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De la negociación y x=2C+4b+d.


Emma creyó haber sentido el mismo alivio que Colón sintió tras haber divisado tierra firme. Las pantorrillas le ardían, le faltaba un poco de aliento y la garganta se le había secado, pero, al fin, aleluya, ya estaba en el 680. No tuvo tiempo para saludar a Józef, tampoco se dio el lujo de no compartir el ascensor con el apestoso French Poodle del octavo piso. En el viaje, a pesar del hedor, intentó calmar su agitación con respiraciones semiprofundas.


Ya más repuesta, respiró hondo antes de abrir la puerta del apartamento. Se dijo creer estar preparada para todo, incluso a pesar de que toda la escena le había sonado al Presto del Verano o al Allegro non molto del Invierno de Vivaldi, « porque a la mierda la primavera ». Dejó el bolso en donde Sophia había olvidado dejar el suyo y caminó con parsimonia hasta su habitación. Sus miradas se encontraron con intensidad. No se dijeron nada, ni siquiera un saludo, ni dejaron ver el alivio que las invadía cuando se reencontraban.


Emma se tragó sus palabras, la intención de acercarse a la cama para quitarle las manos de encima y el poder reclamarle por qué, cómo se atrevía a robarle su placer. Tal y como Sophia lo había pronosticado, se indignó.


Sophia la siguió con la mirada. Esperó un saludo, que se uniera a ella, que, en el peor de los casos, se recostara a su lado y que la dejara terminar por su cuenta para luego asesinarla, pero no obtuvo ni eso.


En silencio y con la mirada en la suya, la arquitecta se posicionó frente a ella y se inclinó sobre la cama. Ante la restricción de la falda lápiz, porque le habría ido mejor con una rodilla sobre el colchón, la tomó por los tobillos y la haló hasta el borde. Retrocedió tres pasos y se apoyó de la cómoda. Se cruzó de brazos y dibujó un gesto con la cabeza que le indicó que no se detuviera por su presencia.


La rubia no supo por qué, pero eso había agravado todo para mejor. Dejó que su cabeza cayera en el edredón azul que Ania había tendido con la tensión que a Emma le gustaba. Cerró los ojos y se dejó acosar. Pensó que, si la provocaba lo suficiente, la llevaría a ese lugar en el que le darían ganas de partirla en dos, en cuatro, o en cuantos pedazos considerara apropiado. Como si la memoria se tratara de una sala de cine, dejó correr el carrete de la compilación privada de películas pornográficas que había protagonizado con la italiana que sabía que la miraba con la ceja derecha por lo alto, pero se frustró, pues sabía que Emma le estaba pagando sus malos deseos con unos iguales y quizá peores; sabía que esperaba ese momento en el que le pidiera que la ayudara, que la socorriera, que le saciara las ganas que ella misma no podía ni sabía controlar.


Pero ella no estaba por dejarse vencer, no estaba por presentarse como una persona que abarcara más de lo que podía y sabía apretar. Pensó en la vez más erótica, en alguna de las veces en las que había sucumbido a las maneras de la arquitecta, alguna en la que se había dejado hacer y deshacer a su gusto, una en la que había sido elevada al escaño más alto del camino hacia el Nirvana. Recordó aquel lejano fin de semana de otoño: el relajante sonido de la tormenta que había comenzado a caer desde la tarde, los esporádicos relámpagos y truenos, el frío que se escurría por entre las ventanas y puertas cerradas, y las cómodas sábanas de mil hebras de algodón egipcio. Emma a su lado, abrazándola por la espalda y odiando sus pies fríos entre los suyos, caminando por su antebrazo mientras tarareaba una versión arrastrada del Lago de los Cisnes. Billy Elliot se le vino a la cabeza, y, aunque lo esfumó tan rápido como pudo, no logró reanudar la escena con el erotismo que sabía que había habido aquella vez. En cambio, se dedicó a fantasear, tras las insinuaciones matutinas, sobre cómo le gustaría ser subyugada en algún momento. Cuando quiso deslizar sus dedos en su interior para solemnizar la sensación, un aclaramiento de garganta la detuvo, por lo que se dedicó al continuo frote de las mil terminaciones nerviosas hasta que se dejó poseer por el único gemido que vomitaba cuando se propiciaba placer a solas.

Antecedentes y Sucesiones - TraducidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora