores, trabajo y un "ay, me van a matar cuando llegue a la casa porque no habrá vacaciones", Emma recogió sus ovarios del suelo de su oficina, pues lágrimas de estrés jamás habrían, y Phillip contempló una cariñosa compra de llamado de piedad en Harry Winston para su esposa mientras se recogía lo mismo que Emma, pues ambos habían recibido la noticia del futuro financiero hacía no más de una hora. Para inventar mierdas eran profesionales. Phillip que no iba a dejar sola a Emma, Emma que no iba a dejar solo a Phillip, trabajo era trabajo y, al trabajar de la mano, quizás el enojo de sus respectivas mujeres sin vacaciones se disiparía un poco y caería repartido entre los dos. ¿Fatalistas? Ya lo creo.

Antecedentes y Sucesiones - TraducidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora